Muchos cubanos esperan poder vengarse de sus represores. Les da lo mismo empuñar un machete que un bate de béisbol
LA HABANA, Cuba.- No faltan opositores que anhelan el momento de llevar a los tribunales a los esbirros que los golpearon durante un acto de repudio. Otros aguardan por ver tras las rejas al fiscal que los condenó, a todos los carceleros que lo maltrataron en el tiempo del cautiverio y hasta a los chivatos del barrio en su afán por amargarles la vida.
He podido constatar este tipo de posturas, hasta cierto punto justificadas. Pero, a juzgar por las experiencias transicionales en el mundo contemporáneo, la mayoría de estos actos sin dudas vergonzosos y sobradamente castigables, quedan impunes o relegados a un solución a muy largo plazo.
Es imposible, aunque cueste decirlo, aleccionar a todas personas que hicieron y hacen daño a sus semejantes por el mero hecho de pensar diferente y en muchos casos bajo coacción de entes superiores.
La alternativa en estos casos queda limitada al desagravio público y a las sanciones administrativas. La cárcel le tocará a muy pocos de los que merecerían estar encerrados por el resto de sus días.
Ante el dilema que se avecina es oportuno un llamado a la contención y a la serenidad. La impotencia de no ver a los verdugos pagar por sus culpas podría alentar el ajuste de cuentas a plena luz del día o bajo el camuflaje de los callejones oscuros que existen a lo largo y ancho de la Isla.
Conozco compatriotas, hasta el momento ninguno opositor, que esperan por el momento de venganza. Les da lo mismo empuñar un machete que un bate de béisbol.
El asunto es darles su merecido a personas que les causaron daños físicos y psicológicos, a través de delaciones o informes negativos, en ocasiones manipulados con la mala idea de aumentar la magnitud del escarmiento.
Un análisis objetivo del asunto me conduce a la dolorosa conclusión de que de alguna manera casi todos llevamos una cuota de culpabilidad en que el castrismo haya convertido a la nación en un ámbito de miseria material, ética y moral.
Pecamos por acción u omisión a cuenta de la ignorancia, las emociones o el miedo. Por tanto nos toca despojarnos de la falsa creencia de una pureza que solo podría ser creíble en el arte o la literatura.
Por todas esas realidades fácilmente comprobables es necesario pensar con realismo el futuro del país.
No albergo la pretensión de eximir al actual régimen de sus responsabilidades en la destrucción de un país que en 1959, y bajo otra dictadura, poseía indicadores económicos envidiables y espacios para ejercer la libertad de expresión.
La justicia debe ser parte de un proceso en el que hay que incluir la creación de mecanismos para proteger contra el olvido las incidencias de tan nefasto período de la historia nacional.
Al final habrá que pasar la página. Pocos recibirán lo que se merecen por el cúmulo de sus abominaciones abiertas u ocultas.
Sucedió con la dictadura chilena presidida por Augusto Pinochet, con el régimen del apartheid, en Sudáfrica y los países excomunistas de Europa Central.
Dudo que Cuba sea la excepción.
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