VÍCTOR JAVIER GARCÍA MOLINA
Día 16/11/2014 - 12.23h
Durante casi una década, Stalin ha pretendido inútilmente concesiones políticas y territoriales de Helsinki, pero el apaciguamiento de las potencias occidentales a Hitler en Múnich le anima a utilizar la fuerza contra su vecino
Las relaciones diplomáticas entre Finlandia y la URSS habían pasado por diferentes fases desde que el país báltico consiguiera su independencia del antiguo Imperio Ruso en 1919. El recuerdo del apoyo, fracasado, de los comunistas rusos al bando “rojo” durante la Guerra Civil finlandesa, a principios en los años 20, y el renacer de Alemania como potencia militar, tras la llegada al poder de Adolf Hitler, fueron los dos condicionantes principales de las relaciones entre Moscú y Helsinki.
Finlandia, siguiendo el ejemplo suizo, había optado por una exquisita neutralidad en sus relaciones exteriores, si bien apostó por establecer acuerdos con sus vecinos escandinavos, principalmente Suecia, en detrimento de una posible alianza con la URSS, a la que se veía poco fiable como potencial aliado.
Por su parte, la política exterior de la Unión Soviética bajo el régimen de Stalin jugaba a grandes rasgos con la idea de expansión de la revolución comunista y, al mismo tiempo, con la recuperación de las antiguas fronteras zaristas, que proporcionarían un colchón de seguridad suficiente para protegerla de agresiones externas y asegurar la supervivencia de la revolución.
Las conversaciones entre Finlandia y el régimen soviético sobre cuestiones defensivas y reajustes fronterizos se habían venido produciendo con interrupciones a lo largo de la década de los 30, bajo un clima de creciente hostilidad, alternando con breves momentos de deshielo. Pero hacia 1938, bajo la influencia de la política de expansión territorial nazi y los Pactos de Múnich, la postura de Moscú se radicalizó. Más aún tras la firma del pacto germano-soviético en agosto de 1939, que daría paso al inicio de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
En octubre de 1939, tras el reparto de Polonia entre la URSS y Alemania, los soviéticos invitan a los finlandeses a Moscú para tratar de nuevo el contencioso fronterizo entre ambos países, contencioso que sólo se plantea del lado soviético. Las negociaciones se suceden, los soviéticos proponen la cesión de cerca de 5.500 kilómetros cuadrados de su territorio, principalmente en las regiones más septentrionales, como Repola y Porajorpi, a cambio de que Finlandia retroceda su frontera en torno a Leningrado hacia el Istmo de Carelia, asegurando así la defensa de la vulnerable ciudad cuna de la revolución rusa. Además de ello, se pide la cesión de numerosas islas en el golfo de Finlandia ―Hangö, la principal―, la instalación de bases militares y el arrendamiento del puerto de Petsamo (el único puerto finlandés abierto al Mar de Barents) durante el periodo de aguas heladas. Aunque los finlandeses se avienen a aceptar una parte nada desdeñable de las demandas de Moscú, las propuestas soviéticas tienen más la forma de un ultimátum que de una negociación entre dos países soberanos y suponen en la práctica la subordinación finlandesa a los dictados e intereses soviéticos en política exterior.
Las conversaciones y reuniones se alargan durante un mes más, entre el 12 de octubre y el 13 de noviembre de 1939, fecha en la que los delegados finlandeses, encabezados por Juho Kusti Paasikivi, abandonan las negociaciones. La inflexibilidad de los delegados soviéticos muestra a las claras a los finlandeses la poca predisposición de la URSS a una solución negociada. A partir de ahí, ambos países comienzan los preparativos para un conflicto bélico que aparece ya como inevitable en el horizonte
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