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jueves, 17 de septiembre de 2015

El precio de la sangre . Testimonio de Fernando Casado

Por Fernando Casado
Era apenas un niño, cuando pregunté por Don Arquímedes. La respuesta, soterrada, temerosa, fue: “se desapareció”. Nadie tuvo que explicarme, sabía lo que significaba.
Luego del regalo inesperado de una manada de alces libérrimos, cruzando femeninamente aquella carreterilla incomparable bordeada de bosques, hubimos de traspasar un portón antiguo intrascendente. Era un cementerio pequeño en las afueras de Madrid, de sendas breves, de arenisca envejecida y hierbillas al azar, aparentemente sin pretensiones. No recuerdo su nombre. Podría haber sido en el “El Pardo”, área exclusiva donde residía el dictador Francisco Franco. Había aceptado una invitación de Nene Trujillo. La “amistad” del “Coronel Trujillo” surgió inesperada, consecuencia interesada de una encrucijada fatalmente riesgosa, cuando formábamos parte del elenco de “Radio Caribe”. Sobre el destino del país y las almas, reinaba tenebroso desde allí, Johnny Abbes. Siempre tuve la impresión inequívoca de que mi inclusión intempestiva en aquel grupo de “amistades”, era una forma de vigilancia en primer plano. Sin embargo, aunque percibía la mirada oblicua y la garra filosa y descreída de aquel macabro SIM, la mano de Dios nos protegió, por encima de la catástrofe que significaba ser denunciado como “enemigo del régimen” ante el SIM. La sospecha marcaba para siempre. Era solo cuestión de tiempo.
Había sido invitado a participar en el Primer Festival OTI en Madrid en aquella ocasión, cuando vino la inesperada cita con la historia.
Nos detuvimos ante la puerta de un túmulo rectangular tosco y rugoso. No estaba empañetado. Su aspecto exterior no mostraba cuidados, delicadezas, ni terminación. No había en el frente, ni en ningún otro lugar, ninguna indicación que identificara quien o quienes estaban allí enterrados. Di un paso adelante para asumir el desnivel de una simple entrada sin rejas. Entré a un espacio embotado, aproximadamente de unos 3.5 por 5.
Encima de dos rectángulos de concretería horizontal, uno sobre otro, sin identificaciones, recostados sin adornos a la pared del fondo, yacía al descuido, como una ironía insultante de la vida, abandonada sin delicadezas, el rostro marchitado, maltratado por un temporal anciano indefinible, vetusta y desvencijada, una corona barata de hojarasca pordiosera. Fatigada por meses de indolente olvido, lucia desparramada y reseca, como escenario ajado, desnutrido, sin aplausos. Burla sarcástica, hiriente, incisiva, con que el drama existencial humilla y degrada al final a quienes se han creído por encima de lo humano. No me interesé en saber quién ocupaba el espacio superior o quién el inferior, presumo que la historia engavetó primero los sollozos de un Mayo Heroico en el espacio bajo y luego las tristezas de un Madrid lluvioso en su momento trágico, en el segundo nivel inesperado.
Allí, sepultados en los odios lejanos de una época, ocultos y asustados de las iras de la historia, yacían las culpas de sangre y agonía estremecida de un pueblo crucificado. Frente a mí, en un silencio espeso, los muros ensangrentados de la tortura, manchados por el dolor enfurecido y desafiante de los Mártires y el grito inalcanzable de los Héroes. Sin que pudiera creerlo, frente a mí, la tumba estéril de Rafael Leónidas Trujillo Molina y su hijo, Ramfis Trujillo. Un pensamiento de profunda dimensión filosófica y humana aleteó en mi espíritu: “¡Tanto poder… para nada!”.
La buena fortuna, suele ser injusta a veces. Volvió a hacer sus muecas a la tragedia dominicana. Aquella fortuna acumulada en el crimen, la pobreza, los abusos y despojos de la Era de Trujillo, permaneció entusiasmada en las cuentas afortunadas de Lita Milán. Lita, sin rubores, conocía las interioridades genéticamente tenebrosas de su esposo Ramfis. Así cuenta en sus “Revelaciones a Sánchez Cabral”, Cesar Saillant Valverde, quien fuera Secretario Particular de Ramfis Trujillo:
“El calvario del general Román sólo puede compararse al del capitán piloto Juan de Dios Ventura Simó, a quien Ramfis hacía sacar de las cámaras de tortura para que presenciase el fusilamiento de los mártires de junio de 1959 y lo obligaba a abrazar y besar los cuerpos sin vida de los ultimados. Lita Milán me refirió en París, en diciembre pasado, cómo ocurrió la muerte del general Román; no sé si será exactamente la verdad, pero corresponde a la versión que tenía de boca de uno de los oficiales que gozaban de la absoluta confianza de Luis José León.
El día fijado para la ejecución Ramfis salió de su casa acompañado por Luis José. Llevaba el revólver de Trujillo. Le confesó a Lita, después, que a juzgar por la mirada de alivio de Román, al verle aquella vez, comprendía que habían llegado sus últimos momentos. Su cuerpo exánime, ya casi sin vida, fue arrastrado hacia el lugar donde los verdugos esperaban para ultimarlo y manos culpables lo mantuvieron atado a algo para que se pudiera mantener en pie sin desplomarse.
