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lunes, 14 de septiembre de 2015

¿Qué vieron las casas victorianas?


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Por Segundo Imbert Brugal. 14 de septiembre de 2015 - 12:10 am -  0
Es libro que da para muchos libros, una novela de muñeca rusa: encierra otras que se encubren entre sí. Quizás futuras entregas del autor podrán mostrárnosla todas. 
Segundo Imbert Brugal

Segundo Imbert Brugal

Psiquiatra, observador socio- político, opinador. Aficionado a las artes y disciplinas intrascendentes de trascendencia intelectual.
“Lo que vieron las casas victorianas”, novela escrita por Manuel Andrés Brugal Kunhardt, coloca al lector en Puerto Plata, terminando las primeras décadas del siglo veinte, conduciéndolo por caminos históricos de la mano de personajes heroicos y  malvados, a quienes el destino les impuso vivir la degradación de  una dictadura, la trujillista en este caso, y sus consecuencias. 
Transcurren las páginas en aquel pueblo de ensueños, pero la tragedia no era única: también sufría el resto de la república. Infames, espías, y víctimas inocentes  de la  sociedad de entonces se entrecruzan. Dignidad y vileza atrapan con creciente expectativa.
El personaje principal, ficticio para quienes nunca han sabido de él, pero de carne y hueso para quienes nos enaltecimos conociéndole, es un héroe real al que el tiempo, la desidia y la irresponsabilidad de nuestro sistema educativo y, por qué no, de historiadores de dudosa objetividad, han ido dejando de lado. El Doctor Jose Augusto Puig, Ignacio Montilla en esta novela, fue un indoblegable luchador anti trujillista de dimensiones legendarias. Él, junto a luchadores mártires como Fernando Espignolio y Fernando Suárez, y muchos más, demuestran que la lucha por la democracia comenzó desde los albores mismos de la tiranía, que se cobraba en vidas, humillaciones y castigos a  quienes se le resistían. 
La separación de clases, la importancia del vínculo familiar, del compadrazgo, y de los afectos primarios, quedan expuestas en cada capítulo. Desvela una mentalidad aldeana aplastada por el miedo, la oligarquía  y la Iglesia Católica. Pero, y es algo de lo que ya hoy carecemos, donde primaban valores y principios que daban norte a la colectividad y al individuo.
Este libro debería de ser – vana ilusión la mía – lectura obligada para futuros bachilleres. Y – otra de mis fantasías – llamar la atención a esas generaciones de dominicanos que no tienen ni la menor idea de aquellos episodios funestos ni de quienes se sacrificaron por terminarlos. Esos hombres jóvenes, y no tan jóvenes (si es que acaso les interesa conocer su pasado) sabrían que aquí siempre ha existido la gallardía, la inmolación y el sacrificio intentando conseguir la democracia. La heroicidad  no comienza en los sesenta, sino mucho antes.
Esas persianas victorianas miran entreabiertas la cotidianidad de una sociedad  que se debatió, por casi medio siglo,  entre la ignominia y la gloria. Miran el olvido y la indiferencia del presente hacia el pasado, esa selectividad injusta de gestas y paladines. Atestiguan las ventanas que hombres y mujeres dominicanos, desde la fundación misma de esta república, han  luchado contra el autoritarismo, aún sin conseguirlo todavía. 
Es libro que da para muchos libros, una novela de muñeca rusa: encierra otras que se encubren entre sí. Quizás futuras entregas del autor podrán mostrárnosla  todas. Permite conocer y aprender de tiempos olvidados, sin la rigidez que a veces supone la estricta historiografía.
No debemos perder de vista, como subraya el académico de la lengua, y uno de mis autores favoritos, Arturo Pérez Reverte, que “la ficción no es sino una faceta insospechada de la realidad, o viceversa”. Invito a leer esta novela, y a meditar sobre héroes irredentos y malvados sin penitencia.

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