Luego del 20 de diciembre de 1989, la política rompió con el sistema que dominaba desde 1968, con tres generales y un coronel de la Fuerza Pública que se sucedieron en el mando; siete presidentes en el Palacio de las Garzas; un Concejo de 505 representantes, y siete decenas de diputados que se incluyeron en las elecciones de 1984. Además de una Corte Suprema de Justicia controlada, algo que aún se observa, aunque se niegue para guardar las apariencias.
Ya instalado el nuevo gobierno de Guillermo Endara, la diferencia era que las órdenes salían del Palacio de Las Garzas y no del Cuartel Central. La libertad de expresión tomó fuerza y nadie sentía temor de expresar alguna idea contraria a la de quienes tenían el mando. Los negocios que se practicaban en tiempos de la dictadura se mantienen ahora con otras sociedades y, también, con las de antes. Las instituciones públicas se han gastado millones de dólares en campañas de publicidad, en los últimos 25 años, pero sin llevar una secuencia de imagen, a excepción del Banco Nacional y la Caja de Ahorros. En otras palabras, en publicidad vacía que no sirve.
Aún veo una era posinvasión y pregunto: ¿Cómo separamos y dividimos la historia, en un antes y un después, en un país que fue militarizado y al que los partidos políticos han secuestrado para hacer sus negocios desde los puestos de poder? ¿Avanzamos, o no, en los nuevos tiempos? ¿No se observa tanta corrupción como en los 21 años de los militares? ¿Obtendremos respuestas a favor de la democracia, mientras la justicia demuestra decadencia, exista control desde el Palacio de las Garzas y los problemas de pobreza y educación sigan iguales? ¿Seguirán las cifras de desigualdad, a pesar de que nuestro país tiene los mayores ingresos de la región y una economía pujante desde las últimas dos décadas? ¿Obtendremos respuestas, mientras los diputados se gasten millones en privilegios y no se les descuente el salario por no trabajar?
Seis gobiernos se han alternado en el poder, pero no se nota gran diferencia. Solo se refleja un sistema ortodoxo y desgastado, que no ha servido para mejorar la desigualdad en nuestro país. Vemos la cobardía de los que enfrentan la justicia por corrupción, y huyen de las consecuencias de sus trastadas, pero estas les llueve a cántaros. Se valen de cerros de excusas para tapar sus delitos, y prefieren pagar varios millones de dólares a los abogados que se especializan en encontrar errores y tecnicismos legales, pero que no demuestran su inocencia.
El día que se reparta justicia en el mundo debe ser especial, porque ese mismo día caerán presos los abusadores que se han tapado con el manto del poder y con los dineros del chantaje. Hay amigos del poder que hacen de las suyas, incumpliendo las leyes, pero no les ocurre nada porque son protegidos por quienes prometieron cambios. La víctima de este manejo partidista es el pueblo, traicionado por el incumplimiento de promesas como convocar una constituyente y mayor transparencia en el gobierno.
Muchas acciones de los políticos se orientan a la búsqueda de hacer sus negocios, y no a resolver los grandes problemas del electorado, al que le deben sus puestos. Aún esperamos el “después”, pero siento que seguimos como “antes”, igual o peor. Si no cambia esta forma de gobernar, puede llegar una dictadura que nadie quiere pero parece propiciar la clase política.
Deseo terminar, como los poetas, con la siguiente reflexión: De la tierra sale la mayor riqueza de alimentos; del mar, bocados exquisitos; del barrio, los poetas y buenos deportistas; y de las universidades salen buenos profesionales; pero los buenos políticos parecen salir cada 100 años de la esperanza, mientras que los dictadores y los pésimos gobernantes salen de cualquier lado, porque abundan en todas partes.
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