El escritor Ginés Gorriz vuelve a La Habana tras 12 años, una ciudad donde conviven la resignación por la corrupción y el ingenio de los emprendedores
Llegué a Cuba después de 12 años. El trámite de inmigración fue rápido, y los funcionarios no fueron amables pero tampoco antipáticos, lo cual ya es de agradecer.
En el aeropuerto me esperaba un coche de alquiler. Me sorprendieron la oscuridad de las calles y la ausencia de señales indicativas: era incapaz de conducir solo al centro de la ciudad en la que nací. La radio del coche se encendió sola, la apagué varias veces pero insistió en no callar. Bajé el volumen resignado, y me concentré en la ciudad, oscura y derruida, pero una voz apagada y monótona se hizo hueco y terminé por escuchar: una mujer recitaba un poema triste dedicado a él. No lo había dicho; Fidel había muerto cinco días antes de mi llegada a La Habana.
Cambié de estación, y entrevistaban a trabajadores y estudiantes "para que expresen sus sentimientos sobre El Guerrillero del Tiempo, el hombre más grande que ha dado la humanidad". Así fueron radio y televisión durante nueve días seguidos, no hubo cines ni espectáculos artísticos mientras duró el luto, que los cubanos bautizaron como El Ramadán. Se prohibió la venta de bebidas alcohólicas, y aunque no parece haber base legal para esta restricción, eso en Cuba no importa. Los supermercados no vendían siquiera vino para cocinar, y los restaurantes privados también dejaron de vender a medida que se multiplicaban las historias sobre represalias. Se olía el miedo. "¿Te enteraste? Ayer le cayó la policía al restaurante O'Reilly, vinieron cuatro coches patrulla a comprobar si vendían cerveza con la comida. Y a un hombre que alquila su casa en Guanabo para celebraciones lo han metido preso por hacer una boda al día siguiente de la muerte de Fidel. Le quieren quitar la casa. La cosa está en candela. Están quitando los auriculares a los jóvenes que escuchan música por la calle".
500 euros en un restaurante; un profesor gana 20 al mes
J. es propietario de un restaurante privado a pie de calle, un tipo de negocio permitido desde hace pocos años. Hablaba en voz baja, mirando a los lados y hacia atrás; apenas movía los labios, como si temiera que un ojo omnipresente pudiese descifrar lo que decía. "Ayer dejé de vender alcohol con la comida", su voz se hizo un susurro, y me incliné hacia adelante para poder oírle; le pedí hablar más alto, vocalizar, le hice ver que no estaba diciendo nada ilegal o peligroso. Me miró, sonrió y bajó aún más la voz. "No quiero problemas, no quiero que me cierren el restaurante".
Entonces me contó sus éxitos, que el restaurante siempre está lleno, que da trabajo directo a unas veinte personas, y que les paga un mínimo de 500 euros al mes, mientras que un médico cobra unos cuarenta, un maestro de bachillerato veinte, y un profesor universitario jubilado trece. "Intento que el personal sonría, que mis empleados estén contentos y orgullosos de trabajar aquí. Además, les doy comida de calidad, tienen que saber lo que es bueno, y es importante que estén alimentados si quiero que rindan". En la calle, que es peatonal, hay varios restaurantes, y entre todos pagan a un jardinero para que tenga la calle llena de plantas; pagan también la limpieza de la vía pública, que contrasta positivamente con las aledañas, sucias y malolientes. Durante la noche hay un custodio privado que patrulla la calle y cuida los negocios y las plantas.
Le pregunté cómo selecciona al personal. "Lo primero es que no hayan trabajado nunca para el Estado. Esos vienen echados a perder, no trabajan y roban. Intento buscar jóvenes honestos y con ganas, los formo yo". Hablamos de la honestidad y de la grave degradación moral que acompaña a la destrucción material de la ciudad. Durante decenios la gente no ha podido vivir de su trabajo, y el robo y el intercambio de favores se han convertido en algo natural en Cuba a todos los niveles.
"¿Te has enterado de que cogieron preso a Llompart, el antiguo presidente del Banco Nacional? Un hombre de Fidel, dicen que lo cogieron con mucho dinero en efectivo y a punto de escaparse para México", y continuó "¿Qué es el tráfico de influencias en este país si aquí, para conseguir algo, aunque sea para el Estado, lo tienes que resolver con amigos, contactos, pidiendo favores? Yo tenía un cocinero que me robaba: tiraba los paquetes de camarones a la basura y luego los recuperaba en la calle. Lo cogí y lo boté. En otro restaurante robó un pescado y se lo metió bajo la ropa, pero la cola del pescado le salía por el cuello de la camisa como una corbata. Ahora le dicen Pepe Corbata".
