"“Era él, como Supremo Elector, el que manejaba los hilos de la farsa (electoral). Imponía su férrea voluntad que, inmersa en las tinieblas de una honda inconsciencia moral, no vacilaba ante nada ni ante nadie en su afán de eternizarse en el poder. Nada lo detenía para lograr sus propósitos. El espíritu público estaba anonadado. Todo lo que pudiera significar dignidad o decoro personal estaba abolido. En dramático enfrentamiento con la Iglesia Católica, buscaba humillar y doblegar a ésta, para satisfacer sus ambiciones desmedidas y complacer su propio ego.”
Moca y el 30 de mayo de 1961
Alberto Rincón
Alberto Rincón
Por la memoria de los mártires del 30 de Mayo
EN LAS GARRAS DEL TERROR
Tomás Báez Díaz
(Editorial Taller, 1986)
(Segunda edición, 2011)
(Editorial Taller, 1986)
(Segunda edición, 2011)
(Este extracto del libro incluye parte de las torturas en el centro de torturas conocido como El 9, después de haber sido golpeados, torturados y electrocutados en La 40. Estos párrafos describen sólo algunos episodios de los vejámenes y torturas descritos por el autor en este libro durante su cautiverio de cinco meses y medio de torturas y privaciones en La Victoria, la Cuarenta y el Nueve. Por falta de espacio no podemos incluir las torturas, abusos y privaciones que sufrieron el autor y sus compañeros en La 40, pero pueden ir a la pág. 35 del libro donde bajo el título de Vivencia aterradora narra los hechos dantescos que vivió antes de ser trasladado al centro de torturas de Ramfis Trujillo conocido como El 9.)
Todavía en esa fecha, mi hermano Miguel Ángel era compañero de celda y cuando su turno le llegó,que fue de los primeros, estuve a punto de enloquecer. Lo que oía y lo que presumía, lo sentía en carne propia. Me ponía las manos en los oídos. Rezaba. Me desesperaba.Todos los compañeros reaccionaban de modo parecido.Cuando la electricidad y los golpes no eran suficientes,recurrían al fuego y en medio de las torturas, sentíamos el olor a papel u otros combustibles. La segunda vez que mi hermano regresaba lo trajo Virgilio García Trujillo, quien,utilizando vergajos y pedazos de gruesas gomas, lo martirizaba. El espectáculo que ofreció frente a nuestra celda,la insania, el instinto criminal, el ensañamiento, debe ser recordado por todas las generaciones dominicanas, como ejemplo vivo de lo que representaba y representa la familia Trujillo, estigmatizada hasta la eternidad. Cuando tiraron el cuerpo exánime de mi hermano, todos fuimos a recogerlo. Apoyó su cabeza en mis piernas y se quejaba de grandes dolores y terrible ardor en la nuca. Nos turnábamos para echarle aire con la boca, única forma en que parecía que se aliviaba. Tenía una sed incontenible. Alguien pidió agua; hacía más de veinte horas que no bebíamos. Apareció un alma buena y ordenó que la sirvieran,casi en actitud de protesta, porque se compadeció del miserable estado en que estábamos. Después escuchamos que volvían a abrir la puerta del pasillo que conducía al sector en donde estábamos. Nueva expectativa. ¿Vendrán a nuestra celda? Sí, ya abren el enorme candado y dicen:Tomás Báez Díaz. Me levanto en actitud de resignación y cuatro bestias me conducen a la Cámara de Torturas. Allí están Virgilio García Trujillo, Clodoveo Ortiz, Eladio Ramírez Suero y seis u ocho verdugos más. Virgilio García Trujillo, desde el escritorio, conduce las torturas y los interrogatorios. Me hacen sentar en la “Silla Eléctrica” y comienzan a interrogarme.
Recuerdo las recomendaciones de mi hermano, que el único medio de preservar la vida es mantener la inocencia y a ella me agarré como a mi única áncora de salvación. Mantuve rabiosamente mi inocencia. Insulté airadamente al general Virgilio García Trujillo. Pronuncié las frases más soeces, exasperado por las torturas, y como reacción a esta actitud mía, utilizaron varios métodos para arrancarme una confesión de culpabilidad. Me aplicaron el sistema de“ablandamiento”, consistente en dar golpes en el cráneo con un pedazo de gruesa goma de corta dimensión. Operación que comenzaba con la aplicación de golpes casi tenues, aumentándolos gradualmente hasta llegar a la violencia, acompañándolos con frases que el verdugo pronunciaba con desesperante cinismo. Finalmente quedaba inconsciente y cuando reaccionaba, comenzaban nuevamente los interrogatorios. Luego abandonaron el sistema de ablandamiento y usando otro pedazo de goma grueso, pero más largo, me golpearon en la cara y en lanuca. Creo que al primer golpe en este sitio quedé otra vez inconsciente. Cuando reaccioné no veía con el ojo derecho. En ese momento oí que Eladio Ramírez Suerole proponía a Virgilio García Trujillo traer el interrogatorio que me hicieron en “La Cuarenta” y pensé que su propósito era poner en evidencia que yo me había enterado del complot antes del ajusticiamiento de Trujillo. Luego me enteré, cuando tuve oportunidad de leerlo en San Isidro, que habían omitido una parte del mismo. Ese día obtuve un triunfo con la muerte, porque en unos comentarios que hizo Virgilio García Trujillo, insinuó que yo no estaba enterado del complot. Cuando oí esto, tuve un relativo regocijo. No obstante ello, fui llevado a la celda por 4 verdugos, aplicándome golpes con vergajos, durante todo el trayecto. Cuando me lanzaron a la celda me recogieron mis compañeros y me coloqué en una rara postura en cuya forma sentía menos los dolores que experimentaba en todo el cuerpo y mi pobre hermano me suplicaba que no permaneciera así, porque daba la impresión de que me encontraba en peores condiciones de lo que quizás estuviera. Tan preocupado se mostró que lo complací, abandonando una postura que me era más cómoda.
