MANUEL
TERÁN
De tiempo en tiempo, a lo largo de la historia, se han
sucedido transformaciones incluso inicialmente
animadas por ideales ampliamente aceptados y respaldados por grandes segmentos
de la población, que han terminado deformándose de manera tal hasta volverse
completamente irreconocibles y sus líderes, de liberadores de ayer, convertidos
en los tiranos de turno. La lucha del pueblo ruso por liberarse de un régimen
incapaz de comprender el hambre por la que atravesaban millones de ciudadanos,
permitió a una minoría instaurar una dictadura que por décadas dominó al país a
través del sometimiento, el destierro y la persecución permanentes y configurar
a uno de sus líderes como uno de los más feroces dictadores que existieron en
el siglo XX. Asimismo, un pueblo al que le impusieron enormes cargas después de la Primera
Guerra Mundial, creyó encontrar en un alienado mental el líder para catapultar
a su nación a la cúspide mundial, provocando una de las catástrofes más grandes
de la historia con millones de muertos y ciudades enteras arrasadas, sembrando
el odio por donde quiera que sus tropas se habían desplegado. La aventura
terminó con un país dividido, al que le costaría casi medio siglo para ver
materializada su reunificación. Experimentos similares se vivieron en Asia,
donde un régimen a nombre de una revolución cultural asesinó a miles de
ciudadanos y otro, también de carácter demencial, inundó de cadáveres las
tierras de Camboya.Los procesos nacionalistas de muchos países del norte de
África culminaron instalando en el poder a regímenes opresores que sometieron a
sus pueblos por décadas. Acá por América Latina, las viejas dictaduras que
fueron desplazadas del poder por las armas posteriormente terminaron
reemplazadas por gobiernos opresores de otro signo, que no han realizado otra
cosa sino que retener el poder para beneficio de la clase dirigente y su
séquito de acólitos, sin que la situación del pueblo llano haya cambiado en
esencia en cuanto al cúmulo de limitaciones que los rodean. Pese a todas estas
experiencias que resaltan por las consecuencias que produjeron a esos pueblos
se observa inexplicablemente que, de tiempo en tiempo, amplios sectores
poblacionales caen atrapados en el lirismo y la retórica fácil, colocando en
manos de astutos charlatanes los destinos de sus naciones. Únicamente, como si
se tratase de un caso de “paroxismo colectivo”, es posible asimilar la manera
en que un régimen político haya sido capaz de despedazar a uno de los países
más ricos de América, con una producción petrolera equivalente a cinco veces la
de nuestro país, que la población sufra de escasez y racionamientos y que aún
así buena parte de ciudadanos vitoree al hacedor de semejante descalabro,
instalado en calidad de hazmerreír mundial. No ha llegado a los extremos de los
casos reseñados en las primeras líneas pero el daño causado al país llanero es
irreparable, con el dudoso privilegio de ser el centro de atención de este lado
del orbe. mteran@elcomercio.org
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