"Y con el Estado no es fácil, continuamente vienen inspectores a chantajearte, te amenazan con cerrar el negocio en base a requerimientos absurdos y al final te piden dinero. Les pagas y se van, y a la semana siguiente vuelven los mismos, u otros. Están los inspectores sanitarios que te pueden exigir que montes una carnicería en el restaurante, con una cámara refrigerada aislada del resto, para manipular las grandes piezas. De nada vale que les digas que en Cuba no se venden grandes piezas, que compras la carne cortada, y que tu restaurante se especializa en vegetales y pescados. Deberás pagarle 300 euros (su salario de un año) si quieres que se vaya. Otro día vendrá el inspector de Planificación Física, y otro el de la DIS (Dirección de Inspección y Supervisión), estos pueden pedirte cualquier cosa, hasta la factura de un mueble de hace veinte años".
Hablábamos en la terraza, expuestos, y fuimos interrumpidos por varios vendedores que nos ofrecieron "unas copas muy buenas a dos pesos", luego, pintura, y al rato, camarones. "No compro nada en la calle, es muy peligroso, no sabes lo que te venden y, además, está prohibido, te pueden cerrar el negocio". Mi amigo tampoco compra todo al Estado, que es el único proveedor permitido de bebidas, carnes y pescados. El gobierno no ha creado mercados mayoristas, y prohíbe su creación a manos privadas, por lo que los restaurantes deben comprar en las caras y poco abastecidas tiendas para los ciudadanos.
Víctimas de la corrupción y de la arbitrariedad
"Lo que venden es de muy mala calidad y el suministro irregular. Sería imposible tener abierto con las provisiones del Estado. A veces compras pescado oficial pero sólo por tener la factura de compra y poder justificar la oferta, pero luego el que vendes lo compras por ahí. Yo lo compro a un pescador de confianza, me trae producto fresco y sé que es una persona discreta y que no tendrá líos con la policía. Sólo le compro a él, cuando necesito algo lo llamo por teléfono", miró a los lados y bajó nuevamente la voz, me incliné y nuestras caras casi se tocaban, un observador distraído habría visto a una pareja gay a punto de besarse. "Si le pido boniato sabe que es langosta, boniato pelado significa sin cabeza. Tenemos nuestros códigos, hay que inventar, pero hay que cuidarse". J. se irguió, miró serio a su alrededor con desconfianza y calló.
Estos emprendedores constituyen una clase media incipiente. Ellos y sus empleados pueden vivir dignamente, a diferencia de los que trabajan para el Estado; pueden comer bien, pagar clases privadas a sus hijos para complementar la escuela estatal, arreglar poco a poco sus casas, y pueden incluso pagarse unas vacaciones en el extranjero. Pero viven con miedo, son víctimas de la corrupción y la arbitrariedad, están obligados a incumplir regulaciones absurdas y eso les hace vulnerables. No se fían del Estado, y temen que sus negocios puedan ser cerrados de un día para otro. Pero hay otra clase emergente que no teme, que se muestra segura y altiva: se trata de la élite política, que va colocando a sus hijos y nietos en posiciones donde puedan ganar dinero. Ese proceso es cada vez más visible y ostentoso. En los lugares de moda es frecuente ver gastar dinero a los hijos de...
Pasaron unos días y terminó el luto oficial. A la noche fuimos a un concierto en el club Barbaram. La entrada y los tragos costaron unos 10 euros, la mitad de un salario mensual. Hay varios sitios así en La Habana. En ése local todos se conocían y se saludaban con expresivos abrazos, allí estaba la élite: artistas plásticos que viven en Cuba y venden su obra fuera y a precios internacionales, músicos conocidos, el famoso actor Jorge Perugorría, protagonista de Fresa y Chocolate, y también había una mesa con emprendedores ruidosos, en la que destacaba uno por su aire indiscutible de autoridad. "Tiene un negocio de importaciones, la empresa está a nombre de un extranjero, pero todo el mundo sabe que es de él. Es el hijo de un ministro y está bien protegido. Tiene millones, eso dicen". Su actitud era la de quien se siente dueño, de quien nada teme. En su mesa hablaron alborotadamente durante todo el concierto del trovador David Torrens, quien, después de la primera canción, y de darse un buen trago de ron, pidió que "el comandante no descanse en paz allí donde esté, sino que siga haciendo cosas buenas para los cubanos".
