Pese a los disparos ideológicos y la captura del cuerpo social dominicano por el Estado y un sujeto único vigente como corrupción y degeneración institucional, el individuo social de los últimos años del siglo XX y de comienzos del siglo XXI, ha sido atravesado por fuerzas y cardinales de la anomia política, así como por la alienación social de fin de siglo XX y de comienzos del siglo XXI.
La saga política dominicana del siglo que comienza, registra los hechos más bochornosos e inquietantes de una visión gubernamental cuyos ahorros de justicia y las líneas de estrangulamiento moral, político y económico, sugieren un nivel de pérdida en cuyo espesor ideológico se debate la guerra social y superestructural ubicable entre 2000-2016 y donde la historia sociopolítica dominicana revela que la repetición como sistema y código es un mecanismo hereditario de un tipo especial de poder, convergente en la función histórico-social del individualismo hegemónico, en cuyas imágenes advertimos un discurso de la pérdida y la disolución moral, política, educativa, socioeconómica y cultural cuyos anclajes favorecen los planes ocultos de las ya conocidas corporaciones políticas, institucionales, jurídicas y en general estatales, apoyadas en ese “espejo de apariencia” y sobre todo de paciencia en los que se refleja y “conserva” la sociedad dominicana.
En efecto, nada más peligroso oculta el hecho y la pérdida de una voluntad política emancipatoria e insurreccional, derrotada hasta hoy por un discurso de Estado absorbente del cuerpo electoral, el cuerpo decisional y las fuerzas en diálogo del país. La guerra existente entre el ofrecimiento, mantenimiento y la continuidad de los sectores estatales en el tren administrativo del país, pero sobre todo en el tren burocrático “amarrado”, secuestrado “legalmente” por el Estado-gobierno de los últimos doce años, es una escena autoritaria que germina y se impone como avance y fuerza propia del poder político predominante.
Así, lo que se ha llamado de manera eufemística “la sociedad dominicana” es el resultado de una estructura “caótica” y “caosmótica” sin ejes ni órganos seguros de representación; los roles sociales de la misma responden a un criterio parcial de representabilidad, de “pareceres” e intereses que desbordan espacios reales de producción en coyunturas surgentes de acciones políticas, culturales, educativas y jurídicas deniveladas e interferidas por una política del biopoder establecido.
¿Qué significa hoy la palabra “Cambio” en la República Dominicana? Una nebulosa. Una falsa lección política. Un engranaje de las mentiras políticas. El cuerpo roto de la sociedad dominicana. El espectro de una política del fracaso. Vemos cómo han progresado los nuevos programas, documentos de barbarie y de “neobarbarie”. La política “intestinal” del país se ha establecido como código-lenguaje y domesticación-resistencia, frente al perfeccionamiento de los mecanismos de restricción e imposición de nuevas leyes anticiudadanas y sobre todo de procedimientos institucionales contaminados, establecidos para el manejo de la “cosa” económica, ejecutiva, legislativa, jurídica, política, educativa y cultural.
Frente al descontrol de prácticas electorales y políticas de todo tipo vemos, sin embargo y con asombro, un mapa de la figuración social respaldado por lo que hemos denominado la realidad manipulada, esto es, “la mentira de la interpretación”.
La República Dominicana que es, en los actuales momentos, una suma fantástica de comarcas políticas de corrupción , responde a la planificación y a la manipulación de una tribu de poder cuyo “pensar” o “pensamiento” traduce diariamente la escena de un presente sustituido por una historia construida y por historiadores que se han especializado en documentar sólo el pasado (la primera ocupación norteamericana, la dictadura de los 31 años de Rafael L. Trujillo Molina, la guerra de abril del 65, los doce años del extinto presidente Joaquín Balaguer…), dejando intocado el actual cuerpo social e ideológico marcado por desviaciones, perforaciones ético-morales y figuraciones de todo tipo.
Los ejes y bordes del presente giran en torno a lo que Giorgio Agamben denomina el “Estado de excepción como paradigma de gobierno”, esto es, lo que surge de la tensión entre gobierno, soberanía y suspensión o manipulación de los derechos ciudadanos.
“Por otra parte – nos dice Agamben -, si la excepción es el dispositivo original en virtud del cual el derecho se refiere a la vida y la incluye en él por medio de la propia suspensión, la teoría del estado de excepción se convierte entonces en una condición preliminar para definir la relación que liga al viviente con el derecho y, al mismo tiempo, le abandona a él”. (Ver Giorgio Agamben:Estado de excepción. Homo sacer II, 1, Ed. Pre-textos, Valencia, 2010, p.10).
La situación, y más bien, la comprensión de dicho concepto, recorre todo un terreno poblado de manejos, acentos direccionales e imágenes donde el poder sobredetermina la escena de lo político y sus acciones, en un marco de anomalías que pretenden “gobernar” al sujeto o ciudadano en la esfera pública. Y así, en esta “tierra de nadie” donde las ocurrencias de lo político y lo ideológico producen niveles drásticos y graves de incertidumbre, se abre la tumoración de una crisis cuyo rasgo de descomposición se convierte en espacio de contradicción y clausura de los derechos reales y legítimos del ciudadano.
jpm
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