Hitler fue el primero en definir la técnica de contar una mentira muchas veces para que la gente la crea. La llamó "la gran mentira"
Robert Kuttner
La semana pasada busqué a mi Philip Roth en su espléndida novela, El plan contra Estados Unidos. Esta semana me puse a leer a mi George Orwell.
En 1946, mientras Europa se recuperaba de las desgracias de la Segunda Guerra Mundial (la cual fue un auténtico caso de masacre masiva, más que la fantasiosa masacre de la que habla Donald Trump), Orwell escribió su clásico ensayo sobre las seducciones de la propaganda: 'Política y el idioma inglés'.
La mayor parte de esta obra, muy usada en clases de inglés, advierte de cómo una redacción rancia nos puede llevar a un pensamiento soso. Pero la parte más original es la disección de la propaganda que hace Orwell.
En combinación con su gran novela 1984, que escribió en 1949 como una advertencia distópica sobre cómo la práctica del totalitarismo se internaliza y deriva en pensamiento totalitarista, las dos obras generaron el adjetivo "orwelliano".
De '1984' aprendimos que los eslóganes oficiales del partido: "La guerra es paz. La libertad es esclavitud. La ignorancia es fortaleza", son tenues paródicas del comunismo y el nazismo.
"La libertad es esclavitud" no está tan alejado del infame saludo en la entrada del campo de Auschwitz: Arbeit Macht Frei ("El trabajo te hará libre").
A partir de George W. Bush, varias muestras de la legislación se han visto como oportunidades para el branding o la mercadotecnia.
En cuanto a "Ignorancia es fuerza", tal parece ser el credo de Donald Trump, así como la premisa de su forma de operar: ignorancia tanto para él como para su público.
El blanco de Orwell era el eufemismo embellecido, utilizado principalmente por los partidos y gobiernos extremistas de izquierda y derecha. Si las personas podían ser convencidas de aceptar un nuevo marco para ver las cosas, entonces también podrían alterar su concepción de la realidad.
En "Política y el idioma inglés", Orwell aprovechó la oportunidad de redactar frases pretenciosas y metáforas compuestas como: "El pulpo capitalista ya cantó su canto del cisne". Pero también fue muy serio al tocar aspectos políticos:
Las comunidades indefensas se bombardean por aire, sus habitantes corren al campo, el ganado ametrallado y las cabañas arden debido a las balas incendiarias: y a esto le llaman pacificación. Despojan a millones de campesinos de sus tierras y los arrojan a los caminos sin nada que llevar. A esto le llaman 'transferencia de la población'...
Cabe destacar que Orwell redactó esto dos décadas antes que la guerra de Vietnam. Y mucho antes de la llegada de Donald Trump, el mal uso del lenguaje en la época actual ha sido, en muchas maneras, más insidioso y más corrosivo que las plagas contra las que Orwell peleaba.
Los ejemplos que pinta Orwell derivan de gobiernos totalitarios o de partidos de extrema izquierda o derecha en el poder en las democracias. En EU, como democracia, los dos principales partidos hacen un uso creciente del lenguaje orwelliano. Y los republicanos lo utilizan más que los demócratas.
Trump ha llevado esta práctica a un récord a un nuevo bajo nivel. Sin embargo, los esfuerzos orwellianos anteriores prepararon el camino.
Hubo un tiempo en que la mayor parte de las leyes tenían nombres descriptivos o técnicos, como la Ley Glass-Steagall, la Ley Nacional de Relaciones Laborales, o la Ley para la Educación Primaria y Secundaria. A partir de George W. Bush, varias muestras de la legislación se han visto como oportunidades para el branding o la mercadotecnia.
Luego de los ataques del 9/11 de 2001, la administración Bush reunió de urgencia una lista de deseos de todos los agentes de seguridad y de protección demasiado dedicados. Para más efecto dramático, torcieron las iniciales del proyecto hasta que se leía: USA PATRIOT, o, en corto, la Ley Patriota. ¿Qué patriota podría estar en contra de la Ley Patriota?
En cuanto a la tortura, esa actividad, prohibida por la Convención de Ginebra, recibió una nueva etiqueta: "interrogatorio especializado". Y enviar a prisioneros estadounidenses a prisiones en naciones aliadas sin límites a la tortura, se etiquetó como "prestación". Y si había censura en un documento, se decía que había sido editado. Inclusive la prensa tradicional, de manera vergonzosa, sucumbió a ese uso.
Como Orwell pudo haber apreciado, la palabra "censura" es inglés simple. La censura suena como algo a lo cual deberíamos de oponernos o, por lo menos, sospechar. "Editado" es una palabra blanda, poco familiar y burocrática que sugiere un proceso neutral y al menos defendible. Para la administración Obama esa palabra fue tan conveniente como lo fue para Cheney, Bush y compañía.
Luego de la Ley Patriota, para ambos partidos se convirtió en una práctica común dar a las leyes nombres propagandísticos, siendo los republicanos lo que más incurren en ello. Uno de los peores ejemplos de legislación bipartidista en educación de la historia, que luego fue repudiada por ambos partidos debido a su dependencia de "enseñar para que pasen el examen", se llamó: "Ley ningún niño se quedará fuera". (¿Quién se podría oponer a ello?)
