ISIS o Daesh libra una misma guerra en dos frentes, complementarios pero muy distintos. Sobre el terreno, Siria-Irak, la organización terrorista puede que no esté ganando la guerra, pero lo seguro es que en el frente civil, Europa, lleva clara ventaja.
El yihadismo asesino tiene dos ejércitos, el que trata de sobrellevar la campaña de bombardeos de Occidente, y el que ha despachado a Europa conocido con el nombre indistinto pero muy diferente de inmigrantes o refugiados. Y son irrelevantes las motivaciones de quienes huyen del horror —pavor genuino ante una existencia insoportable, o sigilosa preparación para el delito terrorista— porque todos sirven a un único propósito, hacer una leva de reclutas para el ejército que combate en Oriente Medio, así como sembrar el odio eterno y recíproco entre sociedades anfitrionas y masas de recién llegados o ya supuestamente arraigados en países de acogida.
Y ese doble yihadismo ha ganado cuando menos una primera batalla contra Europa. A saber: 1. Restricción de libertades en Francia, con estado de excepción por tiempo indefinido y palos de ciego para crear en el público la ilusión de que se hace algo: bombardeos que solo fabrican refugiados, y amenaza con despojar de la nacionalidad, aunque nadie ve en qué puede contribuir ello a la lucha contra el enemigo. 2. Destrucción, sin plazo de restablecimiento, del espacio Schengen, con su ilusión de una Europa de libre aposentamiento para los europeos. 3. Virtuosas naciones luteranas como Dinamarca que vacían los bolsillos de los refugiados para que se costeen ellos mismos su libertad, o, Suecia, que planea deportaciones masivas para impedir a ojo de buen cubero la contaminación del yihadismo en su interior. 4. Crecimiento del sentimiento antieuropeo en un paisaje como el británico, ante un eventual referéndum sobre la permanencia de Londres en la UE, aunque en este caso es difícil determinar si conviene más dentro que fuera. 5. Y por lo que respecta a España explícitas advertencias sobre el futuro de Al Andalus: Reconquista (musulmana) contra Reconquista (cristiana), pero cinco siglos después. Y así, aquel poderoso artefacto con el que la diplomacia franquista engañaba el hambre, la "tradicional amistad con el mundo árabe", se ve convertido en ultimátum a plazo indeterminado. Todo ello tiene un nombre: el envilecimiento de Europa.
Los refugiados-inmigrantes, cualesquiera que puedan ser sus mejores intenciones, son la materia prima de una quinta columna, ante la que sería insensato suponer que no se va a producir una reacción radicalmente airada de la opinión europea. Y de nuevo, vesania genuina o inducida por pescadores en río revuelto, las agresiones de Colonia contra mujeres alemanas pueden constituir el primer acto de una terrible representación.
Se podrá destruir la implantación territorial del llamado Califato Islámico, aunque harán falta para ello más que bombardeos occidentales y el concurso de las fuerzas de Damasco; pero la metástasis de refugiados y anfitriones no tiene cura perceptible. El yihadismo es un miasma que solo puede combatir el propio mundo árabe-islámico, y no por azar obra el terror en Túnez. La derrota de laintifada democrática tunecina sería tan letal para Europa como para el mundo árabe.
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