Ines Aizpun
No han sido pocas las voces que se han levantado, críticas, contra la ayuda ofrecida por el gobierno dominicano a los damnificados por el ciclón Matthew en Haití.
Independientemente de la generosidad o el altruismo con que se hayan diligenciado los envíos, hay una realidad insoslayable: ayudar a Haití ayuda a República Dominicana. Cuantos menos problemas tenga Haití, menos presión migratoria habrá en la frontera. Salvando las distancias, puede compararse la situación con la postura del rico que no entiende que su vida es mejor rodeado de otros ricos que de pobres. Mantener unas ganancias altas a costa de que no gane nadie más... es muy mala idea. Si no se hace por convicciones de justicia social o por mandato de caridad cristiana, luchar contra la pobreza es una buena estrategia económica para seguir ganando dinero.
Pero la comunidad internacional no ha considerado en su real trascendencia una ayuda impostergable. Es imposible organizar un país sin un registro civil confiable. Probablemente ni se sepa cuántos son los damnificados por el ciclón, como no se sabe cuántas personas perdieron la vida en el terremoto de 2010. ¿Cómo articular un programa de ayuda eficiente en el momento y más importante aun, que perdure en el tiempo, sin saber cuántos ciudadanos precisan la ayuda, quiénes son y por tanto qué necesitan?
Estados Unidos, Brasil y ahora también México son países que empiezan a hablar en voz alta sobre el problema de la migración haitiana en su territorio. Unos simplemente los expulsan y otros empiezan a quejarse porque el número es excesivo, que no pueden absorberlo.
Que Haití se levante es mejor para todos.
IAizpun@diariolibre.com
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