Más tarde, como a las 6 p.m., trajeron algo para que comiéramos, no habíamos comido en todo el día anterior y creo que ingerimos algunos bocados. Estos mendrugos que nos tiraron no evitó que continuaran las torturas hasta prolongadas horas de la madrugada. Todo el día y toda la noche oímos el mismo fatídico y enloquecedor aquelarre, el mismo maldito golpeteo de los cerrojos de las puertas de hierro de los pasillos y de las celdas que las abrían y las cerraban, los mismos gritos, casi aullidos, quejidos y ayes. Y en avanzadas horas de la madrugada notamos algo raro. Los verdugos cantaban y silbaban en una forma peculiar, algo así como lo hacen algunos muchachos y hombres que creen en fantasmas. Indudablemente tenían miedo. El miedo de la Leyenda Negra. El miedo del perro al que enseñaron a matar indios y llegó un día que se aterrorizó de su propia obra. Por fin, aquella noche cesaron las torturas físicas y comenzaron las mentales: ahora abrían con violencia las puertas de las celdas y nos llamaban groseramente; nos poníamos de pie y habiendo satisfecho su propósito volvían a cerrar las puertas y se retira- ban. En algunas ocasiones se llevaban a uno de los compañeros y no volvían a traerlo. En estos casos pensábamos que lo habían asesinado, pero no todos tuvieronese triste destino, porque luego comprobamos que a algunos los llevaron a otras celdas.Así transcurría el tiempo y una de las tantas mañanas trágicas, al abrir el carcelero la puerta de la celda, lo hizo llevando un pañuelo que le cubría la nariz. Ya despedíamos mal olor. Sin duda que la falta de baño, las heridas sin haber sido curadas, las necesidades fisiológicas en la misma celda y la promiscuidad, habían creado un ambiente insoportable para ellos, pues, nosotros, o teníamos embotado el sentido del olfato o estábamos acostumbrados al ambiente que nos rodeaba.
[Párrafos omitidos para ahorrar espacio]
Logrado esto, lo introdujeron en la celda y me informó después de un rato que Ramfis y Radhamés habían regresado. Que ellos y sus secuaces lo llevaron a él y a Modesto Díaz al fondo del patio, los interrogaron brutalmente, los amenazaron que los fusilarían si no declaraban y habiéndose negado a hacerlo, hicieron reiterados simulacros de fusilamientos, aplazando este propósito para torturarlos en una forma que ya mi mente aguijoneada y deshecha por estos recuerdos, se niega a repetir.Desde que inicié esta desagradable y tétrica narración,se ha agudizado mi insomnio. El tratamiento que me recomendó el médico ya no es efectivo. Casi todas las noches logro dormirme a las tres o cuatro de la mañana. Esnecesario que termine esta tarea cuanto antes, porque cuan-do escribo determinados episodios, siento ligero alivio ypienso que descargado mi cerebro de todas aquellasescenas, tan terriblemente impresas en él, quizás un telóncubra ese pasado sombrío y tenebroso.Se sucedían los días y las noches y continuaban implacablemente los macabros alaridos de las torturas. Uno de nuestros compañeros, un joven profesional, presentó violentamente los síntomas de locura. Al principio pensamos que sus raras ideas eran malas apreciaciones nuestras, pero con desesperación comprobamos la triste realidad de que estaba loco. Esta desgracia no nos sorprendió,porque era la reacción natural al terror que nos envolvía y ella aumentó nuestros sinsabores, por lo que significaba y porque constantemente debíamos intervenir para que no continuara hablando muchos temas inconvenientes.Una mañana procuraron a mi hijo Bolívar y cuando lo regresaron a la celda, me dijo que lo había recibido una persona que probablemente pertenecía a la “OEA”, por su aspecto y por los modales y decencia con que lo había tratado. Luego me condujeron ante él.
Nota: Su hermano, Miguel Angel Báez Díaz, no sobrevivió a las torturas. Lean más arriba sobre los macabros hechos que le provocaron la muerte en Revelan crímenes de Ramfis y Radhamés.
Pueden acceder al libro en este link:https://www.scribd.com/d…/301759674/En-Las-Garras-Del-Terror
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