En 1975 asistí a un seminario en New York University destinado a examinar la intervención norteamericana del 65 y a pasar balance de su impacto una década después, en el cual presenté ponencia. Allí conocí a dos estudiosos de estos hechos con los cuales trabé amistad. Abraham Lowenthal, un pasante en 1965 de Ford Foundation en la APEDI de Santiago animado por Jimmy Pastoriza para realizar su tesis doctoral sobre esta temática, resultando The Dominican Intervention (1972). Y José A. Moreno, sociólogo residente en Santo Domingo al momento de la revolución. De cuya experiencia saldría su tesis doctoral en Cornell, publicada por la U. de Pittsburgh en 1970 (Barrios in Arms: revolution in Santo Domingo) y en español por Tecnos. Reeditada por Cielonaranja en 2006 y 2015. Y próximamente por la Academia Dominicana de la Historia.
En su obra, Moreno ensaya –a la manera de Max Weber mediante la construcción de tipos ideales que ayudan a interpretar mejor la realidad- una tipología de los rebeldes, clasificados en cinco categorías: idealista, acomplejado, rebelde profesional, aprovechado e hijo de Machepa. Cada una con sus atributos. Así, el idealista sería nacionalista, visionario, altruista y democrático, ubicando en esta categoría a Bosch, Molina Ureña, Jottin Cury, Peña Gómez y Guzmán, entre los políticos, y a Hernando Ramírez, Montes Arache, Peña Taveras, Núñez Noguera, entre los militares. Asimismo, al Gallego González, Juan Miguel Román, Narciso Isa Conde, Oscar Santana, Andrés Lockward y Henry Molina.
En otra categoría, clasifica a personas con necesidad de romper con el pasado y la voluntad de probarse a sí mismos. Figurando Héctor Aristy y Casals Victoria, entre los políticos, Caamaño, Fernández Domínguez y Capozzi entre los militares. Conforme a este criterio, compartirían en sus antecedentes familiares o personales algo de lo cual querrían liberarse. Al asociarse al movimiento revolucionario hallaron una vía de reivindicación para restablecer sus propios méritos. De los civiles citados, uno era secretario general de un partido conservador (Liberal Evolucionista, PLE, liderado por Luis Amiama, incendiado por una turba al estallar la revuelta) y el otro, dirigente de la Alianza Social Demócrata que apoyó el golpe del 63, fue ministro de Finanzas del Triunvirato que suplantó a Bosch.
A su vez, Caamaño y Fernández Domínguez descendían de dos de los generales más conspicuos y duros de la dictadura de Trujillo y habían ingresado a la carrera militar bajo ese alero. Fernández Domínguez –al igual que Hernando Ramírez en el CEFA- era oficial al servicio de San Isidro al momento de producirse el movimiento de los pilotos el 19 de noviembre del 61, encabezado por Rodríguez Echavarría desde la base aérea de Santiago y orientado a remover al general Sánchez, quien bajo instrucciones de Ramfis y en combinación con Petán y Negro Trujillo, pretendía revocar mediante un golpe la liberalización iniciada por el presidente Balaguer.
Semanas después, Fernández Domínguez actuaría en contra de Echavarría cuando éste en concierto con Balaguer quiso hacer lo propio con el Consejo de Estado, al apresar a sus miembros y promover una efímera junta cívico militar. Despuntando su perfil institucionalista al reponer el Consejo de Estado, ahora presidido por Bonnelly.
Durante el gobierno de Bosch, Fernández Domínguez encabezó un grupo de oficiales leales a la Constitución, dispuesto a dar un contragolpe la noche del 25 de septiembre del 63. Su tenacidad para restablecer el orden constitucional le llevó a coordinar un movimiento en las filas de las FFAA bajo el Triunvirato, siendo enviado como agregado militar a España y luego a Chile. De gran prestigio, dado su perfil académico –dirigió la Academia Batalla de las Carreras-, dotes de seriedad y mando, fue el líder militar ausente del movimiento. Pudo regresar desde Puerto Rico al país el 16 de mayo en misión de información sobre las negociaciones que se encaminaban allí para la fórmula Guzmán, quedándose para dirigir tres días después un asalto al Palacio Nacional en manos del CEFA, que le costó la vida.
Al igual que a Ilio Capozzi, instructor italiano de los hombres rana reputado con experiencia en la II Guerra Mundial al servicio de Mussolini y enlistado en la legión extranjera francesa en la guerra de Argelia. Leo Pedemonte –un adolescente integrado al cuerpo de Montes Arache- compartió almuerzo ese día con Capozzi y lo acompañó en dicha operación. Según testimonia, el italiano, premonitorio, le dijo que “había participado en muchas guerras, pero que ésta era la única en que lo hacía por una causa justa.”
