La película llegó a Ciudad Juárez Su director, Luis Estrada, creador de la ya célebre trilogía paródica del poder en México –“La Ley de Herodes”, “Un Mundo Maravilloso” y “El Infierno”– parece anotarse otro éxito, ahora con “La dictadura perfecta”, cinta que muestra de manera divertida la mezquina relación del poder fáctico de las televisoras con los poderes formales y cómo la fuerza mediática es capaz de construir, a través del manejo de la imagen, realidades políticas muy específicas, cuyos referentes en este caso, son los últimos lustros de la política práctica mexicana.
El título cae como anillo al dedo, pues si queremos hablar de las dictaduras contemporáneas es poco fructífero centrarnos ya en una figura monolítica que “encarna” el poder. Sin embargo, cómo olvidar esas narrativas extraordinarias que erigieron la figura de un dictador casi mítico. Esos héroes y villanos que fundaban las repúblicas para luego eternizarse en el ejercicio de sus mandatos. Y sobre todo, lo que hoy parecería imposible, sin ayuda de la televisión.
De esos dictadores de una sola pieza se ocupó la mejor literatura. Y a tres obras maestras de la narrativa hispanoamericana quiero referirme, quizá solo para recomendar su lectura, pues la complejidad que envuelve cada una de sus tramas, hace imposible una reseña puntual en tan corto espacio.
Hace cuarenta años, un escritor paraguayo, Augusto Roa Bastos, escribió la novela “Yo el Supremo”, historia provista de una intertextualidad compleja, reconstruye de manera magistral la actuación de uno de los dictadores más célebres de todos los tiempos: Gaspar Rodríguez de Francia, mejor conocido como el “Doctor Francia” y quien de 1814 a 1840 detentó el poder. El Dictador Perpetuo de la República del Paraguay que Roa Bastos erige es una mixtura sofisticada que se debate entre el mito y la realidad expuesta en una narrativa que pone el uso del lenguaje en otra dimensión.
Tomado de la realidad, el perfil del dictador, el personaje central de “Yo el Supremo” reúne una serie de atributos y cualidades que permiten conformar a un déspota ilustrado, caracterizado por su austeridad, con una extraordinaria y casi sobrehumana inteligencia. Esas capacidades, en la imagen enfermiza que el propio dictador tiene de sí mismo, le permiten proteger el bienestar común, la libertad, la independencia y lo que él denomina la “soberanía” de su nación.
Otra de las grandes creaciones literarias sobre la dictadura es la novela “El Recurso del Método” del escritor cubano Alejo Carpentier. La novela transcurre en el periodo de 1910 a 1925, aproximadamente. Evidenciando en cada renglón la erudición del propio Carpentier, la historia se teje paralelamente con diálogos cuyo telón de fondo está soportado tanto por trozos del panorama latinoamericano como por retazos de la vida parisina de esos años. En la historia, “El Primer Magistrado”, así llamado el déspota construido por Carpentier, va y viene de su República a la capital francesa.
Aunque el dictador de la obra de Carpentier no tenga un referente plenamente identificado, se ha considerado que es Manuel Estrada Cabrera, presidente de Guatemala de 1898 a 1920, quien proporciona buena parte de la materia prima para la confección del personaje, junto con dos figuras cubanas: Mario García Menocal y Gerardo Machado.
El título de la novela evoca la obra filosófica de Descartes. Así, el racionalismo filosófico se utiliza como esquema de explicitación para plantear de manera crítica el dualismo Europa-América. Por vía de ejemplo, en los diálogos que el dictador entabla con el personaje identificado como “el académico” se puede leer: “…al recitar la cartilla del pensamiento racional, claro, prudente, equilibrado, de la Francia eterna, en oposición a la desmesura, la barbarie, la crueldad, la incoherencia y el caos de las sociedades latinoamericanas”. El déspota de Carpentier es, también, un déspota ilustrado.
Finalmente, no puedo dejar de mencionar, dentro de las claves de la novela de la dictadura, el magnífico trabajo de Gabriel García Márquez: “El Otoño del Patriarca”. El escritor colombiano llegó a decir que él no inventó nada en la configuración de su dictador novelado, que fue la realidad la que le proporcionó toda la materia prima. Unas líneas de “El Otoño del Patriarca” bastan para marcar el talante de cómo vive y siente el dictador el ejercicio del poder: “La primera vez que lo encontraron, en el principio de su otoño, la nación estaba todavía bastante viva como para que él se sintiera amenazado de muerte hasta en la soledad de su dormitorio, y sin embargo gobernaba como si se supiera predestinado a no morirse jamás…”
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