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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Alejo Carpentier, El derecho de asilo


Iván Arias Durán


Alejo Carpentier, El derecho de asilo
Iván Arias Durán
Repasando lo mejor del cine, imposible dejar de ver El gran dictador (1940) de Charles Chaplin, que, a través de una parodia de Adolf Hitler, da cuenta de la cercanía y a la vez del enfrentamiento ancestral entre el humor y el poder. Chaplin conoció a Hitler por unas postales que alguien le envió de Alemania. Esta es la descripción que hace el humorista de la primera impresión que el dictador le produjo: "La cara era tremendamente cómica, una mala imitación mía, con su bigote absurdo… No pude tomar a Hitler en serio. Cada postal lo mostraba en una postura distinta… el saludo con la mano caída sobre el hombro, la palma hacia arriba, me daba el deseo de colocar sobre ella una bandeja de platos sucios. ‘Es un loco’, pensé. Pero cuando Einstein y Thomas Mann se vieron obligados a marcharse de Alemania, la cara de Hitler dejó de parecerme cómica para hacerse siniestra” (Charles Chaplin, Mi autobiografía).
 Hitler, por supuesto, tuvo conocimiento del trabajo Chaplin y concretamente de la parodia suya hecha en El gran dictador. A pesar de que la película fue prohibida, cuentan que Hitler la vio en su sala de proyecciones de la Cancillería. Con razón dice Chaplin, en el discurso final de esa película, que los dictadores se dan libertad a sí mismos pero esclavizan al pueblo.
 No se sabe qué comentó el dictador acerca de la película, pero seguramente no debe haberle causado ninguna gracia, puesto que uno de los rasgos de las dictaduras es la ausencia de sentido del humor y la persecución del humorismo.
 El cine lo lleva a uno a la novela, y pensando en dictadores y dictaduras no puede dejar de leer El derecho de asilo   de Alejo Carpentier, escrita en 1928 y publicada en 1972.
Formado por siete capítulos breves,  El derecho de asilo  presenta una síntesis eficaz del sistema dictatorial de gobierno. En la novela el autor resume la historia  latinoamericana desde la conquista hasta la independencia y denuncia las infinitas agitaciones de que está sembrada:  bajo la égida de los héroes se pasará un siglo en cuartelazos, bochinches, golpes de Estado, insurrecciones, marchas sobre la capital, rivalidades personales y colectivas, caudillos bárbaros y caudillos ilustrados.
 El derecho de asilo  se desarrolla en un arquetípico país latinoamericano que recuerda a Venezuela, pero que podría ser también Chile, Bolivia o Perú. Con su despliegue de símbolos patrióticos -escudo, bandera, uniformes militares- proclamando cooperación, prosperidad e ideales democráticos, el país parece el producto de un comité de símbolos de la OEA.
El protagonista es secretario de la presidencia y consejo de ministros, el típico funcionario adocenado de un gobierno corrupto. Su principal ocupación parece ser procurarles prostitutas a sus superiores. Cuando el presidente es derrocado con un golpe de Estado, el secretario se las arregla para refugiarse en la embajada de un país vecino, con el que existe una disputa territorial (el dictador provoca al país vecino en un intento de exacerbar el nacionalismo con el suyo propio, para así desviar la atención de la represión interna).
 El secretario permanece en el país vecino durante tanto tiempo que, eventualmente, puede solicitar la ciudadanía, ya que la embajada es legalmente parte del territorio nacional, aunque ubicada, naturalmente, en suelo extranjero. Además,  el secretario -que es ahora el asilado-, para matar el tiempo, se ha dedicado a cumplir la mayoría de las funciones del embajador, inclusive hacerle el amor a la esposa de éste.
  Al adquirir la ciudadanía del país vecino es nombrado embajador ante su país de origen, cuyo territorio nunca ha abandonado. El tema es eternamente el mismo, porque una realidad de maldad y de dolor es la sustancia de cada dictadura. La señora embajadora, que se ha enamorado del exsecretario exiliado, se horroriza frente a la represión y exclama:  "Estos policías de tu país son unos bárbaros”. A lo que su amante añade: "Y más ahora que tienen instructores norteamericanos”.
 En  El derecho de asilo  están los temas fundamentales de la denuncia contra la dictadura, entre ellos, evidentemente, dirigidos a la destrucción de los personajes, el consabido detalle de la homosexualidad y el motivo erótico, de un erotismo siempre comercial. Desde su lugar privilegiado, en "un tiempo sin tiempo”, el exsecretario observa la farsa, juzga el sistema del que, por otra parte, durante el gobierno del anterior general él mismo fue expresión.
 Conocedor de los hombres y de la sociedad en la que vive, desde su nuevo cargo de embajador del país hermano espera que el tiempo se ponga nuevamente en marcha: "...el jueves volvieron los días, con sus nombres, a encajarse dentro del tiempo dado al hombre. Y empezaron los trabajos y los días”.
 La solución es el compromiso y, resolviendo la cuestión de límites, la reconciliación con el nuevo detentor del poder para una nueva colaboración. El relato concluye cuando el antiguo secretario le presenta sus credenciales al general Mabillán, el dictador, y ambos bromean en voz baja en el tono cínico de viejos compadres.
 La denuncia de Carpentier enjuicia las fechorías de las dictaduras latinoamericanas  que son, al fin y al cabo, todas parecidas. Los componentes, para que un régimen sea considerado totalitario, son:  contar con muy poca o ninguna libertad; el Estado será omnipotente; gobernado por un solo partido e ideología y por un caudillo apoyado en un movimiento de masas que ejercerá control sobre la sociedad, apoyado en la represión policial pública, privada y secreta; acabará con el Estado de Derecho, pisoteará los derechos humanos como decadencias liberales y burguesas; acabará con la división de Montesquieu en tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial; organizará cárceles o campos de trabajo para opositores y "desviados” de su "fe”; impondrá una total obscuridad informativa; militarizará la sociedad en la que el Estado sea el fin en sí mismo y liberará la agresividad de las nuevas clases dirigentes/ricas contra los opositores.

Iván Arias Durán
es ciudadano de la República
Plurinacional de Bolivia.

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