Así se desinfle pronto, su candidatura ha iluminado peligrosas corrientes políticas en el país más poderoso del mundo
El magnate estadounidense Donald Trump, aspirante a la candidatura presidencial del Partido Republicano, ha copado los titulares con sus escandalosas declaraciones, especialmente las que ha hecho contra los inmigrantes mexicanos. Menos atención han recibido sus desviaciones de la ortodoxia económica de su partido como su disposición a aumentar impuestos a los más ricos y sus palabras positivas sobre la cobertura sanitaria universal. El magnate es acaso el más impresentable de los precandidatos republicanos, pero en algunos asuntos importantes es menos radical que los supuestos moderados.
Trump sigue liderando las encuestas de las primarias, lo cual sugiere que estas “desviaciones” no lo han debilitado. Y lo más probable es que tampoco lo hayan fortalecido. Porque su ascenso no se debe a sus ideas, muchas de las cuales son confusas, inconsistentes o simplemente inexistentes, sino a algo más difícil de combatir y por eso más peligroso. El fenómeno Trump no es una ideología sino una actitud.
Esta realidad puede parecer obvia pero no lo es. El precandidato que muchos consideran su principal rival, Jeb Bush, ataca a Trumpcriticando su apoyo a políticas liberales y tildándolo de falso conservador. Prueba del lamentable estado actual del Partido Republicano es que algunos de los adversarios más importantes de Trump piensan que criticar sus posiciones relativamente moderadas sobre política tributaria y salud pública —y no su xenofobia y sexismo, por ejemplo— es la más efectiva manera de derrumbarlo.
La estrategia no ha funcionado. Más bien ha demostrado que las bases republicanas no parecen ser tan ideológicamente inamovibles como las élites y los donantes del partido. Lo que estos consideran una herejía, como subir impuestos a los ricos y rehusarse a recortar programas de asistencia social, no parece ser tan determinante para las bases.
De cierto modo, esto es una revelación. El Partido Republicano promueve políticas económicas francamente plutocráticas, con el falso argumento de que hacer pagar más impuestos a la clase alta o impulsar reformas sanitarias como la de Obama inhiben la creación de empleo. El fenómeno Trump ilumina las divisiones en la base republicana en torno a estos puntos y sugiere que hay un espacio más grande del que imaginábamos para el cambio. Para los conservadores reformistas esto puede ser una buena noticia. La mala noticia es que este espacio está siendo ocupado ahora por una persona que no tiene las aptitudes y el temperamento para ser presidente.
¿Qué explica el éxito de Trump? Las encuestas apuntan a que se trata de un viejo fenómeno: la antipolítica. Trump se vende como unoutsider que, a diferencia de los políticos tradicionales, habla con transparencia y no puede ser comprado. Sus escandalosas declaraciones, y su renuencia a dar discursos enlatados o “políticamente correctos” no son vistas como desventajas sino activos: signos de autenticidad. Su falta de experiencia en Washington también es considerada un fuerte porque lo distancia de los políticos tradicionales que muchos perciben como fariseos y corruptos. A eso se suman los beneficios que conlleva ser una celebridad y el talento de Trump —visible anoche en el debate— para entretener, promocionarse a sí mismo, y explotar políticamente ansiedades y prejuicios.
Lo preocupante es que si la popularidad del magnate se basa en su desinhibido estilo y su actitud antiestablishment, y esa actitud es inseparable de sus escandalosas declaraciones, ¿qué puede entonces afectar a Trump? ¿Qué barbaridad puede decir que no sea vista por sus seguidores como parte de su frescura como líder político y su sana inclinación a decir exactamente lo que piensa?
Trump además cabalga sobre una ola de descontento. Encuestas de Gallup revelan que en EE UU la confianza en el gobierno está en su punto más bajo desde que se lleva el registro, y que la aprobación de los dos principales partidos ha caído, por primera vez, por debajo del 40%. Bajo esa luz no sorprende que el precandidato republicano que sigue a Trump en las encuestas, el neurocirujano Ben Carson, es otrooutsider que vende como una virtud su carrera fuera de la política.
Es cierto que Trump todavía confronta barreras casi insuperables para llegar a la presidencia. Un porcentaje demasiado alto de sus compatriotas piensa que no tiene la capacidad ni el carácter para ser presidente. Con sus propuestas contra los inmigrantes ha básicamente espantado al cada vez más importante voto hispano. En la historia reciente de EE UU hay un solo caso de un presidente, el general Eisenhower, sin previa experiencia política.
Pero en otros países, ricos y pobres, excéntricos demagogos han ganado elecciones. No hay razón alguna para pensar que este tipo de accidente no puede ocurrir jamás en Estados Unidos. Y así Trump se desinfle pronto, como todavía es posible, su candidatura ya ha iluminado peligrosas corrientes políticas en el país más poderoso del mundo.
Alejandro Tarre es periodista venezolano. Twitter: @alejandrotarre
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