Por Patricia D´Arcy Lardizábal
Los dictadores creen todos ellos que son inteligentes y autosuficientes; muchos de ellos se consideran predestinados y hasta creen que han nacido o han sido escogidos por Dios para mandar; así también pasa con las mujeres de los dictadores, nacen hermosas vienen al mundo con la fatalidad o la suerte de ser bonitas y creen por ello que todo es posible en este mundo donde prevalecen los feos. Sin embargo se les olvida lo que han hecho en la vida determinados héroes cuando sostienen al actuar: “soy feo pero decente”.
Existe una diferencia bien marcada, entre lo que es “un hombre público y un hombre político”. No es difícil observar en ellos inclusive la contradicción que puede existir entre uno y otro. Generalmente el político pasa por ser más fácil de cambiar con más habilidades e inclusive más fácil de ser domesticado, mientras que el “hombre público” es a veces el que se convierte en “dictador”, es más rudo, más difícil de convencer o ser sometido, al que generalmente persiguen muchas mujeres, a veces más inteligentes que el propio dictador que se acercan a ellos por el placer, el ego de poderlos conquistar y poder llegar a ser, aunque solo sea momentáneamente mientras están acurrucados, “el poder detrás del trono”, aunque solo sea por unos pocos momentos, pero que en su fuero interno se sienten satisfechas de montarse en el carro de sus triunfos y compartir el poder o al menos la apariencia de ejercer él mismo cuando está a su lado.
Es usual que entre el dictador y la mujer haya una relación de afinidades, ambos se necesitan y se complementan hasta el punto de que es difícil encontrar un dictador que no busque a las mujeres, ya sea como amante o como esposa para aumentar su poder o su vanidad a traves de ellas. Sin embargo, las mujeres aunque parezca una vanidad femenina saben distinguir muy bien entre un dictador y un tirano; a este último tipo de hombres los pueden engañar y de hecho lo hacen como sucedió en conocidos casos como el de Josefina con Napoleón; pero a un dictador si no lo engaña no es porque no les gustaría hacerlo, lo que en definitiva es lo mismo que lo hagan “a escondidas”, porque saben que pierden no solamente el poder sino también sus vidas.
Existen diferencias bastantes marcadas entre los llamados “dictadores clásicos”, como fueron Alejandro, César o Napoleón, de todos conocidos que surgieron del campo de batalla, ya en tiempos modernos otros dictadores han nacido de las ideas revolucionarias que ellos mismos empujaron o que han fabricado con intelectuales, entre ellos a Lenin, Mussolini, Hitler, Stalin, Mao y Perón, los que aparecieron en el siglo XX y que surgieron de los grandes espacios políticos y los vacíos que se produjeron en el siglo XIX.
Es curioso ver que tanto los dictadores que surgieron de las guerras o de las batallas, como los revolucionarios antes mencionados y aún de los modernos dictadores que se comportan en una forma asombrosamente parecida con las mujeres. Alejandro Magno que se creía según su biografía hijo de Júpiter y hombre invencible entre los hombres y que llegó a conquistar espacios que hasta entonces nadie pudo contemplar y fijó después aquellos puntos geográficos y el límite de sus grandezas que hasta entonces nadie podía cruzar; sin embargo para sentirse realizado verdaderamente se impone el reto asimismo de unir su vida con una princesa oriental, porque solo así, considera puede enlazar su poder con la historia y justificar su mente genial, esta vez, no por las armas, sino por la vía matrimonial, y lo logra trayendo a su lado a Cleopatra, la mujer más famosa y bella de su tiempo. Y así muestra un rasgo más de los dictadores: sueña con los Dioses, pero a la hora de pisar la realidad histórica, piensa en las mujeres.
Julio César busca a la mujer, no solo por la seducción del Oriente, sino que busca la mujer que él considera le puede articular con la historia porque ella era la heredera de otras ancestrales dinastías. Cleopatra vencida es el gran regalo de la historia para Julio César.
Muchos siglos de historia después Napoleón Bonaparte repite la misma acción, deja a su bella criolla Josefina para casarse con María Luisa de Austria. El famoso corso tras de haber aniquilado el imperio romano y germánico a principios del siglo XIX, en 1805, que había destruido el sacro imperio romano, germánico y reducido al propio Emperador de Austria sabe perfectamente bien que en su tiempo el pasado, la historia de un héroe está representado por esa famosa dinastía la cual él ha combatido y logrado vencer, pero busca también pasar a la historia como Julio César, y no se conforma con haber construido los dos Arcos del Triunfo sino se enlaza con esa representante del pasado, la mujer más noble de su época, la hija del emperador vencido Ma. Luisa que le ofrece esa posibilidad. Con ella procreó su único hijo, “el Aguilucho”, que murió de tuberculosis cuando aún era un adolescente.
Ese hecho vanidoso queda registrado cuando aparece que en el año de 1813 le dice a Metternich: “al desposar a una archiduquesa, yo quise unir el presente y el pasado”.
Así son las cosas en nuestra América Latina, ya tuvimos a un Perón y a una Evita que mandó más que él, a una Kirchner que sigue mandando escogida por el pueblo argentino y a un Daniel Ortega que no está dispuesto a dejar a su Chayo a menos que ella lo decida.
(La mujer es para el hombre un horizonte, donde se unen el cielo y la tierra). Ludwig Borne.
No hay comentarios:
Publicar un comentario