Por SILVIO HERASME PEÑA
La Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) ha emitido una supuesta sentencia condenatoria de República Dominicana sobre su trato a la población haitiana residente en el país y especialmente contra aquelllos nacidos aqui. Ese informe sólo merece el calificativo de “infamante”.
Me da la idea de que este informe en realidad es un esfuerzo retaliativo para condenar al país por la matanza de migrantes haitianos ejecutada por la tristemente célebre tiranía de Rafael Leonidas Trujillo Molina en el 1937.
Aquella acción, sin duda criminal, recreada en la literataura haitiana en la novela de Edwige Danticat como “Cosecha de Huesos”, se pretende ahora presentar al país actual con la misma vesania de entonces. Nos quieren hacer pagar una factura que esta generación no consumió.
Si esa es la idea creemos que la CIDH ha desenfocado su informe con unos 78 años de atraso. En esa época Trujillo debió pagar una cierta suma de dinero en compensación por las víctimas de aquella horrible represión. Los fondos pagados se dice que quedaron en manos de los funcionarios del gobierno de Steven Vincent, quien gobernó Haití del 1930-1941.
Los dominicanos fueron tan víctimas de la tiranía trujllista al igual que los desgraciados migrantes que fueron desplazados y asesinados muchos de ellos, se dice que unos tres mil.
En su libro “Trujillo de Cerca” que relata su experiencia personal sobre la tiranía trujillista, el doctor Mario Read Vittini, quien fue íntimo del jefe y luego su crítico, recoge la refl exión de Trujillo en el sentido de que “en el futuro le agradecerían el exterminio de los haitianos”.
A la República Dominicana de hoy no le corresponde responsabilidad alguna sobre esos desafueros del pasado, así como a la población haitiana de hoy no le corresponde responsabilidad alguna sobre las incursiones del Ejército propiamente haitiano de Dessalines y especialmente de la ocupación ordenada por Boyer en el 1821. Para entonces latía un profundo sentimiento de diferencia con el pueblo que acababa de liberarse de la esclavitud, pero aún no nos habíamos organizado como nación. Cuando se puso fi n a la decadencia llamada “España Boba” en el 1820, pero al “héroe” de aquella gesta, José Núñez de Cáceres sólo se le ocurrió para el nombre de nuestra independencia, identifi carnos como “Haití Español”. Todo un absurdo.
El presidente Boyer consideró que sólo había un Haití y en el 1822 ocupó la parte Este de la isla y ahogó aquella timida esperanza independentista. El afán libertario, sin embargo, nunca fue abolido.
Boyer fue advertido por uno de sus generales más brillantez que no era la ocupación lo que procedía, si no la protección, pero imbuido el mandamás haitiano en su escasez de recursos y su imperiosa urgencia de pagar compensación a Francia para lograr el “reconocimiento” de su independencia, procedió a la nefasta ocupación.
Sin tirar un tiro el ejército haitiano ocupó en 1822 el territorio del nuevo país con dos meses de fundado. Desde entonces desapareció el llamado “Haití Español” y este territorio permanecería regido por autoridades haitianas hasta el 27 de febrero de 1844.
Vino la guerra entre los dos países y, desde luego, las armas dominicanas prevalecieron siempre. Se mejoran las relaciones de los dos países por el mútuo acuerdo, por causa de la anexión de Santana a España. El 16 de agosto de 1863 los haitianos dieron una ayuda fundamental a la causa nacional libertaria nacional y ya nunca más hubo guerra entre los dos países, incluso hubo negociaciones (1929) para delimitar el territorio conforme al Acuerdo de Aranjuez de 1777 entre las dos colonias.
República Dominicana nunca ha agredido militarmente a Haití, aunque hay que reconocer la represión trujllista conocida como “La Masacre de 1937”. Algunos haitianos no olvidan ese desgraciado episodio, y no parecen comprender que Trujillo asuzado por sus propios funcionarios anti-haitianos nunca se arrepintió de ese hecho.
Ahora que la CIADH vuelve a acusar al país inculpándole nuevas represiones, es lógico suponer que detrás de esa parafernalia anti-dominicana buye un inmenso deseo de cobrar deudas viejas que no corresponde a lo que es hoy la República Dominicana libre y democrática, por lo que podemos defi nir esa sentencia como un grave error, o dicho en buen dominicano “un arroz con mango” Suponemos que la misión del organismo interamericano debe orientarse a la comprensión de estas naciones, y no a restregar resentimientos que deseamos olvidar, y es peor el error porque en el corazón de los dominicanos de esta época no se anidan animadversiones contra los haitianos ni contra nadie, sino un sincero deseo de que esa desventurada sociedad encuentre un sano destino, sin que ello implique el perjuicio nuestro.
No hay de otra.
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