Actuaba otro trovador, Ray Fernández, en La Casa de La Música, y también fuimos a verlo. Ray es un cantante con pinta de pirata divertido y vivaracho, mantuvo la tensión durante tres horas, con un público fiel que abarrotaba la sala y coreaba sus canciones. Algunos invitados subieron a cantar, y hasta el Cónsul de España en La Habana subió y desafinó un Nino Bravo. Entre el público estaba también Eric Schmidt, presidente Ejecutivo de Google, que vino a reunirse con el gobierno cubano y a explicar, al parecer sin mucho éxito, las ventajas competitivas de un país conectado a Internet. Las canciones eran divertidas, ingeniosas, picantes, y algunas ligeramente críticas con el gobierno. "Pero las más fuertes no las canta, Lucha tu Yuca Taino, por ejemplo, aunque se la pidan no la canta. No quiere que le cierren el espectáculo, quiere poder tocar y viajar", me comentó un amigo de Ray.
Músicos, pintores y artistas en general, gozan de una cierta libertad para viajar y hacer su obra, pero hay un límite que ilustra una expresión muy cubana: "meterse con la cadena sin criticar al mono", y en Cuba todo el mundo sabe quién es el mono. Se puede criticar la falta de alimentos, por ejemplo, y reprochar a un administrador local por ello, pero no se puede concluir que el sistema es el culpable de la escasez, o apuntar muy alto al atribuir responsabilidades, "te pueden cancelar todos los conciertos y desaparecerte de la radio". El grafitero El Sexto estuvo detenido sin celebración de juicio ni apertura de procedimiento legal durante dos meses, por dibujar en una pared "Se fue" pocas horas después de la muerte de Fidel.
"Las asignaturas se pueden comprar"
La tarde siguiente me reuní con unos amigos. Su hijo de 16 años va al bachillerato y acababa de recibir una clase privada en casa de su profesora de matemáticas. Ante mi sorpresa me explicaron que varios profesores de la escuela cobran un euro por cada hora de clase privada, y que "estos son los profesores viejos, los buenos, los honestos, que de algo tienen que vivir, ya que el salario mensual que les paga el Estado es de 20 euros y no da ni para comer una semana. Los profesores jóvenes sí que son corruptos, estos ni siquiera dan clases privadas, venden directamente el curso". Me sorprendía que me explicaran algo tan grave ni indignados ni exaltados, sino como si fuera lo más normal del mundo: "mi hijo tiene 11 asignaturas, siete se pueden comprar, y el precio varía según la dificultad, la asignatura de preparación militar vale 20 euros el semestre, la de informática, que es más difícil, cuesta cinco al mes, si los pagas no tienes que venir a clases y te ponen cien puntos en los exámenes, la nota máxima".
Quise conocer al adolescente y me confirmó la historia. Pregunté si han denunciado, y sí, lo han hecho: los profesores corruptos se han vuelto tremendamente exigentes con su hijo no cliente; otros chicos de la clase, que pagan, se han enfadado con él, y todo sigue igual. "Y lo peor es que nuestro hijo deberá competir por una plaza universitaria con estos chicos que tienen cien en todo y no saben nada porque ni siquiera van a clases". Les pregunté qué pasará en La Universidad con estos jóvenes ignorantes y corruptos. "Imagínate", me respondieron con esa expresión de impotencia tan cubana. Otros padres me confirmaron que estas prácticas corruptas son bastante comunes en el sistema educativo cubano.
El joven también me contó que de manera obligatoria había tenido que ir a firmar el libro de condolencias por la muerte de Fidel. Conocí a otro niño, de 10 años, y me
contó que en su escuela todos los niños habían tenido que hacer algo "para Fidel". Él hizo un poema y lo entregó a uno de los maestros, quien al parecer lo extravió o no lo identificó correctamente. "Entonces vinieron dos maestros a preguntarme cómo es que yo no había hecho nada para Fidel, y yo les dije que sí y les expliqué que lo había entregado, y entonces ellos hablaron con el otro maestro y luego volvieron y me dijeron que me creían, que ya les extrañaba mucho que yo no hubiese hecho nada para Fidel. Menos mal que me creyeron".