Aquel blanco semiviviente, donde sólo palpitaba ya la fuerza del espíritu, fue recibiendo los disparos que por turnos le hacían Ramfis y Luis José, poco a poco, a las manos, a los brazos, al hombro, a los pies, a las piernas, a las rodillas, a los muslos. Así lo fueron acribillando, con la misma impasible crueldad con que lo habían torturado. Román asistió a su propio exterminio con aquellos ojos más abiertos que nunca, sin voz ya para un quejido; nadie supo, ni él mismo quizás, en qué instante abandonó el cuerpo masacrado su alma, cien veces pecadora, pero mil veces redimida en la lenta agonía del martirologio…Dios mismo, al juzgarle, le habrá visto con ojos de piedad”. (p.24).
En esta escena de horrores, donde trasciende el mismo sadismo al cometer el hecho que al comentarlo frívolamente en “familia”, se denuncia por sí misma la crueldad  abismal y enfermiza del régimen y sus demonios, la desnaturalización intrínseca en que creció y justificó su permanencia. Era un estilo, un sistema adulto que había dejado un rastro de sangre oscuro de muchos años de orfandades y tumbas perdidas. Sin embargo, el estilo enfurecido que desborda su propia violencia denuncia su dolor sin nombre, mucho más abismal que el de tantos ideales crucificados. El dolor rabioso de los malvados es eterno. Hiere profundo y castra la noción perversa y enfermiza del orgullo sin Dios.
El Mayor Dante Minervino narra descarnadamente, ante el “Juzgado de Instrucción de La Primera Circunscripción del Distrito Judicial Nacional” los asesinatos sacrílegos en Hacienda María, de Pedro Livio Cedeño, Modesto Eugenio Díaz Quesada, Luis Manuel Cáceres Michel, Luis Salvador Estrella Sadhalá, Huáscar Antonio Tejeda Pimentel, Roberto Rafael Pastoriza Neret y tres “supuestos policías”, Félix Calderón, Fabriciano de la Cruz y Pedro María Romero Alcántara, sacrificados sin dolientes para disfrazar la carnicería: “Inmediatamente llegó la guagua, León Estévez, el hermano del marido de Angelita, se acercó a ella y ordenó que bajara Pedro Livio Cedeño. Bajó, lo agarró por un brazo y lo condujo muy de pronto donde lo aguardaban Ramfis, el otro León Estévez, marido de Angelita y Sánchez Rubirosa.
Ellos estaban esperando en una plataforma de cemento, un poco alta, y Cedeño fue llevado frente a ellos abajo. Inmediatamente se oyeron los disparos, que fueron muchos y con diferentes armas, ya que eso nosotros los militares los podemos distinguir por la detonación.  Nosotros alcanzamos a ver que los tres le disparaban. No vimos caer a Cedeño, ni a ninguno de los héroes por la oscuridad, pero sí distinguíamos de espalda a los que le tiraban, que eran, primero Ramfis, después el marido de Angelita y luego Sánchez Rubirosa. Quiero significarle que donde ellos estaban colocados tirando, había luz. Estábamos de ellos a una distancia de 15 ó 20 metros. Después el mismo que fue a buscar a Livio Cedeño, siguió buscando a los demás, llevándolos uno por uno, y así también los iban matando en la misma forma. El asunto  duró más o menos unos 25 minutos…”.
El autor recrea en este texto, y en base a testimonios que recogió, los últimos momentos de los héroes que  descabezaron la tiranía de Trujillo. En la entrega  anterior se refirió  a los asesinatos, paso a paso, cometidos en la Hacienda María por Ramfis Trujillo y sus cómplices.  Fernando Casado  sostiene con este texto que aquí concluye, que es posible establecer el destino final dado a los restos de esos mártires .
“Cuando sacaban a los héroes para matarlos, llegó una guagüita, que no era oficial, con dos oficiales de la aviación, a quien no conozco (sic), pero que Jorge Moreno y Disla sí los conocen, porque ellos hablaron, o mejor dicho, llamaron a esos oficiales por los nombres de Careto y Collado. Jorge Moreno y Disla dieron orden a esos oficiales para que se llevaran los cadáveres de los héroes, de manera que ellos son los que saben lo que hicieron con ellos”.  
¿Dónde están los cadáveres de los Héroes? Actores hay quienes viven aún. Deben hablar sin temores. La vorágine del trujillismo arrastró y comprometió hacia el crimen a muchas vocaciones débiles: solo una explicación, jamás una justificación; pero no se trata ya de justicia, sino de rescatar y darle un lugar físico en la Historia a sus despojos, el que merece su estatura de Héroes y Mártires, su sacrificio eterno, el precio impagable de su sangre.
