NOTA: Este artículo fue extraído de la Revista Ahora No. 219 de fecha 22 de enero del año 1968 y por considerarlo de interés para nuestros lectores, transcribimos íntegra y fielmente al original. CITAMS …
Por Guillermo Ochoa (Especial para Ahora)
“Si no hubiera sido hija de Trujillo, jamás habría sido trujillista”. Parecía feliz. Su boca era un borbotón de risotadas y sus frases un derroche de ingenio. El pelo rubio se elevaba para caer violentamente en varias cascadas, sobre la frente casi sin arrugas. La mano derecha en torno de un vaso chaparro repleto de whisky y hielo. Un vestido negro. Un cuerpo algo delgado. Unos 50 años de edad. Esa es Flor Oro Trujillo.
“Yo no me imaginaba las cosas que me podían pasar sin él. Era que todo lo resolvía mi padre. El decidía si yo debía permanecer soltera o si debía casarme nuevamente. El decidía si mi esposo era un verdadero hombre o si no lo era. Él estaba en todas partes; lo hacía todo…”.
“Creo que eso no sólo me ocurrió a mí, sino al país entero. La República Dominicana se acostumbró a que el generalísimo Rafael Leónidas Trujillo pensara por ella. Si alguien, por ejemplo, quería casar a su hija y no tenía para comprar el atuendo de bodas, simplemente se lo hacía saber a mi padre. Entonces todo se resolvía inmediatamente”.
Flor de Oro Trujillo, la primera hija del hombre que tuviera bajo su bota militar a todo un país durante más de 30 años, hablará de sí misma y de su vida en lo que llama El Teatro de Trujillo. Decía cosas que pueden parecer amargas, pero las decía así, ligeritas, sin darle mucha importancia, como si ella hubiese tenido que ser actriz a la fuerza en ese TEATRO. Parecía feliz.
“Cuando asesinaron a mi padre lo sentí mucho; después de todo, era mi padre. Tuve que abandonar el país violentamente, tuve muchas complicaciones. Ahora empiezo a adaptarme y a vivir por cuenta propia…”.
“¿Cómo recuerdo a mi padre? Bueno. Pues, soy la hija de una madre muy sencilla y de un hombre muy sencillo. Eran, un hombre y una mujer que se querían, que querían a la tierra, al sol, a la luna y a Flor de Oro. Pero entonces, un día, mi madre y yo nos dimos cuenta de que habíamos perdido esposo y padre”.
“´Él comenzó a subir, llegaron los marines y de pronto estuvo ya tan alto que casi no lo podíamos ver… Usted sabe, en Santo Domingo fue colocado un letrero que decía: “DIOS Y TRUJILLO”…
Dio un sorbo al vaso de whisky dorado…
-“Si es verdad”-, agregó y continuó diciendo:
-“La carrera de mi padre la hizo a la sombra de los marines: no hay porqué ocultarlo. ¿Qué tenía a sus órdenes una policía de criminales? Bueno, acerca de eso yo puedo decirle que lo mismo que usted ha leído al respecto, lo he leído yo. Pero no puedo decirle más”.
Flor de Oro Trujillo es una pieza maestra de ese engranaje complicado y terrible que es el gran mundo internacional.
La revista Look pagó una fortuna por sus memorias. En Paris, todo aquel caballero que tiene un par de autos deportivos y toda aquella dama que tiene más de tres abrigos de visón, deben conocer a Flor de Oro. Es una obligación.
¿Acaso no fue la primera esposa de Porfirio Rubirosa? ¿Y no es hermana del Play Boy Ramfis Trujillo? ¿Y no se afirma que se llevó con ella, a los bancos de Suiza y Francia, dinero suficiente para alimentar durante un año a la población entera de su exprimido país?
Ella agregó, -siempre en medio de ese borbotón de risas…
“¿Millones?”. Bueno, se decía que mi padre tenía unos 800 millones de dólares, pero yo no lo creo: el país no daba para tanto. Usted dice que yo tengo muchos millones, pero le aseguro que no vi ni una perra. Debe habérselos llevado mi hermano Ramfis. Precisamente ahora tengo una demanda legal contra él”.
“¿Por cuánto peleamos? Unos 40 ó 50 millones de dólares. Las ideas políticas de mi padre no eran las mías, añadió en seguida. Sin embargo, yo nunca se lo dije. Era que ni yo ni nadie podíamos oponernos a él. Creo que cometió muchos errores, pero tendré que hacer al respecto lo que hizo la hija de Stalin: atribuirlos al partido”.
