Fabio Herrera MiniÑo
A ciento setenta y dos años de la decisión de los dominicanos de separarse de la ocupación haitiana, que por 22 años estuvo pisoteando los destinos de lo que fuera una colonia española, las presentes generaciones dominicanas nos deberíamos tropezar con un punto de inflexión para una nueva toma de conciencia en el siglo XXI. Esto debe ocurrir para rescatar los valores de la dominicanidad y afianzar la soberanía.
Durante los meses pasados han ocurrido acontecimientos que inciden dramáticamente en lo que era una conducta de la indiferencia y de la conformidad frente a la realidad. Esta nos arropa a ojos vistas de la invasión pacífica y envolvente de los haitianos. Ellos se apoderan de espacios territoriales ante la indolencia de los criollos que la aceptan con resignación de un hecho cumplido e irremediable.
La administración del PLD, ahora al final de su tercer mandato consecutivo con un equipo político y técnico que había preparado su plan de gobierno en todos los aspectos, confronta, desde hace meses con las relaciones binacionales isleñas, vacilaciones y temores que todavía se le escapa de las manos por lo ladino que son los funcionarios haitianos. Ellos siempre están buscando un punto de confrontación para ver cómo atemorizan a la Cancillería dominicana. La agresividad diplomática de Haití, en todos los frentes internacionales, coloca al país como una nación abusadora, incumplidora, explotadora y menos organizada que la desorganizada nación fallida de occidente.
El 27 de febrero de 1844 fue la culminación de la labor, que desde 1838 había iniciado Juan Pablo Duarte entre sus compatriotas. Ese entusiasmo juvenil de un hombre de 25 años rindió sus frutos con la consolidación de La Trinitaria y precipitó en la fragua del sacrificio, como dicen los románticos independentistas, los valores de una generación joven demandante de libertad, sin el odiado dominio tutelar del país del occidente de la isla.
Fueron diversas las razones para optar por la separación, después de 22 años de dominio haitiano. Esto ocurrió de una manera extraña, sin derramamiento de sangre. Las autoridades interventoras accedieron abandonar a Santo Domingo a raíz de los pronunciamientos irreversibles de libertad. Dos semanas después, el nuevo país ya se veía invadido por dos frentes de ejércitos bien armados, con la orden de reocupar el territorio oriental de la isla, ya que su Constitución afirmaba que era parte de su territorio por aquello de la una e indivisible.
Las increíbles y legendarias hazañas bélicas de 1844 reposan en la tradición histórica del país. Las batallas del 19 y del 30 de Marzo son parte de la leyenda histórica y se narran con fervor de cómo el bando criollo, mal armado y bisoño, experimentó pocas bajas, mientras los invasores sufrieron decenas de muertos y pérdida de material bélico. Es que el esfuerzo patriótico de los investigadores e historiadores nos presentan a unos antepasados sin temor y dispuestos a conservar la decisión tomada el 27 de febrero. Y así ocurrió para que el valor dominicano llene con hazañas de valor y decisión la historia nacional y su propósito firme de ser libres o morir.
En la segunda década del siglo XXI nos enfrentamos a una nueva situación. La presencia masiva y pacífica de millares de haitianos están empujando al país a una posición difícil de sostener en el tiempo, por tener una opinión mundial adversa y condicionada. Se han tomado las medidas para preservar la nacionalidad con la imposición de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, despertando toda clase de sentimientos y opiniones estremecedoras. Están destinadas a sacudir a los dominicanos de su acostumbrada indolencia de aceptar el hecho consumado de la presencia extra nacional, que dominaría con el tiempo, los valores de soberanía y patriotismo de todos nosotros.
La ocasión de este aniversario es propicio para, en una rápida retro perspectiva, comprender el valor de nuestros antepasados, atrapados en una nacionalidad aplastada. Ellos aunaron entusiasmos y esfuerzos dándole inicio a una débil y desorganizada nación. Esta surgió y creció para hoy en día ser el hábitat de millones de seres humanos en la búsqueda de la seguridad y el bienestar. Esto se empantana por las ambiciones de los políticos que han hecho del erario su fuente primaria y segura de su enriquecimiento, ahogando de esa manera los sueños de Juan Pablo Duarte de una nación libre del yugo extranjero.
Durante los meses pasados han ocurrido acontecimientos que inciden dramáticamente en lo que era una conducta de la indiferencia y de la conformidad frente a la realidad. Esta nos arropa a ojos vistas de la invasión pacífica y envolvente de los haitianos. Ellos se apoderan de espacios territoriales ante la indolencia de los criollos que la aceptan con resignación de un hecho cumplido e irremediable.
La administración del PLD, ahora al final de su tercer mandato consecutivo con un equipo político y técnico que había preparado su plan de gobierno en todos los aspectos, confronta, desde hace meses con las relaciones binacionales isleñas, vacilaciones y temores que todavía se le escapa de las manos por lo ladino que son los funcionarios haitianos. Ellos siempre están buscando un punto de confrontación para ver cómo atemorizan a la Cancillería dominicana. La agresividad diplomática de Haití, en todos los frentes internacionales, coloca al país como una nación abusadora, incumplidora, explotadora y menos organizada que la desorganizada nación fallida de occidente.
El 27 de febrero de 1844 fue la culminación de la labor, que desde 1838 había iniciado Juan Pablo Duarte entre sus compatriotas. Ese entusiasmo juvenil de un hombre de 25 años rindió sus frutos con la consolidación de La Trinitaria y precipitó en la fragua del sacrificio, como dicen los románticos independentistas, los valores de una generación joven demandante de libertad, sin el odiado dominio tutelar del país del occidente de la isla.
Fueron diversas las razones para optar por la separación, después de 22 años de dominio haitiano. Esto ocurrió de una manera extraña, sin derramamiento de sangre. Las autoridades interventoras accedieron abandonar a Santo Domingo a raíz de los pronunciamientos irreversibles de libertad. Dos semanas después, el nuevo país ya se veía invadido por dos frentes de ejércitos bien armados, con la orden de reocupar el territorio oriental de la isla, ya que su Constitución afirmaba que era parte de su territorio por aquello de la una e indivisible.
Las increíbles y legendarias hazañas bélicas de 1844 reposan en la tradición histórica del país. Las batallas del 19 y del 30 de Marzo son parte de la leyenda histórica y se narran con fervor de cómo el bando criollo, mal armado y bisoño, experimentó pocas bajas, mientras los invasores sufrieron decenas de muertos y pérdida de material bélico. Es que el esfuerzo patriótico de los investigadores e historiadores nos presentan a unos antepasados sin temor y dispuestos a conservar la decisión tomada el 27 de febrero. Y así ocurrió para que el valor dominicano llene con hazañas de valor y decisión la historia nacional y su propósito firme de ser libres o morir.
En la segunda década del siglo XXI nos enfrentamos a una nueva situación. La presencia masiva y pacífica de millares de haitianos están empujando al país a una posición difícil de sostener en el tiempo, por tener una opinión mundial adversa y condicionada. Se han tomado las medidas para preservar la nacionalidad con la imposición de la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, despertando toda clase de sentimientos y opiniones estremecedoras. Están destinadas a sacudir a los dominicanos de su acostumbrada indolencia de aceptar el hecho consumado de la presencia extra nacional, que dominaría con el tiempo, los valores de soberanía y patriotismo de todos nosotros.
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