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miércoles, 22 de marzo de 2017

Apestando a Adolf Hitler

Bruno Ganz, en el papel de Hitler en 'El hundimiento'. Detrás, Heino Ferch como Speer.
Llevo días apestando a Hitler. Literalmente. Hace un tiempo el canal temático Historia tuvo la curiosa idea de apoyar su serie sobre la II Guerra Mundial Un mundo en guerra con el lanzamiento promocional de una gama de perfumes que recogieran la esencia de los principales líderes de la contienda. Cuando me llegó al diario una muestra de esos “perfumes de la Historia”, traspapelé los pequeños botellines que encapsulaban los olores de Churchill, Stalin, Mussolini, Roosevelt, Tojo y Hitler entre las montañas de libros, carpetas y recuerdos de viajes y me olvidé del asunto. Hasta que el otro día empezó a emanar un efluvio intenso bajo el ordenador.
El doctor Morell, su médico personal, ha dejado constancia de la calidad tipo blitzkrieg de los flatos y evacuaciones del Führer
Era el frasco de Adolf Hitler que se había volcado y abierto, como si el líder nazi tratara de regresar desde su botella en estos tiempos revueltos. El Führer envasado huele muy perturbadoramente. A mí me recuerda el aroma de una vieja peluquería masculina, de aquellas de Varón Dandy y loción Floyd, mezclado con el olor de vesánica prepotencia que reinaba en el despacho del director de mi viejo colegio. La nota de cata que venía con el perfume indica que trataron de reproducir  “el aroma de las SS, de la desesperación de las víctimas o de finalizar de una vez por todas la contienda” (debían tener en mente al Bruno Ganz de El hundimiento), “todo esto traducido en aromas de cuero, pimienta negra e incienso”.
El perfume que recrea la esencia de Hitler.
Como parte del líquido se ha vertido, además de encima mío, en la zona de mi compañero de mesa, Carles Geli, he estudiado su reacción, a ver si le entraban ganas de invadir Polonia. Pero se ha limitado a arrugar la nariz y preguntar de dónde sale el pestazo. Al menos Tojo huele a té verde. El experimento odorífero, para el que los responsables se basaron en los paisajes y ambientes en que se movieron los personajes o los colores y texturas de sus uniformes y trajes, resulta interesante, pero en realidad Hitler, que sepamos, no olía a perfume ninguno: no usaba colonia (aunque todo pide que utilizara Hugo Boss).
La persona que he conocido que más cerca estuvo de Hitler, el barón Philipp von Boeselager, que trató de asesinarlo varias veces y compartió mesa con él, me lo describió como un tipo repulsivo y sin modales, pero no entramos a hablar de su olor. Ahora ya es tarde, porque Boeselager ha muerto. Hubiera sido curioso ver qué opinaba de lo del perfume. Otras fuentes han resaltado que Hitler en realidad olía a sulfuro de hidrógeno, esto es, a huevos podridos, a causa de su incontrolable flatulencia, especialmente a partir de Stalingrado. Albert Speer testimonió las malas digestiones del Führer que se levantaba apresuradamente después de comer y corría a sus habitaciones muy pálido. Y eso que no comía carne, pero hay que ver qué daño pueden hacer la coliflor y el brócoli en dosis masivas. El doctor Morell, su médico personal, ha dejado constancia de la calidad tipo blitzkrieg de los flatos y evacuaciones de Hitler, pese a las lavativas de manzanilla. Así que en realidad, el mejor envasado del líder nazi probablemente sea una bomba fétida. Y valga lo de bomba.

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