La reaparición del odio extendiéndose con el crepitar y el asolamiento de la lava expulsada por la caldera de un volcán no sorprende. En verdad, desde el mismo momento en que dos clanes se encontraron por primera vez antes de la Historia, comenzó el odio. La característica del hombre es la violencia, no el raciocinio. El raciocinio está, sustancialmente, al servicio de la violencia: estrategia sutil, daño absoluto. Por eso no debe formularse la pregunta de cómo fue posible que una sociedad culta, como la alemana de antes de la Segunda Guerra Mundial, pudo llegar a la desmesura patibularia. No hay pregunta, hay afirmación: la cultura es un añadido a la repulsa del otro, «manifiesta y científicamente» inferior porque no es tan culto como «nosotros». El inferior baja en la escala y se identifica con el animal.
El exterminio del no igual, principalmente judíos, eslavos, gitanos, deformes, homosexuales, izquierdistas, fue llevado a un extremo tal que ese odio primario de un clan hacia otro clan lo conocemos hoy con el nombre de nazismo, contracción de nacionalsocialismo, una combinación indecente, porque el socialismo rehúye el nacionalismo. Este, esté a un extremo o al otro (Hitler o Stalin), es xenófobo. Un socialista que se piense nacionalista no es socialista, es un fascista-estalinista disfrazado y, en consecuencia, doblemente ruin, y peligroso.
Acotada la cuestión, lo sorprendente es la rapidez con la que ha vuelto el desprecio, la ira, la hiel, y, más todavía, su desparrame por todo Occidente: en poco más de setenta años, y se aloja ya en la Casa Blanca. Donald Trump, de rostro carente de cualquier rasgo que no responsa al cainismo, es un fóbico completo, en nada distinto a Adolf Hitler. Megalómano como él, cimentó su riqueza delinquiendo, como todo rico, muy justamente con la globalización del Crimencapital; como él, Trump llegó a la presidencia ilegalmente (casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton: la ley electoral estadounidense es un fraude colosal; Hitler ocupó la cancillería extorsionando, intimidando, matando), y como él, está amenazando a las multinacionales (Ford, Toyota, Amazon…) para que contribuyan a que EEUU sea la gran fábrica del mundo, su fábrica. Hitler lo hizo con Volkswagen, BMW, Siemens…
La libertad de mercado, que es un eslogan falaz, la comanda ahora un solo individuo, que gobernará América (EEUU) como se gobierna la propiedad privada, y quienes no roben y maten bien, serán castigados conforme a la ley del rigorismo de lo privado, deshaciéndose, por tanto, de todo lo público. O sea, millones y millones de americanos están condenados al sufrimiento y a la muerte prematura. La Prensa está también intimidada, y los escritores, y los intelectuales. Todo el que no quiera complicaciones, cederá y, al igual que en la Alemania de los años treinta de la última centuria, mirará para otra parte, colaborando así, tácitamente, con el totalitarismo de hierro, abriéndose el ciclo de la American Nazi Horror (tomo este nombre en recuerdo a una muy estimable serie de televisión estadounidense: American Horror Story).
América, la que vino a derrotar a los verdugos de la Europa de los verdugos fascistas, es ella ahora filonazi. Las masas, como ocurrió toda la vida, se envalentonan con el patriotismo y se apiñan para dar por saludable la esquizofrenia. Se igualan como los cantos rodados de las corrientes fluviales. Las masas están siendo vacunadas contra la inteligencia y en sus cacharros digitales se reproducen los discursos de Goebbels. Proyectada hacia el exterior, América revitaliza a la vieja Europa que desde hace unos años levanta las banderas y los símbolos de su siniestro pasado. A las masas les fascina la autoridad en tiempos turbulentos y a la burguesía, el orden. La ecuación es exacta.
Pero, aunque parezca imposible, hay agravantes. Putin tiene agarrado por los huevos a Trump, que ha filmado sus excesos de alcohol y sexo, que repugnarían a los puritanos republicanos. Y tiene documentación de algunos de sus crímenes financieros y empresariales. Por eso se infiltró como troyano en la sede de los demócratas y contribuyó a su derrota. Quién lo iba a decir, el oso atrapando al elefante. Más aún. China ha saltado como un tigre contra la infame verborrea de Trump y habla de una confrontación militar, incluidas las armas atómicas. No es que se vayan a emplear, pero la geopolítica internacional se enrarece peligrosamente, la aversión de los pueblos entre sí se encona y la pobreza, en consecuencia, repunta. El mundo, pues, es hoy peor que ayer, que ya era un infierno. Y lo peor se hace normal, que es otro atributo del hombre: pensar lo impensable y ejecutarlo como si tal cosa.
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