Por un instante pensé que “los rostros de sapos enriquecidos” pudiesen ocultarse brevemente. Esos políticos desmerecedores de sus discutibles cargos en una nación avasallada y engañada. El pundonor guatemalteco sacude el intelecto y descubre el velo de la posibilidad.
La posibilidad punible a las incontables infracciones de la corrupción destructora y por ende, de la autodeterminación.
Elogio la gloria merecida de un país vecino centroamericano que acaba de lograr la crucifixión más que esperada de sus dos más altos representantes de la jerarquía democrática: Guatemala.
La primera en la renuncia y segunda en jerarquía: la vicepresidenta Roxana Baldetti, quien no buscó refugiarse en la falacia; y segundo en la renuncia, primero en jerarquía, el presidente Otto Pérez Morales la siguió cabizbajo y penitente a su destino carcelario, para ambos pernoctar en el infierno de la soledad.
Cuán gran mensaje, émulo de logros de un pueblo valiente y hastiado de la inmundicia y la injusticia, o más bien la “ausencia de justicia”, tradición contagiosa de todos los países del Nuevo Mundo, interrumpida por el histórico acontecimiento justiciero del vecino país.
Siguiendo hacia el sur geográfico de Guatemala, se manifiesta la frontera límite entre Venezuela y Colombia, ahora ésta “burlada” por los desahuciados habitantes del segundo, decidido así por las autoridades del primero.
Mas no fue motivo de sorpresa la visita del injustamente célebre mensajero de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro con fines de verificar demagógicamente aquel lugar, que alberga los ojos enrojecidos de la acuciante dispersión de padres y de hijos abandonados al uno y otro lado de aquella frontera.
Nuestros problemas fronterizos, dentro de un contexto por completo diferentes, sin embargo, no merecieron tal minuciosidad en la investigación; sino por el contrario, y como de costumbre, todo el delicado proceso se realizó detrás de un velo diplomático pero sigiloso, entre las altas esferas internacionales, cuyo premeditado resultado fue para nosotros siempre igual a los anteriores: el triunfo para los reales victimarios, y la derrota para la nación víctima nublada por los vientos pardos provenientes del oeste. (Aún es soportable el pesado fardo, pero…).
“Cuando no se puede lograr lo que se quiere, hay que querer lo que se puede”, nos decía el sabio dramaturgo Terencio, ya en el siglo II de la Roma Antigua.
Y basada en ese pensamiento filosófico me atrevo a afirmar que nuestra esperanza de victoria es del todo realizable.
Las metas morales a que toda nación aspira dentro de un régimen “idealmente democrático”, como aspiramos fuese el nuestro, siempre se realizarán si actuamos demostrando a las autoridades que somos ante todo perseverantes, disciplinados y dueños de una educación moralmente auténtica (sin corruptela ni sobornos) para poder exigir con vehemencia el cumplimiento del justo y merecido reclamo a las necesidades perentorias de la colectividad dominicana.
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