Los alemanes y estadounidenses acaban de celebrar con bombos y platillos el aniversario de la caída del muro de Berlín, como si ese evento hubiera sido la panacea a todos los males del mundo.
Por su lado, los Estados Unidos, claro, le va a sacar todo el provecho ideológico que pueda junto a sus países colonizados europeos. Es notable cómo restregaron su triunfalismo en el sufrido rostro del mundo.
Es su manera de subrayar la presunta superioridad del neoliberalismo, al que automáticamente se le identifica con la democracia y la libertad, sobre el socialismo, entendido este como la negación despiadada de esos valores.
De modo que se reproduce una vez más el eterno esquema maniqueo del mundo dividido entre buenos y malos muy propio de la cultura occidental.
De esa suerte todos se olvidarán de la tragedia política, económica y moral que la ideología neoliberal ha representado en los últimos veinticinco años. Saltó a la vista la imagen de los alemanes dando picazos en el muro.
Por lo visto, nadie se dará cuenta de que todo fue un puro espectáculo, de que ahí ya no había nadie que les iba a disparar, o a reprimirlos, o a llevárselos presos; por lo que presenciamos una demostración de heroísmo no tanto por parte de los alemanes cuanto por el Imperio al final, sin duda. Pero ese es el tipo de heroísmo que le gusta al mundo neoliberal.
Es el tipo de heroísmo de los PlayStation.
Sin embargo, por lo que parece nadie hablará al mismo tiempo de otro muro, todavía en pie y que se expande más y más cada día: el que los sionistas levantaron contra los pobres palestinos.
El heroísmo de jóvenes y niños que emplean hondas contra tanques de ocupación que les disparan sin contemplación y el que llama a aviones de combate para que acaben con sus chozas de escombros, ese tipo de heroísmo nadie lo ve ni quiere verlo.
Es demasiado comprometedor, demasiado fuerte, para los bien comidos y bien vestidos norteamericanos, alemanes y demás europeos, muy concentrados, como estuvieron, en sus hagiográficos festejos.
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