La dictadura es una forma de gobierno sin posible oposición que controla los cuatro «poderes»: ejecutivo, legislativo, judicial y mediático, pese a las fachadas. Concentra todo el poder en un caudillo-dictador, que no líder, y sus incondicionales. Es el extremo opuesto a la democracia y se basa en el totalitarismo, el terror, la extorsión, la desigualad, la supresión de las libertades individuales, la injusticia, la falta de trasparencia, el nepotismo, y es el caldo de cultivo propicio para la corrupción y el terrorismo (de estado). En su discurso de despedida (11/01/2017), el presidente Obama dijo que «la democracia puede romperse cuando cedemos al miedo».
Existen muchos tipos de dictaduras que pueden clasificarse utilizando diversos criterios tales como su origen (ej. por golpe de estado, por una guerra civil, por vía democrática, etcétera., con sus connotaciones mixtas); su enfoque político (ej. de derechas, de izquierdas, populistas, etcétera.); su grado de profundización antidemocrática y de desprecio a los derechos humanos, etc. La Historia nos ofrece numerosos ejemplos, especialmente en África y Sudamérica, cuyo relato esta fuera del contexto de este artículo que se centra solo en un tipo de dictadura.
La denominada dictadura democrática o constitucional es, a mi juicio, la peor de todas ellas, ya que tienen su origen en las urnas (ej. Hitler, Chaves, Putin ), es decir, está legitimada por la democracia, generalmente por un desencanto de la política tradicional. Se encargan inmediatamente después de ganar las elecciones de concentrar todo el poder, amordazar los medios hostiles, manipular la educación, anular la independencia de los poderes legislativo y judicial, desterrar a los militares prestigiosos, favorecer la corrupción, y olvidarse de sus promesas de apoyar a los más desfavorecidos, que han sido sus votantes engañados con falsas promesas incumplibles. Su demagógico discurso social en campaña electoral es olvidado sistemáticamente. Se enriquecen los incondicionales al régimen a costa de los pobres, que se empobrecerán más. Su campo de acción es la calle y no el parlamento. ¿Les suena, verdad? Rusia propone que no sea delito pegar a la mujer una vez al año, o pagar una pequeña multa por ello.
Algunos comentaristas agoreros hablan de un previsible final de la democracia con la espectacular aparición del denominado populismo en los últimos años. Es una alternativa que no está entre la democracia y la dictadura como nos quieren vender. No son líderes los que encabezan estos movimientos sino más bien caudillos, es decir, dictadores o soñando con serlo. Un auténtico líder es lo más alejado a ellos. Caudillismo y populismo tienen en común su desprecio a la democracia auténtica (parlamento y jueces sometidos), a la transparencia, a la existencia de opositores y de medios de comunicación no controlables, a un totalitarismo atroz. La prestigiosa organización internacional Human Rights Watch en su informe anual de 2016 ha considerado a los populistas como la mayor amenaza a la democracia y a los derechos humanos a nivel mundial.
Es curioso mencionar la ausencia de ideologías en los populismos, cuyos caudillos lo que quieren es el poder por el poder. Así, los extremos políticos se tocan. Las reacciones positivas o indiferentes a la elección de Trump como presidente de los EEUU son muy significativas: tanto los populistas de derechas (ej, Le Pen, en Francia) como los de izquierdas (ej. Iglesias en España, Putin en Rusia) son muy significativas. Su cemento de unión es el mismo. Es curioso indicar cómo un partido emergente populista en España propuso en su negociación para los pactos de gobierno acaparar los ministerios de poder y no los sociales. En cambio, su falso discurso demagógico es esencialmente social. La foto de los candidatos a ministros debe permanecer en la retina de todos los españoles.
Los populismos han surgido como consecuencia del desencanto de los políticos tradicionales que han defraudado a los ciudadanos. Viví hace años en directo el caso de Venezuela con la elección de Chávez, aunque hay muchos ejemplos más como el de Hitler. Los políticos españoles que creen y practican la democracia deben ser conscientes del peligro que se cierne sobre España y ponerse las pilas para cambiar su chip obsoleto. Su orden de prioridades debe ser: primero, los ciudadanos; después, el partido; y por último, ellos mismos. Si no cambian, están fomentando el crecimiento del populismo. Es esencial también ser bueno y parecerlo, es decir, que el pueblo perciba con claridad que tienen el orden correcto de prioridad en su actuación.
* Profesor jubilado de la UCO
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