Antes del 65, Caamaño perteneció a las tres ramas de las FFAA y a la PN, iniciándose en la Marina, continuando en el Ejército y en la Aviación Militar Dominicana, pasando luego a la Policía, comandando bajo el Consejo de Estado una fuerza de choque anti motines, los llamados Cascos Blancos de ruda actuación represiva. En la PN, junto al coronel Morillo López, encabezó durante el Triunvirato desde Radio Patrulla un movimiento para desplazar al general Peguero, acusado de corrupción. Acogido en San Isidro por Wessin, la revolución le sorprendió vistiendo el uniforme de la Fuerza Aérea, enrolado en el movimiento por su amigo Fernández Domínguez. En septiembre del 63 su firma había figurado en el comunicado de los jefes militares que derrocaron a Bosch.
En abril del 65 Caamaño emergió como líder principal al quebrarse y relevar el cuadro de liderazgo inicial del movimiento. Contribuye a ello su designación como jefe de operaciones por Molina, la recia actitud en la embajada americana y la resistencia en el Puente Duarte ante el avance del CEFA. Además, era el oficial restante de mayor rango en el bando constitucionalista, al colapsar Hernando. La ocupación americana reforzará ese rol, al recomendar Bosch su elección como presidente por parte del congreso para encabezar un nuevo gobierno. Pronto, Caamaño se convertiría en factor catalizador, reanimando a los diversos grupos políticos y militares concurrentes.
Pese a la contingencia de guerra en que surgió, para Moreno el liderazgo de Caamaño, aunque central, parecía ser más democrático que autoritario al examinar su funcionamiento. Con la presencia de un cuadro militar estelarizado por Montes Arache, Lora Fernández, Núñez Noguera, Peña Taveras, Lachapelle Díaz, Marte Hernández, y de civiles de relevancia singular como Héctor Aristy, su ministro de la Presidencia que se reveló valioso alter ego en el plano político. A los que se sumaron nuevas figuras emergentes, tales como Juan Miguel Román, Manolo González, André Riviére, Ilio Capozzi, Pichirilo –mencionados por el autor, quien también consigna la significativa reincorporación de Peña Gómez, tras dejar su refugio en una embajada, como vocero autorizado del PRD.
Una de las habilidades políticas de Caamaño –quien desde los inicios aceptó la colaboración de cuadros políticos de izquierda como lo revelaron José Israel Cuello y Narciso Isa Conde en un artículo publicado en la Revista Internacional de los partidos comunistas, en los números 88 y 89 de diciembre de 1965 y enero de 1966, titulado “El proceso revolucionario dominicano y sus enseñanzas”, y las memorias de dirigentes del 14 de Junio como Fidelio Despradel- fue la de articular en torno suyo a todas las fuerzas participantes, asignándoles tareas específicas. Moreno apunta que a Caamaño a su vez se le reservaron tres funciones como máximo líder: “1) conseguir los objetivos y políticas del grupo; 2) representar a los rebeldes frente al mundo exterior; y 3) controlar las relaciones internas de la organización rebelde”.
“Las aspiraciones democráticas de la revolución y la estructura democrática del liderazgo rebelde indican que el definir la política y establecer metas para el grupo no eran dominio exclusivo de una persona, sino que era interés de toda la estructura. Una vez que se tomaban las decisiones o se formulaban las políticas, Caamaño era el responsable de su ejecución. Normalmente transmitía sus órdenes a través de los mecanismos existentes, pero cuando era necesario creaba nuevos instrumentos de gobierno. Caamaño siempre informaba al pueblo de sus principales decisiones políticas, ya sea dirigiéndose directamente desde el Edificio Copello o en el Parque Independencia, o explicando sus decisiones por radio.”
De igual modo, representaba al colectivo a nivel nacional e internacional, desde que se reunió el 30 de abril con el Nuncio Clarizio para discutir un cese al fuego. Y más luego, en las negociaciones con la Comisión de la OEA, hasta culminar con la selección de García Godoy como presidente provisional. “Siempre defendiendo los puntos de vista de los grupos que representaba, más que sus puntos de vista personales”.
Conviene señalar que en el equipo negociador –Caamaño, Aristy, Cury, Jorge Blanco, Guzmán y Campagna- se conjugaban varias posiciones. Las más moderadas representadas por el tándem de Santiago, del cual surgirían luego dos presidentes (Guzmán y Jorge Blanco). En tanto en el movimiento, los partidos de izquierda asumían los términos más radicales, al respaldar los denominados “cinco puntos de Caamaño”.
Exigían –en palabras de Isa Conde y Cuello en el referido artículo- “una solución apoyada en la Constitución del 63, en la permanencia del Congreso Nacional, en la participación de personalidades democráticas en el gabinete a formar, en la vigencia de los mandos militares en manos de constitucionalistas y en el retiro inmediato de la tropa invasora.” De los cuales algo se hizo con el primer punto a través del Acta Institucional y con el tercero, desechándose el segundo y el último, e incumpliéndose lo pactado respecto al cuarto.
Sorprende, a medio siglo de visión retrospectiva, el formidable aprendizaje de Caamaño en aquellos aciagos días de la guerra. El despliegue insospechado de sus dones y la madurez con que asumió su rol histórico de liderazgo. Ese ángel que le ganó la gloria.
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