Buenos Aires
Fuerzas de seguridad estatales secuestraron a diez estudiantes de secundaria el 16 de septiembre de 1976 en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. Tenían entre 16 y 19 años y fueron torturados con saña. Solo tres sobrevivieron. La conocida como la noche de los lápices fue uno de los episodios más cruentos de la última dictadura (1976-1983), recordado sobre todo a partir de la película homónima de Héctor Olivera. A 40 años de esa trágica noche, Pablo Díaz considera saldada la deuda con los seis compañeros con los que compartió más de 90 días en el último centro clandestino de detención por el que pasó (pozo de Banfield) y a los que prometió no olvidar al ser liberado. "Siempre tuve la obsesión de cómo hacerlos salir de ahí. Hoy sé que no están en el pozo de Banfield, están acá, entre nosotros", dice Díaz a EL PAÍS tras ser homenajeado en el Congreso argentino. Junto a él, recibieron también un diploma otros supervivientes - Emilce Moler y Gustavo Calotti - y los actores de la cinta de Olivera.
En 1985, el testimonio de Díaz sobrecogió a los asistentes al juicio a las tres primeras Juntas Militares. "Yo estaba durmiendo, siento ruidos, como que golpean la puerta. Al portón grueso le pegan culatazos (...). Los vi y tenían puesto un pasamontañas en la cabeza. Me agarraron y me tiraron en el piso", relató.
Como la mayoría de secuestrados esa noche, Díaz militaba en la Coordinadora de Estudiantes Secundarios y había participado en las protestas para exigir una reducción del precio de los billetes de transporte para los alumnos. Su primer destino fue el Campo de Arana, bajo jurisdicción del Ejército argentino. "Me desnudaron y me pusieron en un catre. Yo seguía gritando. Me dijeron que me iban a dar una sesión de tortura para que no me olvidara. Me quemaron los labios", recordó ante los jueces. Narró también cómo le arrancaron una uña con una pinza y el diálogo entre los torturadores para deshacerse del cadáver de una chica que no había resistido. Hoy, a sus 59 años, este superviviente se prepara para declarar en el juicio sobre el pozo de Banfield, que comenzará el próximo noviembre.
Calotti también considera "un deber moral y ético conservar la memoria" por los compañeros desaparecidos. Según el informe Nunca Más que elaboró la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) en 1984, la dictadura hizo desaparecer a cerca de 250 adolescentes, algunos con apenas 13 años de edad.
"Desde que me liberaron en el 79, cuando me exilié a Francia, lo único que me prometí a mi mismo era ser memorioso para poder dar testimonio", expresa Calotti. Era un estudiante de 17 años del Colegio Nacional de La Plata cuando fue secuestrado, el 8 de septiembre de 1976, una semana antes de la noche de los lápices. Entre los recuerdos que conserva este docente de 57 años destaca la amistad que fraguó en cautiverio con el periodista Santiago Servín, quien le susurraba cada día un capítulo de su libro: "Un día vinieron, lo asearon, lo afeitaron y pensé que lo iban a liberar. Pero lo trasladaron y nunca más volvió a aparecer".
"Los represores no nos dicen dónde están los cuerpos. El delito no prescribe", denuncia Emilce Moler, hoy madre de tres hijos, matemática y docente, quien fue secuestrada a los 17 años. Agradece el homenaje del Congreso, organizado por la diputada Victoria Donda, al que considera "un acto reparatorio" que contribuye "a la construcción de la memoria". En la memoria colectiva argentina, la noche de los lápices se ha convertido en un símbolo de la represión militar contra cientos de adolescentes.
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