29 de febrero de 2016 - 12:08 am -
Ante el féretro de Silvio me abrazaron todos sus combates y las partidas de dominó que durante décadas refugiaban la necesidad de botar el golpe, aunque tejíamos capicúas volviendo una y otra vez a las preocupaciones nacionales, hasta su vuelo final
Parado ante el féretro que contenía sus restos, no sabía si dejar fluir las lágrimas apenas contenidas, si sacudir la cabeza por la incredulidad, o dar gracias a Dios por tanta vida como la que se nos iba en el cuerpo, más no en el espíritu indómito, de Silvio Herasme Peña, colega del alma en las luchas democráticas durante casi medio siglo.
El es un símbolo viviente de la etapa nacional, inaugurada en la primavera libertaria de los sesenta, tras el oscurantismo de los 31 años de la tiranía trujillista, combatiente de la vanguardia periodística, con una valentía que convocaba e inspiraba energías espirituales y sociales. Fue pionero de los egresados de la escuela de comunicación social que abrió la Universidad ya Autónoma de Santo Domingo, y se adscribió al periodismo comprometido con los grandes ideales sociales.
Porque no podíamos permitir que se repitiera, la generación de los periodistas de los sesenta, nutridos por la ofrenda sagrada de los miles que entregaron la vida luchando contra los nuevos sátrapas de 1965 y sus salvadores invasores norteamericanos, nos propusimos batallar para evitar el retorno de las sombras, y Silvio fue uno de los más persistentes inspiradores, presente en todos los escenarios donde el buen periodismo y la mejor política concertaban abrazos y redes para que el balaguerismo no volviera a trocar en oscura noche la vida nacional.
Herasme Peña se movía en los ámbitos del periodismo, pero también de la política, sin empeñar su libertad, de las organizaciones sindicales y sociales, de los clubes culturales y las nuevas generaciones intelectuales, que contaron siempre con los espacios que él supo abrir para la libre circulación de los proyectos y programas que invocaban la reivindicación de la verdadera soberanía y dignidad de la nación, amarrando donde quiera que había un hálito democrático.
Su valentía se hizo legendaria como reportero que denunciaba los crímenes y las extracciones de las riquezas nacionales, en años de contubernio entre los que nunca han creído en los valores de la nación dominicana y sus socios extranjeros. En una ocasión llegó a sacar de un cerco policial, en su propio automóvil, al líder del Movimiento Popular Dominicano Maximiliano Gómez. Aunque siempre lamentó haber llegado tarde al escenario donde fusilaron a Otto Morales en la calle José Contreras. Pagó sus atrevimientos hasta con cárcel.
Desde el Listín Diario en los años del golpismo y la revolución, en El Nacional de la cuasi dictadura de Balaguer, y en La Noticia de los años setenta y ochenta está escrita una inmensa carrera periodística que defendió la existencia de todos los perseguidos, de los exiliados y excluidos, en las luchas por reivindicar la riqueza nacional, como la que arrojó la nacionalización de la mina de oro de Cotuí o en la batalla para la recuperación de 38 millones de dólares de manos de la que la Gulf and Western.
Ante el féretro de Silvio me abrazaron todos sus combates y las partidas de dominó que durante décadas refugiaban la necesidad de botar el golpe, aunque tejíamos capicúas volviendo una y otra vez a las preocupaciones nacionales, hasta su vuelo final, que tal vez presentía cuando legó su último artículo publicado en el Listín Diario del domingo 21.
Bajo el título “¡Mire con atención, si puede!”, pasó rápida revista al “largo rosario de impunidad que subyace sobre los peores crímenes ejecutados en el país, todos investidos de carácter político”, para dejar la advertencia de que “Si no miramos con atención esa retahíla perversa de nuestra historia represiva de los últimos sesenta años, nunca tendrá este país un concepto claro, transparente, de los objetivos políticos de nuestra existencia”.
Silvio Herasme se llevó una parte de quienes fuimos sus compañeros, habiendo dejado dispuesto que lo revirtieran al polvo de donde provino, más de estrellas que de los caminos. Pero polvo, ceniza, como seremos todos aunque nos disfracemos de grandeza.-
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Muchas gracias don Juan Bolívar.
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