-A usted le preocupa mucho el maltrato que reciben los escritores por causas políticas. Siempre insiste en que son víctimas de la censura o de la intolerancia de los gobernantes. Pero olvida que en todos los tiempos hubo escritores atrevidos, sujetos irreflexivos que buscaban su perdición; tipos que desafiaban los peligros de la policía secreta por hacer una frase ingeniosa. Conocí a un periodista al que torturaron en una prisión por burlarse de Trujillo. Al dictador dominicano le anunciaban en la radio con numerosos títulos: “generalísimo doctor”, “Benefactor de la patria”, “adalid de la historia moderna”. Ese periodista dijo a un compañero de trabajo: “deberían llamarle malefactor de la patria, lo contrario de bienhechor; además, antes de ser generalísimo era todo un malhechor”.
-El compañero de trabajo se lo contó enseguida al espía encargado de esa división de la radio. Declaró después que lo había denunciado por miedo a que lo acusaran a él de haberlo oído “con aquiescencia cómplice”. Los controles de la cultura que usted menciona no existen aquí. En primer lugar porque los funcionarios, con frecuencia, carecen de cultura; por tanto, no pueden escrutar las frases de un idioma que no conocen. Se dice que un poeta dominicano sostenía que en nuestro país “los censores no leen”.
-Prefieren no fatigar los ojos con lecturas innecesarias. Las costumbres isleñas dan cierto “margen de impunidad” a los escritores. Los escritores de vanguardia disponían entonces del “escudo surrealista”. Un poeta podía componer versos crípticos con sentidos difícilmente descifrables. Por ejemplo: “Un Longino de piedra/ clava lanzas obscuras/ al costado del mundo”. Trujillo era “Longino de piedra”. (Ubres de novelastra; 2008).
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