Alejandro Aguilar
Una buena parte de mi vida transcurrió bajo un sistema para el cual no existía otra democracia que la llamada socialista. La libertad de expresión era allí y sigue siendo una materia pendiente porque la “unidad” hasta los extremos de la unanimidad es la panacea, el único modo de salvarse para quienes concibieron esa deformación aberrante de la idea del socialismo.
He podido vivir en otros países, experimentar y analizar sus formas de gobierno, niveles de desarrollo y culturas diversas. Y hay algo que salta a la vista que sigo cuestionando en el proceso constante de aprendizaje, de búsqueda de las mejores opciones de vida: la importancia real de la libertad de expresión, derecho fundamental refrendado en el artículo 6 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 y que esreivindicado como valor intrínseco de la democracia.
Solo la ambición de enriquecimiento, la estrechez de mente y el desprecio hacia la gente, pueden llevar a quienes detentan el poder en una democracia, a desoír esta regla elemental.
La libertad de expresión es un medio para la libre difusión de las ideas, tal y como fue concebido durante la Ilustración. Para Montesquieu, Voltaire y Rousseau, la posibilidad del disenso fomenta el avance de las artes y las ciencias y la auténtica participación política. Podemos añadir que su práctica es esencial para el descubrimiento de la verdad. Sin embargo, y aquí vienen mis dudas; ¿es realmente así como funciona?
Muchas veces he tenido la sensación de que los gobiernos manipulan este derecho,instrumentándolo como válvula de escape, como acto de catarsis en el que el individuo o grupo de individuos expresa lo que siente, airea su disenso, su rabia incluso, en un acto privado o público, oralmente o por escrito y luego… la vida continúa. El poder toma nota de los sentimientos de sus gobernados, pero sigue actuando como hasta entonces, haciendo oídos sordos a las demandas. Nada cambia, pero nadie podrá hablar de dictadura ni de violación de sus derechos porque las masas han tenido la posibilidad de hablar. Esto es para ellos “democracia”.
Obviamente aquí falta lo esencial. La expresión representa voluntad y el poder debe escuchar pero sobre todo actuar porque, al menos en teoría, los que gobiernan, elegidos por los gobernados, deben ser instrumentos para ejecutar la voluntad de sus electores; no verdugos para imponer despóticamente sus intereses por sobre los de aquellos que los han llevado al poder.
Cuando ese equilibrio se rompe, que es lo que sucede a diario en diversas latitudes, cuando la aguja se mueve hacia un extremo, los elegidos se convierten en dictadores y los electores en magma descontenta que soporta, pero nunca eternamente, las imposiciones y limitaciones que ejercen los poderosos sobre sus vidas. Así se agota el espacio democrático, se cierran las opciones de disentir, los gobernados se agitan y entonces se produce la ruptura, la crisis, la explosión que hace rodar cabezas de reyes, que crea el caos y la destrucción.
Nada de esto es ciencia espacial. Esta lógica es tan fácil de comprender que no hay explicación racional para que los políticos la ignoren. Solo la ambición de enriquecimiento, la estrechez de mente y el desprecio hacia la gente, pueden llevar a quienes detentan el poder en una democracia, a desoír esta regla elemental. Con ello pueden lucrar por un tiempo, abusar de su poder, enriquecerse a manos llenas desconectados de la realidad y de todo sentimiento de dignidad y justicia.Pero ya he dicho que sólo por un tiempo. Tarde o temprano el equilibrio se rompe, la tranquilidad cede paso a la inestabilidad y la violencia. Y ese el punto en el que todos pierden, desde el rufián enriquecido aprovechando su poder, hasta el más humilde que ha sido explotado y ahora será aplastado por el caos y el desgobierno.
¿Quién desea esto para su país? Entonces, si es tan fácil, tan obvio, ¿por qué parece que nadie escucha?
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