Día 07/11/2014 - 04.43h
El dirigente búlgaro estuvo en el poder durante 35 años y no dimitió hasta dos días después de la caída del muro de Berlín
No tuvo que ser fácil para Yeliu Yelev situarse en las escaleras de la catedral de Alexander Nevski de Sofía, el 10 de diciembre de 1989, y gritarle a los 100.000 búlgaros allí reunidos sus intenciones: «Establecer una constitución verdaderamente democrática, sin el papel dirigente del partido comunista». La razón es que no se había cumplido ni un mes desde que el dictador más longevo de la Europa oriental, Todor Yivkov, había anunciado su dimisión tras 35 años en el poder, y su sombra era todavía demasiado larga.
Bulgaria se convertía así en la primera pieza del gigantesco dominó comunista en venirse abajo, tan solo dos días después de la caída del muro de Berlín. La noticia, que cogió por sorpresa a todos países del bloque comunista, fue una bomba informativa. No esperaban que Yivkov fuera el primer dirigente prosoviético en salir. En primer lugar, porque llevaba en el poder más tiempo del que aguantó el «eterno» Stalin, que gobernó con mano de hierro la Unión Soviética desde 1922 a 1952. Había accedido al cargo bajo Nikita Kruschev, encontrado un gran mentor y aliado en Leonidas Breznev y sobrevivido a Yuri Andropov, Constantin Chernenko e, incluso, cinco años a Gorbachov. Fue un mandato sin precedentes en la segunda mitad del siglo XX.
Y en segundo, porque había sido el más leal de los satélites de la URSS, a la que siempre vio como el ejemplo perfecto de las bondades del socialismo. Tanto es así que, en los últimos años de su mandato, Yivkov terminó presentándose como un virtual intérprete o portavoz de las iniciativas del Kremlin, aplicándolas en su país siempre que le era posible. En compensación, los soviéticos le concedían un apoyo económico, político, tecnológico y militar lo suficientemente cuantioso como para conservar su trono.
Yivkov, un superviviente
En el momento de su caída, algunos medios de comunicación le definieron como «el último hijo de Stalin», su mayor influencia y su principal mentor ideológico. Siguiendo sus pasos, la tónica de su actuación fue la de concentrar en sus manos todo el poder económico y político que le fuera posible, hasta tal punto de ser difícil diferenciar al Gobierno del partido. Esa fue la idea que se fijó desde que se convirtió en el máximo dirigente de Bulgaria, tras ser elegido primer secretario delPartido Comunista Búlgaro (PCB) con 43 años.
El «viejo zorro», como se le conocía, demostró siempre una enorme capacidad de supervivencia. A diferencia de otros dirigentes, fue capaz de resistir los vaivenes del socialismo de los años 60 y 70, acumulando más cargos que ningún otro líder comunista. En 1965, sobrevivió a una conspiración organizada por cinco altos mandos del Ejército, más cercanos a China que a la URSS. Poco después, tuvo que enfrentarse a Mijail Suslov, «el astuto ideólogo soviético que prefirió convertirse en el poder detrás del trono», según le definió ABC el día de su muerte. Quiso que Yivkov renunciara a uno de sus puestos como jefe del partido y del Gobierno, pero no solo no lo hizo, sino que consiguió que le designaran también secretario general del PCB, en 1981.
Tal era la ambición con la que el viejo mandatario llevó la riendas del poder, que incluso los comunistas que le sucedieron en noviembre de 1989, en el primer paso de lo que fue la transición democrática búlgara, afirmaron que su Gobierno tenía una orientación demasiado totalitaria.
Récord Guiness
Dicen sus compatriotas con cierta ironía que Yivkov es el único hombre de la historia que fue capaz de entrar dos que veces en el Libro Guiness de los Récords: una, por haber sobrevivido a su propia estatua, que él mismo mando derribar en su pueblo natal cuando el culto a la personalidad empezó a estar mal visto en Moscú; y otra, por ser «el único ser humano que ha escrito más libros de los que ha leído». Al parecer, las decenas de tomos que componían sus obras completas eran tan amplios, que resultaba tan inverosímil que él los escribiera todos, como que alguien los hubiera leído. Algo que definía, mejor que otro aspecto de su vida, la psicología del longevo líder.
Pero aquella obsesión no impidió que Yivkov comprendiera que, a diferencia de Stalin, el éxito del comunismo tenía que ir ligado a un aumento del nivel de vida y a una política económica centrada, en vez de a la producción militar, al desarrollo de la agricultura y de los bienes de consumo. Eso trajo consigo importantes transformaciones sociales, culturales y económicas en Bulgaria, tales como la industrialización que, en la década de los 80, generó el 40% del producto interior bruto del país.
Yivkov gobernó con mano férrea hasta mediados de esa década. «Este hombre es responsable personal de muchos crímenes cometidos contra el pueblo búlgaro», señalaba tras dejar el poder uno de los portavoces de la oposición. Sin embargo, cuatro años antes de que esto se produjera, los intentos de los cuadros más jóvenes de dirigentes de acabar con la era comunista e iniciar una democratización real se fueron reforzando.
«Daba la impresión de no tener fuerzas»
En 1987 sobrevivió a otra conspiración, pero el caldo de cultivo del cambio estaba ahí. Bulgaria, aunque era un país estrechamente vinculado a Rusia por cultura e historia, contaba, paradójicamente, con un considerable potencial de dirigentes jóvenes formados en Occidente, defensores del desmantelamiento del aparato burocrático y represivo de Yivkov. Uno de aquellos líderes era el mencionado Yelev, que terminó por convertirse, en 1990, en el primer presidente plenamente democrático que tuvo Bulgaria tras la caída del dictador.
«Su andar era el de una persona en proceso de debilitación física progresiva»
Con 78 años de edad y después de 35 años de gobierno, parecía cada vez más evidente que el líder búlgaro debía ser sustituido. «En estos último meses, el presidente Todor Yivkov daba, de hecho, la impresión de no tener fuerzas. Su andar era el de una persona en proceso de debilitación física progresiva, no sola por la edad», informaba la embajada brasileña en Sofía a principios de noviembre de 1989. Vista la suerte que corrió once días después su camarada y amigo, Nicolae Ceaucescu, ejecutado tras un juicio sumarísimo, podía respirar tranquilo. Él pagó su abuso de poder con varios meses de cárcel, tras ser condenado por malversación y represión de la minoría turca en 1992. «Abajo el comunismo», «que juzguen a todos», «que no se escape ninguno», gritaban los asistentes al juicio. Yivkov murió a los 88 años de una neumonía..
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