22 de febrero de 2016 - 12:08 am -
Urge asumir el paradigma de la diversidad, que nos brinda la oportunidad de reconocer las diferencias como una oportunidad de beneficiarnos todos, para fortalecer ésta democracia tan restringida.
La Democracia es “una política del reconocimiento del otro”, nos decía Charles Taylor. La Democracia es la forma de gobierno en la cual la legitimación la hace la demos y la política se constituye en el arte de gobernar los espacios públicos que compartimos.
La Democracia es en si misma la consumación de los valores: Igualdad, Equidad, solidaridad, tolerancia, pluralismo, diversidad; que coadyuvan a la voluntad colectiva, en función de la búsqueda permanente del interés común, que es el epicentro en la sociedad.
Para Alain Touraine, la democracia “es un conjunto de las garantías institucionales que permiten combinar la unidad de la razón instrumental con la diversidad de las memorias, el intercambio con la libertad”. La democracia si bien no necesariamente es la forma de Gobierno final de la especie humana, como sentenciaría Francis Fukuyama en sus libros El Fin de la Historia y el Ultimo Hombre; es la que encierra mas participación horizontal institucionalizada; es la que prevalece mas allá del poder personal; es por decirlo así, intrínsecamente, impersonal.
La democracia y con ella un verdadero demócrata no cimenta su triunfo en el paradigma de exclusión y de fundamentalismo. La democracia no es el dogma de ignorar la otra mitad de la sociedad. La democracia es el comportamiento reflejo de integración y de reconocimiento a la minoría sin subordinación. La democracia es consenso con legitimación; con agendas orquestada en la viabilizacion, en la priorización. La democracia es la búsqueda en los territorios de los iguales.
Por lo tanto, en la asunción real de la democracia, ella, niega en si mismo la batalla de los egos y llama a una lucidez para gestionarlos. Los egos, nos conducen a desarrollar una cultura autoritaria, de desconocimiento al otro que no piensa igual que tu. Los egos, nos pautan a creernos que somos mejor que los demás, superior a los demás que no son de nosotros y guardan siempre sobre si el dogma de la jerarquización, ya sea por mas poder, por tener mas riqueza; y, en consecuencia, lleva en su entraña el desprecio por los otros y la petulancia es su guía y razón de ser.
Los egos, reivindican aquel famoso aforismo del lord Acton que decía “el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Esos egos obnubilan la mente, nos hacen perder la perspectiva de la realidad Nos impiden pensar, reflexionar y entender la responsabilidad, en el sentido del derecho y el deber. Nos lleva, en aras de la hegemonía del poder a construir el encanto insidioso de la estupidez.
Cuando Roberto Rodríguez Marchena, dice que “seria bueno un debate, pero que Danilo no tiene con quien debatir”. Esta queriendo excluir a: Guillermo Moreno, Minou Tavares, Luis Abinader; Elías Wessin, Pelegrin Castillo. En sus egos, no se da cuenta que tiene el Síndrome de Hybris, que es la “incapacidad para cambiar de dirección porque ello supondría admitir que se ha cometido un error”. El Síndrome de Hybris, lo lleva a desconocer la realidad de que estamos en campaña y que si bien la política es racional, también es pasión, es emoción. Empero, hay que saber cuando mezclamos con equilibrio uno y otro, para no entrar en la negación de lo que queremos decir que no dijo, en una galimatías cantinflesca.
Esos egos producen una verdadera corrosión social, que crean en el escenario de la interacción social, signos ominosos de desconfianza. Los egos, no crean los necesarios puentes que amerita una democracia, para una Gobernanza efectiva; pues los mismos yuxtaponen conceptos, categorías y personas en una coctelera déficit de engendrar algo positivo para el colectivo societal.
Los egos como pantalla internalizada, construyen al mismo tiempo, sus puntos ciegos, su cultura del autoengaño. Los egos, no producen una ceguera mental, pero si una mera visión tubular, solo miran lo que quieren ver. Los egos lo llevan a la manipulación, a la mentira, a tratar de ignorar a los demás, a la soberbia, la prepotencia y a la altanería.
Es como nos dice David Owen, en su libro En el Poder y en la enfermedad “… La estupidez, la fuente del autoengaño, es un factor que desempeña un papel notablemente grande en el gobierno. Consiste en evaluar una situación en términos de ideas fijas preconcebidas mientras se ignora o rechaza todo signo contrario…” Los egos, producen siempre un ambiente toxico; generan lentes y filtros que anulan al otro; es llevado al cuerpo humano, como si todo lo que dicen brotan halitosis y flatulencia.
Esta sociedad caracterizada por el síndrome de desamparo institucional, no puede seguir permitiendo las batallas de los egos, pues ello nos lleva de manera inexcusable a la fosilización mas profunda de ésta democracia etiquetada. Los actores políticos no avanzan y se siguen moviendo en el paradigma de la desconfianza, donde diferencia es igual a amenaza. Urge asumir el paradigma de la diversidad, que nos brinda la oportunidad de reconocer las diferencias como una oportunidad de beneficiarnos todos, para fortalecer ésta democracia tan restringida.
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