Rosario Espinal
Ya comenzaron las delaciones. Habló Felucho Jiménez. Ha sido la gran noticia política de los últimos días. Fue claro y enfático. ¿Por qué gran noticia? Es miembro del todopoderoso Comité Político.
Para muchos, lo que dijo Felucho ya era verdad. Que los sobornos son una parte del problema, que ha habido sobrevaluaciones, que hay funcionarios del PLD involucrados, y que los miembros del Comité Político sabían lo acontecido.
Fue gran noticia por el mensajero, no por el mensaje. El escándalo comienza a producir clivajes públicos en el peledeísmo.
Queda todavía por ver quién hará las investigaciones judiciales con credibilidad, y si irán al banquillo de los acusados los culpables.
El Procurador ha sido cuestionado por ser un dependiente del Presidente y carecer de experiencia en asuntos penales. La justicia no tiene autonomía ni credibilidad, es la creencia popular. Ni con lupa aparecerían figuras independientes que puedan ser fiscales neutrales; y si aparecieran, ipso facto serían descalificados en esta cultura de engaños y difamaciones.
Así andan las cosas. Se pide justicia y no hay quien la imparta con credibilidad. ¿Y entonces? Para que haya justicia se necesita cierta legitimidad.
En la coyuntura actual de incredulidad y hartazgo, fomentada por una historia de fechorías gubernamentales, hay dos posibles caminos. Uno, que la sociedad obligue al presidente Danilo Medina a tomar el toro por los cuernos y se haga justicia. Dos, que prosiga la pérdida de confianza en los políticos y en las instituciones y representantes del Estado.
El camino dependerá de cuán enlodado esté el presidente Danilo Medina. A mayor lodo, menor capacidad para avanzar en las investigaciones.
El Presidente tiene dos naves en comando: el partido y el Gobierno. Para salvar el partido de los juicios de corrupción, el Presidente tendría que intentar otro gran borrón y cuenta nueva, que incluya 17 años de gobiernos peledeístas. ¡Nada fácil! Para salvar el Gobierno actual, el Presidente tendría que mostrar evidencias de pulcritud a partir de 2012, no sólo en el Poder Ejecutivo, sino también en el Congreso, donde los legisladores son conocidos por los maletines. ¡Vaya desafíos!
Para los corruptos dominicanos, el problema es que Odebrecht no es bomba de fabricación casera. Si lo fuera, la hubieran desactivado hace tiempo, y todos los delincuentes estuvieran disfrutando su fortuna en tranquilidad. La información viene de fuera y mantiene en alto voltaje el cuerpo político.
En Brasil ha sido una explosión tan grande, que los brasileños no saben cómo parar la hemorragia. Los congresistas quieren ahora aprobar una amnistía general, porque el efecto dominó apunta con destronar a los gobernantes actuales que antes destronaron al Partido de los Trabajadores (PT).
En la República Dominicana, donde nadie ha caído y hay muchos en la lista de corruptos, el Gobierno sigue haciendo peripecias para que nadie caiga. Pero es muy difícil imponer otro borrón y cuenta nueva ante revelaciones que llegan de fuera.
El efecto dominó es claro: hay muchos países involucrados, en otros países se han llevado procesos judiciales, Odebrecht ha creado un ambiente favorable para denunciar otros fraudes de hechura dominicana, y los argumentos jurídicos de presunción de inocencia son un hazme reír.
El pueblo emitió su sentencia: hay corrupción, fin a la impunidad, culpables a la cárcel.
Faltan los juicios legales, pero ¡ah!, la mayoría del pueblo no cree en fiscales ni jueces. Piensan que son sobornables. La complicidad ha sido un mecanismo útil para mantener viva la corrupción y la impunidad. La incredulidad y el cinismo son la contraparte.
¿Explotará la bomba en las manos del Gobierno? Guerra avisada sí mata soldados.
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