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domingo, 24 de enero de 2016

Raíces Hermann de Hamlet


Nos conocimos en febrero del 76 en el Hotel Habana Libre, una noche que se extendió en madrugada memorable encandilados los presentes por la narración cautivante que realizaba el comandante Delio Gómez Ochoa de la epopeya de junio del 59, aguados por momentos sus ojos azules dada la emoción que le anudaba la garganta. Hamlet, quien se hallaba exiliado en Cuba y laboraba en un consolidado de la construcción especializado en prefabricados, le acompañaba y sirvió de introductor ante la delegación de la UASD encabezada por su rector Hugo Tolentino, su esposa Ligia Bonetti Guerra, los decanos de Ingeniería y Arquitectura, Manuel Salvador “Doy” Gautier, Humanidades, Abelardo Vicioso, Agronomía y Veterinaria, Rafael Martínez Richiez. Así como los directores de Relaciones Públicas, Máximo Avilés Blonda, Bienestar Estudiantil, Juan Bosco Guerrero, e Investigaciones Científicas, José del Castillo Pichardo. Completada por el delegado estudiantil ante el Consejo Universitario, Freddy Barnitcha.
Desde el primer momento se produjo eso que se llama “química”, una simpatía recíproca que anudó nuestras relaciones por espacio de cuatro décadas, sin torceduras, roces ni arrugas. Una sola limpia amistad fraternal, macerada por el respeto y la admiración mutuos, desde el instante en que fuera él quien me identificara en la habitación del Habana Libre, abordándome por mi nombre y remachándome que había leído el libro sobre la Gulf & Western que habíamos editado en la UASD, en el cual aparecían las fichas biográficas y fotos de los coautores, entre los cuales me encontraba.
A su regreso al país se incorporó a la docencia en mi facultad de Ciencias Económicas y Sociales y realizó trabajos de investigación para el Centro de Estudios de la Realidad Social Dominicana (CERESD) de la UASD. Se hizo militante por espacio de una década del Partido de la Liberación Dominicana capitaneado por Juan Bosch, del cual fuera miembro de su Comité Central. Antes, en los 60, había militado en el 14 de Junio, participando en la Guerra Patria del 65. En el 2002, fue candidato a síndico del DN por el MIUCA. Desde su retorno, escribió obras sobre el desembarco de Caracoles, perfiles biográficos de Caamaño y de Eberto Lalane (El Fiero), ensayos históricos sobre la transición y el régimen de García Godoy, y acerca del rol de Fidel Castro en la política caribeña. Colaborando con la prensa como columnista de lujo.
Cuando lo conocí en Cuba en el 76, aparte de su historia como sobreviviente de la guerrilla de Caamaño del 73, sabía de su excelente hoja de servicio en la UASD en posiciones de dirección en el Colegio Universitario, el Centro de Cómputos y en el Departamento de Educación Física, antes de irse a México en 1970 a realizar estudios. Desde donde se trasladaría a Cuba para sumarse al contingente que se entrenaba junto al comandante de Abril. Una aureola de académico modernizador rodeaba su nombre, casi una leyenda. Yo, en ese entonces, residía en el Cono Sur, por lo cual no coincidimos.
De los Hermann, criados frente al Palacio Nacional, tuve contacto con mi admirado Dardo, estelar de los Tigres del Licey, a quien seguí en mis años mozos con verdadero fervor –cuando casi todos queríamos ser peloteros o actores de cine. Con los Pérez de su línea materna, me había tratado desde muchacho con su tío Manguel, dueño del cine Nuevo Ramfis de la San Martín, al que acudía, como a la barbería situada a su costado, donde operaba el barbero que fuera de mi padre. Igual con su tía doña Tatá Pérez Peña, una funcionaria de educación que lo adoraba como a un hijo.
Junto a Eduardo Latorre, José Turull, Francisco José Castillo, Julio Brea Franco, ya fallecidos, Wenceslao Vega, Rafael Damares Toribio, Juan Bolívar Díaz, César García, Eduardo García Michel, Rafael Marion-Landais, José Gómez Cerda, Miguel Prieto Caldentey y otros amigos, integramos con Hamlet hace varias décadas atrás un grupo de reflexión o tertulia, que se reunía inicialmente los lunes en el Restaurante La Parrilla del Malecón, luego en la residencia de Latorre, quien fungía como su animador y en las de los contertulios. El jesuita Jorge Cela, monseñor Ramón de la Rosa y Carpio, el reverendo Manuel Estrella, los empresarios Celso Marranzini y José Singer, los economistas Ramón Pérez Minaya, Isidoro Santana, Miguel Ceara Hatton, el académico y escritor Andrés L. Mateo, el periodista Fausto Rosario Adames, el politólogo Flavio Darío Espinal, han nutrido la matrícula de este grupo hoy coordinado por Rafael Toribio.
El lunes 18 de enero fue nuestro último encuentro en el hospitalario hogar de García Michel. Hamlet, uno de los entusiastas puntuales, se había excusado. El sábado 8 nos habíamos encontrado en una boda y me había comentado que estaría ausente del país, pues planeaba viajar a Cuba a un chequeo médico y aprovecharía para avanzar en el libro que preparaba sobre Fidel y la República Dominicana. Al día siguiente, recibí una llamada meridiana del amigo José Alfredo Rizek Billini, quien me informaba desde el Archivo General de la Nación que Hamlet había fallecido de un infarto fulminante. Una noticia que no quise creer y que me dejó anonadado. Luego vendría la confirmación.