Los republicanos a favor de los cupones escolares, a pesar de estar conscientes del bien establecido apoyo a las escuelas públicas, comenzaron a re etiquetarlas con el nombre de tintes siniestros de "escuelas de gobierno". Cuando el presidente George W. Bush promocionó un programa de seguros para medicinas con subsidios fiscales administrado por aseguradoras privadas, se aseguró de que le llamaran "Medicare Parte D", dado que Medicare era en sí un programa público con amplio apoyo. Y todo esto sin mencionar apenas que el programa de medicinas de Bush dejó una gran derrama monetaria a la industria de las medicinas y no tenía nada que ver con Medicare.
Trump ha enriquecido esta técnica con sus mentiras, y luego acusa a sus críticos de mentir, hasta que el debate en cuestión está enredado y sin salida.
Esto podrá sonar a mucho ruido y pocas nueces, pero se trata de una de las tendencias más fuertes del uso del lenguaje, el cual que ha provocado un discurso público extraviado y abaratado, y que dejó el terreno listo para el Trumpismo. En nivel extremo, esta tendencia atiza la habilidad de los demagogos de convencer a los ciudadanos de que arriba es abajo y que el blanco es negro.
Fox News, la cadena menos objetiva de los canales de cable, es una pionera de esa tendencia a pesar de su eslogan de: "Justa y equilibrada". Como cualquier persona seria habrá de reconocer, Fox es un órgano de propaganda, mientras que los órganos noticiosos de reputación, como New York Times o NPR, se esfuerzan en separar los hechos de la opinión.
Antes de que llegara Trump, para el Partido Republicano "tradicional" las mentiras eran un elemento básico en su arsenal: desde las mentiras sobre el Obamacare a sus cifras fantasma del presupuesto, a sus falsas acusaciones de votos fraudulentos.
Trump ha enriquecido esta técnica con sus mentiras, y luego acusa a sus críticos de mentir, hasta que el debate en cuestión está enredado y sin salida. Trump manufactura historias falsas para luego acusar a los medios de crear "noticias falsas".
Hitler fue el primero en describir esta técnica de repetir una mentira hasta que la gente se la crea. Él la llamó: "la Gran Mentira".
Desde su negación del cambio climático a su negación de que Obama nació en Hawái, Trump ha desempolvado la Gran Mentira. Pero luego va y mejora lo que los Grandes Mentirosos hacen al negar la negación.
Como Jonathan Swift escribió en 1710: "La falsedad vuela y la verdad viene cojeando por detrás, así que cuando los hombres deben ser desengañados, ya es demasiado tarde". (Una versión que ha sido erróneamente atribuida a Mark Twain dice que: "La mentira ya va la mitad de su vuelta al mundo cuando la verdad apenas se está calzando las botas".) Pero, bueno, ustedes me entienden.
La estrategia de Trump es inundar la zona, soltar tantas mentiras que para cuando se rechace una de ellas, él haya tenido tiempo de aventar otras. Y él parece creer hasta las mentiras que contradicen mentiras previas. La ignorancia es así la fortaleza de Trump.
Se siente en el aire que las llantas comienzan a poncharse en el autobús que conduce Trump.
En su discurso de toma de posesión, Trump aseguró que Estados Unidos sucumbe a una terrible ola criminal, cuando la realidad indica que los crímenes graves llegaron a su nivel más bajo en 30 años. Los críticos republicanos de la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible se quejan de los reembolsos totales, cuando de hecho las propuestas de reemplazo de los republicanos en realidad incrementaría los deducibles y los copagos... y así por el estilo.
Trump resucitó la Gran Mentira y, patéticamente, también recurre a la Mentirita.
En su primer día oficial como presidente, la principal preocupación de Trump era si la asistencia a su toma de posesión era la más numerosa. Aunque fue fácilmente comprobable que la inauguración de Obama atrajo a más gente, así como la marcha de las mujeres del día siguiente al show de Trump, un furioso Trump envió a su secretario de prensa a regañar a los medios por subestimar el tamaño de la asistencia de Trump. El mismo vocero de prensa, Sean Spicer, dijo por lo menos siete mentiras que bien se pueden verificar.
Pero ya me siento un poco mejor de cómo me sentía el día de la inauguración, en parte por los ánimos y la disposición política que generaron las diversas marchas de mujeres; pero también porque se siente en el aire que las llantas comienzan a poncharse en el autobús que conduce Trump.
A eso hay que llamarle la Nueva Separación del Poder. El círculo íntimo de Trump es un nido de víboras de intrigas entre personajes como Steve Bannon, Reince Priebus y Jared Kushner, el yerno de Trump. Trump está enfrentado a miembros principales de su propio gabinete, quienes están en contra entre ellos mismos. Las improvisaciones de Trump, como su abrupto respaldo a la cobertura universal de salud, le roban cámara a su mayoría republicana en el Congreso.
Trump desearía ser un dictador absoluto, pero aquí todavía se trata de una democracia. Las mentiras pueden funcionar durante las campañas, pero, en un momento determinado, cuando quieres gobernar, la realidad encontrará la forma de invadir. Eventualmente, la verdad se pondrá sus botas.
Robert Kuttner es coeditor de The American Prospect y profesor en la Heller School de la Universidad Brandeis. Su libro más reciente es 'La prisión del deudor: la política de austeridad contra la posibilidad'.
Este artículo fue publicado originalmente en The Huffington Post.
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