Mi amigo Luis, un 'Quijote' desgarbado sin trabajo
A la mañana siguiente, sin haberme recuperado de estas historias, abrí el diario Granma, y me encontré con un comunista español que alababa los logros de la educación cubana y la dignidad de su pueblo. Cerré el diario y me fui a ver a Luis, un flaco fibroso y desgarbado, como de madera, que es mi gran amigo de la infancia, casi un hermano, el hermano que se quedó en Cuba y nunca tuvo un trabajo estable. Luis ha trabajado en un almacén, ha vendido hierbas, ha hecho pasteles caseros, y durante años de tristeza y alcohol creó, por iniciativa propia, improbables jardines en los espacios públicos. Como un Quijote tropical, desgarbado y etílico, vagaba buscando los espacios verdes abandonados de La Habana (casi todos) para sembrar árboles. "Sembraba en las aceras y en los patios de las escuelas del Estado, en los jardines de Coppelia...".
Le pregunté cómo pudo sembrar en un espacio público, además, tan conocido "Como nadie se ocupaba le pedí permiso a la directora de la heladería y me dejó. Allí sembré y cuidé unos 120 árboles sin cobrar por ello. A veces los voy a visitar." Mi amigo no dijo "a ver", dijo "a visitar". Ahora Luis, que ha dejado el alcohol y el tabaco, y que se ha casado, dice estar en su mejor momento. No tiene trabajo, pero tiene una antigua máquina lavadora rusa y ofrece servicios de lavandería " Hay gente que alquila habitaciones a extranjeros y me paga algo por lavar unas sábanas o unas toallas". Cuando insistí en saber cómo sobrevive bajó la cabeza y me dijo, avergonzado "Imagínate".
Como muchos con los que hablé, quiere vender su vivienda, desde hace tres años es una transacción legal, y los compradores suelen venir de fuera. Con el dinero compraría una más pequeña, y sacaría dinero "para comer". Le hice ver que si vende su vivienda "para comer" se quedaría sin su único ahorro para el futuro. Me respondió que al menos cumplirá su sueño. "Poder ir unos días a un campismo (camping estatal) con mi mujer, a un lugar tranquilo donde disfrutar de un paisaje bonito, sin hacer nada. Nunca lo he hecho y me gustaría poderlo hacer al menos una vez. Es mi sueño"
La Habana, drenada por el exilio
Hablamos de los amigos, y es que la ciudad también son los amigos: las charlas, las bromas, la música compartida. Pero los amigos también se van y para los que no marchan La Habana, drenada por el exilio, se desdibuja continuamente y se reconstruye con los que quedan... hasta que estos también se van. Luis acaba de despedir a un amigo de los últimos años. Este amigo de 46 años, recambio de los que marchamos antes, ha partido su con mujer, sus dos hijos y su perro. Deberá empezar de cero en Miami. Luis recordó a nuestro grupo de la infancia "Éramos siete, ahora sólo quedo yo. "¡Cuanto me alegraría que de viejitos estuviésemos todos juntos, en la misma ciudad!"
Las familias también están rotas. No he encontrado una sola familia completa en este viaje. Repaso la mía, que fue de fidelistas convencidos: mi padre muerto, mi madre y mi abuela en Barcelona; mis primos John, Sonita, Gerardo y Esperanza en Miami; mis tías Neysa y Sonia también en Miami. En Cuba quedan mis primos Mariana, Humberto, Ángel, y Aday, mi tía Juana, muy enferma, y mi tía Lola, que, a sus 86 años, espera tener suerte y conseguir una visa para reunirse con su hijo en Miami. Cada exilio es una historia de desgarro, cada partida lo es.
Yo también debía partir, y de camino al aeropuerto pensaba en La Habana que había visto: una ciudad que parece salida de una guerra, con edificios que caen sobre calles intransitables, con viviendas en las que no funcionan las puertas ni los grifos, donde no fluye el agua o se escapa a borbotones. Es y no es La Habana de mi infancia, y la gente que he visto es y no es la gente que recordaba. Unos ven el vaso medio lleno, tienen planes de futuro, quieren montar un pequeño negocio y ver crecer a sus hijos en Cuba; los más se lamentan resignados y sus planes se limitan a vender la vivienda para poder comer o irse del país. Unos lloran la ausencia de un hijo o un hermano en el exilio, otros agradecen la ausencia del hijo o del hermano que mantiene a la familia con sus remesas. Es una Habana sin el futuro que pudo y debió ser, una Cuba vacía de promesas de un mundo mejor, vacía de mis recuerdos, vacía de mi y de tantos que se han ido y es, finalmente, Cuba también sin él.
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