Rió violentamente; luego señaló: “Mi padre y yo éramos como dos polos opuestos, que se querían y al mismo tiempo se rechazaban. La verdad es que si yo no hubiera sido hija de Trujillo, jamás habría sido trujillista”…
Flor de Oro vino a México a pasear simplemente, simplemente. Acaba de hacer en Nueva York un curso de Relaciones Públicas. Los últimos años ha fijado residencia en la Babel de Hierro, pero su residencia permanente es París. Anoche debió salir a Acapulco.
-“¿Y ahora quiere que le hable de Rubirosa, mi primer esposo? Bien. Lo haré aunque debo advertirle que yo gocé muy poco tiempo de sus famosos encantos y tal vez no llegué siquiera a descubrirlos. Hay que tener en cuenta que yo me casé con él a los 16 años, era entonces una jovencita enamorada”.
Se acomodó en el sillón del salón bar de la residencia de don Manuel Ontañón. Allí se efectuaba la entrevista.
“Conocí a Rubirosa cuando era simplemente un teniente del Estado Mayor de mi padre. Yo volvía de París, donde había estudiado allá. No sé si yo encontré a París en la dominicana o si él vio en mí en mí la llegada de París a la República Dominicana. Nos enamoramos. Mi padre quería otra cosa para su hija, no un simple teniente: me encerró en una hacienda y a él le dio de baja”.
Permaneció en silencio un instante:
“Pero nos seguimos enviando cartas a escondidas. Después de todo”, dijo reflexivamente: “Si aquello no fue bello, por lo menos fue romántico. Entonces intervino un padrino mío, que era general, y convenció a mi padre de que debía permitir que nos casáramos. La boda fue la más bella de aquella época en Santo Domingo”
“Después de la boda, mi padre nombró embajador en Berlín a Rubirosa. Así empezó él su carrera.
¿Qué cuáles eran los encantos que lo hicieron tan famoso? “Bueno, pues simplemente tenía el encanto de aquellos hombres que no hacen nada. Se dedicó a Play Boy, que más que más que un hobby es una profesión”.
“Triunfó, porque siempre estaba listo para salir a todas las noches y hacer lo que se le presentara. De ese modo creó una leyenda que la publicidad hizo crecer”.
“Debo decirle, -señalo-, que yo no creo en la versión esa de que se suicidó. La verdad es que el día del accidente él había jugado polo y luego se había ido de parranda. Por eso estaba fatigado, y estrelló su auto en el Bosque de Bologne. No hubo suicidio”.
Pedimos en seguida a Flor de Toro Trujillo, que nos hablara acerca de Flor de Oro Trujillo.
“Recuerdo que estábamos en París, Rubirosa y yo. Íbamos casi de luna de miel, tomados de las manos y esas cosas. Entonces vimos la tienda de un adivinador árabe. Entramos. Sobre la mesa había un montón de arena. Trazamos unas rayas. El adivinador le dijo a Porfirio unas cuántas cosas, en cambio a mi me dijo muchas. Una de ellas me sorprendió: me dijo que yo me casaría nueve veces y yo exclamé: “¡Dios mío!, Porfirio rió. Salimos y olvidamos el asunto. Hasta el momento me he casado ocho veces”.
La anécdota la hizo reír. Pero hablaba de todo eso como si hablase de la vida de otra persona, no de su propia vida. Parecía feliz, pero con una felicidad frágil, como la cubierta de barniz de un escritorio que cualquier podría dañar con una si escarbara un poco.
-“¿Quiere usted saber la lista de mis esposos por nacionalidad? Apunte: dos dominicanos; un brasileño; un americano; un francés, otro dominicano, un cubanoamericano…
Pero no crea usted que mis matrimonios duraron poco tiempo, no: tuvieron un promedio de dos años y ¿a qué atribuyo tantos fracasos? Ya le he dicho. Mi padre era quien decidía. Mi estado actual es… ¡ah sí! Hay una frase que me hace mucha gracia. Mi estado actual es whisky on the rocks… y por último me pienso casar, sí. Será mi noveno matrimonio”.
“Eso es lo que deseo; eso y escribir. Quiero tener un hogar. Es verdad que yo frecuento ese gran mundo en el que, para triunfar, hay que hacer muchas tonterías, pero me aburre. Quiero una vida tranquila y tal vez la logre. Mi padre ha muerto; ahora sí puedo elegir…”.
Flor de Oro Trujillo parecía feliz, pero, después de todo, no tan feliz…
FUENTE: Revista Ahora No. 219 de fecha 22 de enero del año 1968
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