“La prensa libre es un aliado muy útil cuando está debidamente controlada.”
Napoleón Bonaparte
Como puede verse en la cita de Napoléon, cuyo genio militar y político fue destruido por su omnipotencia y carencia de contrapesos ciudadanos, controlar a la prensa es el signo inequívoco de un proyecto dictatorial.
El proyecto de ley 1027 presentado por las congresistas fujimoristas Úrsula Letona y Alejandra Aramayo, con el apoyo de connotados representantes de su bancada como Becerril o Galarreta, lleva ese sello en cada una de sus líneas. Su eufemístico título lo dice todo: “Ley que protege las libertades y derechos informativos de la población.”
Es, por supuesto, exactamente lo contrario. Matt Sanders, presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, no se ha andado con ambages: “Es el mejor sueño que pudiera tener un gobierno opresor”. Toda dictadura busca controlar las mentes y cuerpos de los ciudadanos a los que oprime. Esto lo han ficcionado o teorizado Orwell o Foucault. Pero los dictadores no necesitan haber leído 1984 o Vigilar y Castigar para saberlo.
Incluso cuando se hace con buenas intenciones, como en la dictadura de Velasco con el SINAMOS, el propósito es el mismo: yo te voy a decir lo que tienes que pensar, sentir, hacer. Lo propio puede decirse de la Iglesia Católica y sus instituciones afines, salvo honrosas excepciones: la centenaria PUCP es una de estas.
Por eso se compara este proyecto con los gobiernos de Hugo Chávez o Rafael Correa, cuyo modelo es la dictadura castrista. Freud hablaba de una pulsión de dominio, cuya base es la fuerza muscular en la infancia. Poco a poco, esta se convierte en una versión más sofisticada que la de retener a otro niño en el suelo, inmovilizándolo con los brazos y las piernas. Pasan los años y esta maniobra de catchascán infantil se convierte en una ley. La llave que aquí se propone para controlar al otro pensante y potencialmente crítico es doble: usar al Poder Judicial para castigarlos y designar una “veeduría ciudadana” para vigilarlos. Foucault sonríe con sarcasmo desde su tumba. Ignoro si esta iniciativa regresiva y oscurantista está vinculada con los ataques, cada vez menos velados, de Kenji a Keiko Fujimori.
Lo cierto es que se trata de un intento de recuperar el control de la libertad de expresión que, en la era de Montesinos y Alberto Fujimori, se ejercía a punta de billetes apilados en la salita del SIN. Lo cual no excluía la intimidación judicial o la violencia física, cuando era indispensable. Pero el modus operandi preferido era, como sabemos y hemos visto, la corrupción.
Es posible que, inconscientemente, los avances de Kenji hayan obligado a los congresistas de Keiko a fugar hacia delante (o hacia atrás). Lo indudable es que no podemos dejarlo pasar. Hay asuntos, y este es uno de ellos, en que ceder es someterse.
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