No podemos pasar por alto las informaciones y sugerencias de  César A. Saillant Valverde, partiendo de que está hablando quien fuera “Secretario Particular” de Ramfis Trujillo, testigo vivencial de aquel momento. Actor cercano y sagaz en aquel escenario tambaleante. Conocedor de estilo, simulaciones y destrezas torvas de cuartel, con brillante y experta inteligencia y de primera mano. Nadie puede orientar mejor que él. Narra Saillant:
“El informe, sin embargo, que Sánchez Rubirosa le transmitió a Ramfis aquella mañana, carecía por completo de significado:
-Ya la casa está desocupada, general, yo despaché a todo el mundo y no hay absolutamente nadie-.
–Está bien -le contestó Ramfis-, entonces nos veremos allá esta tarde.
Mi primera idea fue la de que Pirulo le informaba a Ramfis que su casa de Arroyo Hondo la había desocupado, quizás para dejarla vacía. Pero ¿por qué retirar todo el servicio antes  de su salida, sobre todo un servicio que a él no le costaba un centavo porque todos sus sirvientes eran militares? ¿Por qué comunicarle aquel detalle personal a Ramfis? ¿Y a qué tenía Ramfis que ir esa tarde allí, cuando estaba supuesto a partir a mediodía? Este es mi cuarto elemento de juicio:
4º. Ramfis le había ordenado al coronel Sánchez Rubirosa desocupar totalmente una casa para esa tarde. La casa parecía ser la del mismo Sánchez Rubirosa en Arroyo Hondo; pero podría ser otra. Ramfis iría esa tarde a esa casa vacía, con algún propósito.
Sigue conjeturando juiciosamente Saillant:
“Ahora ¿cuál sería la casa que se ordenó desocupar? Todo da a entender que debió ser la misma de Sánchez Rubirosa, un energúmeno que se prestaba a todos los crímenes, un criminal él mismo; su casa de Arroyo Hondo que, por extraña coincidencia, fue y es en la actualidad propiedad del señor Ornes Coiscou, director presente de “El Caribe”. Esto podría averiguarse preguntando al antiguo servicio del coronel Sánchez Rubirosa cuáles fueron sus actividades aquella tarde”.   
Las opciones que argumenta, utilizara Ramfis para desprenderse de los cadáveres, son manejadas con inteligencia y sentido experto y profesional minucioso: “Es improbable que los hubiesen lanzado al mar…Siendo tantos los cadáveres, trasladarlos para lanzarlos al mar hubiera implicado el uso de más personas y tiempo…” 
“Pudieron haber sido destruidos… Ramfis conducía desde hacía bastante tiempo experimentos para la desintegración de cadáveres. Un médico de su más absoluta confianza (a quien llamaré “C”, que siendo una inicial es más corto y fácil que escribir el nombre completo), había hecho viajes con ese propósito a centros científicos de los Estados Unidos… No es nada raro que en ese sitio, en esa casa vacía, se tuviese un baño con las substancias químicas preparadas ya para desintegrar los cadáveres… Es una teoría, pero tiene su base….”.
“Pudieron haber sido sepultados; esto es lo más probable para mí. Pero ¿dónde?
Saillant, ofrece, y no es casual, la más importante y lógica de todas las tesis sobre el destino final de los Héroes de Hacienda María. Con un barco aguardando la angustia para zarpar hacia el infierno con la historia malvada y la sangre en su sentina, no había tiempo que desperdiciar. La desocupación intempestiva de aquella casa por órdenes expresas de Ramfis, indica que allí estaba determinado de antemano el escenario, aguardando el macabro final:
“A propósito, el coronel Sánchez Rubirosa estaba construyendo una piscina , para cubra obra ya tenía las excavaciones hechas cuando tuvo que huir del país. El hoyo de la piscina se quedó, pues hecho. ¿No habrán sido tiradas allí las víctimas o en cualquier otro lugr cercano?       
Las lágrimas de los héroes han envejecido y las verdades culpables se han ido secando como trapos en el cordel de la historia. Dios ha tenido que ser juez terrenal para darles su merecido castigo a los demonios que empaparon de sangre el destino de esta nación en aquel momento de indefensión. Creo en nuestras Reservas Morales, creo en la gente que históricamente ha salvado y mantenido latente y florecido el corazón del camino hacia el sueño Trinitario. Son los menos, pero siempre han tenido la razón.
Hay  un compromiso Histórico, responsable e ineludible, de búsqueda y encuentro con esos restos.
Hace tiempo que esa “piscina” debió ser rastreada a profundidad, como los personajes, testigos o enterados, debieron haber sido cuestionados, sin animosidad, en beneficio del respeto a nuestros hechos históricos como Nación responsable. La Nación gloriosa por la que han sacrificado sus vidas tantos Mártires, confiados en que un día otros recogerán sus frutos y darán sentido a su ofrenda por una Patria digna. Si no lo hacemos, por cobardía o indiferencia, su sacrificio no tiene sentido. No merecemos hombres de su estatura.
*(La versión de  Fernando Casado está basada en parte   en declaraciones  que en su oportunidad  el ex-agente del SIM  Dante Minervino   ofreció ante un juzgado de instrucción del “Distrito Judicial Nacional” cuando fue investigado. Posteriormente   negó lo testimoniado  en razón de que supuestamente había sido torturado por sus interrogadores.  Descendientes de personas mencionadas por Minervino también lo han refutado.)

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