En 1995 Hamlet publicó “Orígenes de los Hermann-Consoni”, en un boletín del Instituto Dominicano de Genealogía. Una búsqueda de sus raíces familiares que hoy compartimos.
“¿Cuándo empieza alguien a interesarse por sus antecesores? Difícil resulta responder a nombre de muchos cuando no se conoce la respuesta exacta para uno mismo. Podrían concurrir varios factores que lleven a buscarse a sí mismo a través de aquellos que le precedieron. Sobre todas las cosas, debe haber un cierto grado de madurez mental y un gran respeto o admiración por las raíces familiares.
En noviembre de 1994 fuimos de vacaciones por América del Sur; el propósito fundamental era el de evadirnos del vulgar agobio de la rutina diaria. No obstante, teníamos en mente que mi padre, Dardo Hermann Consonni, vino al mundo por obra de las circunstancias en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires cien años atrás, un 21 de julio de 1895. Asimismo, los relatos decían que mi padre, Dardo Hermann Consonni, había nacido al término de una función de la ‘Compañía de Ilusionistas Rusos’ en la ciudad de La Plata. Llamaron Dardo al niño en homenaje a Dardo Rocha, fundador de la ciudad donde nació.
Luego de varios intentos fallidos en un archivo olvidado por el poco uso, una diligente funcionaria de la Oficina del Registro Civil de La Plata encontró el expediente número 877 del 25 de julio de 1895 en el que se certificaba el nacimiento cuatro días antes de ‘una criatura de sexo masculino a quien vi en el expresado domicilio que había recibido el nombre de José Dardo.’
Encontrar aquel documento fue como un reencuentro con mi padre que había fallecido 37 años antes, el 30 de septiembre de 1958. Y, tal como siempre lo hizo en vida, me aportó con ese documento otra gran sorpresa. Descubrí que mi abuelo, Modena Luis Hermann Garaboldi, era ciudadano italiano. Sabía del origen italiano de nuestra abuela, María Teresa Consonni Manzi; tuvimos la oportunidad de conocerla y convivir con ella durante años. Pero siempre habíamos pensado que el abuelo era austriaco o alemán, quizás porque no alcanzamos a grabar en nuestras memorias las extensas conversaciones de la abuela María.
Me atrevo a decir ahora que ese descubrimiento de la nacionalidad italiana del abuelo fue el detonante que empezó a agitar en mí el deseo de reconstruir los orígenes de la familia Hermann-Consonni. De joven, el pasado no tiene tanta importancia porque no se ha tenido tiempo de construir el pasado propio. Pero los orígenes empiezan a cobrar importancia cuando nos damos cuenta de lo perecederos que somos y la importancia que tiene el que haya continuidad en los lazos familiares.
Lo poco que podía recordar de los relatos de la abuela María Consonni me decían que el abuelo Luis Hermann había sido uno de los más famosos prestidigitadores de Europa. Había sido reconocido como Caballero de la Orden Real de Carlos III y hacía giras por América a la velocidad que permitían los lentos medios de comunicación del siglo diecinueve. En nuestra indagación en Argentina, encontramos en los periódicos de La Plata y de Buenos Aires, la presencia de noticias que mencionaban a la Compañía de Ilusionistas Rusos. Un diario platense describía a la compañía del Caballero Hermann como una que realizaba ‘grandes y sorprendentes experimentos de escamoteo, el baúl moscovita, la Cámara verde y la misma repetición de las asombrosas apariciones de fantasmas vivientes’. Advertía que las mil travesuras del profesor Hermann atraerían a los amigos de lo sobrenatural.
Recuerdos vagos e imprecisos de la abuela no nos permitían darnos cuenta de algo que hemos investigado recientemente. Ese apellido Hermann proviene de la emigraciones germánicas hacia la Lombardía y el Véneto, en el Norte de Italia, cuando el Imperio Austro-húngaro ocupó esos territorios a finales del siglo dieciocho. Esa rama de los Hermann fue de las que quedó en la Italia unificada y, por lo tanto, sus miembros adquirieron la nacionalidad italiana.
En nuestro afán de investigación genealógica nos comunicamos recientemente con la rama de los Hermann Consonni en tercera generación y, para obtener otra sorpresa, descubrimos que una prima segunda mantiene a buen recaudo importantes documentos de la familia. Cuando la abuela María Consonni Manzi muere en República Dominicana a principios de la década de los 60, su hija Margarita Hermann Consonni se llevó hacia México todos sus papeles y documentos. Así las cosas, podemos contar ahora con los pasaportes de Modena Luis Hermann Garaboldi y de María Teresa Consonni Manzi, los cuales nos darán, de seguro, nuevas pistas para seguir buscando las raíces europeas de una familia en el Caribe tropical.”
Los Hermann venían desde Cuba “con un grupo de bufos, una especie de vodevil”, disuelto en 1927, nos dice Hamlet. Entrañable camarada.

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