La juez Susana Barreiros ha pasado a la historia: condenó a Leopoldo López a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas de reclusión en la prisión de Ramo Verde. Para muchos era previsible, no les sorprende. Pero ello es así solo en las últimas dos semanas, no antes. Es que nada es hoy como era hace tres semanas.
Entonces, Maduro estaba solo, casi aislado regionalmente. La sociedad civil latinoamericana estaba en la calle. En Sao Paulo y Rio, Quito, Guatemala o Tucumán el grito era el mismo: el hartazgo con la corrupción, la perpetuación en el poder y el autoritarismo. Con Dilma acorralada, Lula acusado por primera vez de corrupción, Correa ocupándose de las incesantes protestas y Cristina Kirchner tratando de imaginar como aferrarse al poder cuando su constitución le dice que debe abandonarlo, nadie tenía demasiado tiempo para ocuparse de Maduro. Tal vez Leopoldo tenía chance.
Pero ya nada es como era entonces. Maduro inventó una crisis, conduciendo la política exterior con estrategia, mejor que jamás pudo haber conducido su autobús. Cerró y militarizó la frontera con Colombia y además comenzó a expulsar colombianos residentes en Venezuela: el riesgo de una guerra, como Galtieri, y con refugiados, como El Assad. La respuesta de Colombia fue tibia, por decir lo menos, y su política exterior, inoperante. Una ayuda inesperada, debe haber pensado Maduro.
Santos convocó a los países miembros a tratar la crisis en el seno de la OEA, donde corresponde de acuerdo a estatutos, convenios internacionales y la Carta Democrática. Se votó si esa crisis debería ser tema de la OEA, como quería Colombia, o debía radicarse en Unasur, el aparato regional del chavismo. Ganó Maduro, con los votos previsibles del ALBA más la inestimable abstención de Panamá, no puede olvidarse, a propósito de la inefectiva política exterior de Colombia. Y ganó por un voto, precisamente.
Maduro emergió fortalecido de allí. Se cargó a Colombia y a la región, escribí aquí mismo tan solo el último domingo, pero con ello también se cargó a Leopoldo López y la esperanza de los demócratas venezolanos. Maduro recibió un cheque en blanco en esa votación. Anoche escribió la cifra de su preferencia, 13 años, y pasó por ventanilla a cobrar.
Nótese lo que vino ocurriendo desde entonces: Correa ha desmantelado Fundamedios, organización de la sociedad civil que promueve la libertad de prensa, y avanza sobre las enmiendas constitucionales en pos de su reelección indefinida. Morales ha lanzado una nueva ofensiva por su propia perpetuación. Y Lula está de viaje por Argentina haciendo campaña electoral por Scioli y Cristina Kirchner. A propósito, el gesto debería ser reciproco: Scioli y Kirchner deberían viajar a Brasil a prestar apoyo para resguardar a Dilma del posible juicio político y destitución, y a Lula, de la fiscalía que lo tiene en la mira. Nadie cree que daría resultado, pero ese es otro tema.
Lo que ha pasado en estas dos semanas es la contraofensiva del ALBA, el reagrupamiento de la internacional de la corrupción latinoamericana, cuya tan declamada solidaridad no es otra cosa que la complicidad por los negocios compartidos. También se rasgaban las vestiduras tratando de salvar el cuello de Otto Pérez Molina, un militar de derecha, valga la aclaración, destituido por corrupción. No hay ideología alguna en esto, no es más que el temor a la caída en dominó.
Hace tres semanas, el autoritarismo, la perpetuación y la corrupción parecían estar replegadas. Hoy han contraatacado. En la condena de Leopoldo López le han asestado un golpe a la democracia de la región. El golpe no es mortal, pero se ha cruzado una línea.
Ya es más difícil pensar que las elecciones del 6 de diciembre en Venezuela sean limpias, o incluso que se lleven a cabo. Ya no se avizora la manera en que el chavismo algún día dejaría el poder. Ya nadie espera que en las elecciones argentinas de octubre no haya fraude, como ocurrió en la provincia de Tucumán. Ya nadie espera que Correa y Morales no se perpetúen. Y ya nadie espera que el 2015 termine con más democracia, sino con menos.
América Latina, región autoritaria. Ya nada es como era hace tres semanas.
Twitter @hectorschamis
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