TINKU VERBAL
Andrés Gómez Vela
martes, 08 de septiembre de 2015
Andrés Gómez Vela
Aylan es más que una fotografía del naufragio de los valores. Aylan es víctima de la omisión mundial, pero particularmente de la acción de un dictador, Bachar al Asad, que heredó el gobierno de otro dictador, su padre, Hafez Asad, que impuso un régimen represor en 1971 y dejó el mando a su hijo el 2000. Ambos se eternizaron en el poder y causaron hasta la fecha, en complicidad con otros, cifras escalofriantes: 300 mil muertos, de ellos 11.000 son niños, siete millones de desplazados internos, cuatro millones de refugiados en Turquia, Jordania y Líbano (Observatorio Sirio para los Derechos Humanos).
La comunidad internacional figura en la lista de responsables por haber ignorado aquel 15 de marzo de 2011, cuando estallaron las protestas en Damasco y en otras ciudades, donde miles de personas, organizadas a través del Facebook y convocadas por un grupo activista llamado The Syria Revolution 2011 salieron a las calles a reclamar democracia y a echar del gobierno al tirano.
Por aquellos mismos días cayeron los dictadores de Túnez, Egipto y Libia. Y el mundo estaba ocupado observando lo que ocurría en estos países y descuidó Siria. Bachar al Asad aprovechó este desinterés, reforzó su Ejército, de aproximadamente 325 mil soldados, y aplicó medidas drásticas contra la insurgencia, a tal punto que usó armas químicas.
La situación se complicó luego porque los grupos sociales que pedían democracia se atomizaron. El Carter Center de Atlanta (Estados Unidos) informó que ahora mismo más de 1.000 grupos armados combaten contra las fuerzas del gobierno, los grupos paramilitares y las milicias de Hezbolá.
Reportes de prensa indican que estas agrupaciones luchan, en algunos casos, entre sí por liderazgo político y por diferencias étnico-religiosos (sunitas contra chiitas).
Para lo peor apareció el Estado Islámico, un grupo político militar que tomó el control de algunas regiones de Siria e Irak, aterrorizó al mundo con sus ejecuciones televisadas e internacionalizó la guerra.
En medio de este caos, Estados Unidos, que hasta 2012 buscaba la caída del dictador, hoy lo sostiene porque prefiere a Bachar al Asad en lugar del Estado Islámico, que aspira a tomar el gobierno de Siria. En palabras gélidas, la caída de Al Asad no garantiza un nuevo gobierno democrático, pues hay un alto riesgo de una peor dictadura.
Rusia coincide por ahora con Estados Unidos. Después de la Guerra Fría no perdió su alianza con Siria, donde tiene acceso a la base naval de Latakia; es más, armó a la tiranía para contener a Israel y a Estados Unidos.
Moscú teme que los avances del Estado Islámico levanten ánimos radicales de su masiva población musulmana. Si a ese miedo se suman las sanciones del mundo occidental por las crisis de Crimea y Ucrania y la caída del precio del petróleo, su posición internacional se debilitaría. Para evitar consecuencias, Putin sostiene al dictador. Por si fuera poco, Israel sigue sin firmar la paz con Siria, que pide la devolución de los Altos del Golán para llegar a un entendimiento.
Turquía, Irán, Arabia Saudita, Qatar y algunos países europeos también juegan sus cartas en territorio sirio: envían armas, facilitan infraestructura y asesoran a los grupos rebeldes de su preferencia.
Aylan y su familia huían de Siria porque sabían que no hay solución a sus vidas, huían al otro lado del mundo, sin saber que éste convirtió a su país en un laboratorio geopolítico.
Aylan nos dejó la fotografía de los dos males que bestializan al ser humano: el poder y la ambición.
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