Una película basada en hechos reales, o sea, que al final de ella aparecerá un rótulo que aclara lo que ocurrió después con algunos personajes de los que salen allí. La historia se centra en un lugar siniestro, llamado Colonia Dignidad, y durante el golpe militar de Pinochet en Chile, lo cual le otorga también una indefinida índole política a una película que duda entre el drama romántico y la intriga por la supervivencia. Pero, lo que le interesa al director, Florian Gallenberger, es narrar las peripecias de un joven fotógrafo encerrado en Colonia Dignidad por su colaboración con Allende y las hazañas de su novia, una azafata americana, por intentar salvarle de las garras de ese campo de tortura, y para darle entidad de «thriller» lo que hace es caricaturizar el ambiente y el retrato del lugar, la época y los personajes.
Una descripción del lugar, entre campo de concentración y granja filantrópica de secta religiosa, con un líder sin el menor atractivo, que infunde poco respeto y menos miedo, y que tiene una incompresible y absurda ascendencia sobre su patochada de clan (en realidad, Paul Schäfer, el personaje real, era un zumo de todas las villanías y un obsceno genio de la comunicación), que interpreta sin demasiado entusiasmo Michael Nyqvist, el de la saga «Millenium».
La vocación de denuncia de unos hechos sin duda sórdidos y criminales se diluye entre los afanes de la pareja por escapar de allí, lo que convierte en común una historia realmente espeluznante, a pesar de que Emma Watson ofrece todos los registros de debilidad y dureza para elevar hasta cierta categoría su personaje y Daniel Brühl llena de complejidad y talento al suyo con una interpretación de la que ya nos avisaba Robert Mitchum en «Retorno al pasado»: parecer tonto es la mejor manera de ser listo.
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