Los más feroces dictadores de la historia siempre tuvieron una enfermiza afición por el arte. Algunos tocaban el violín o pintaban acuarelas; otros escribían cuentos o poemas. O cantaban rancheras, como Hugo Chávez hizo una vez en el Teatro Teresa Carreño de Caracas cuando, durante un acto de campaña, se atrevió a entonar, a capella, algunos temas de Vicente Fernández.
Los menos tocaban el piano, como hizo Nicolás Maduro durante la recientemente celebrada Expo Venezuela: Mujer Productiva, cuando interpretó una pieza clásica imposible de identificar pero con la cual intentaba promocionar su nueva Asamblea Nacional Constituyente como una salida –después de más de dos meses de protestas callejeras, 60 muertos, un millar de heridos y miles de detenidos– a la grave crisis que atraviesa el país. Ambas actuaciones, al hacerse virales en las redes sociales, resucitaron un viejo tema periodístico: el de los dictadores con vocaciones artísticas.
En realidad, Chávez y Maduro no fueron los primeros; antes que ellos, hubo otros. La lista es extensa, antigua y de triste recordación: Nerón, que según el historiador y biógrafo romano, Suetonio, tocaba la lira mientras ardía Roma; Adolfo Hitler, vendiendo sus bucólicas acuarelas en Viena para ganarse la vida, tal como aparece en Hitler's Vienna: A Dictator's Apprenticeship, el estupendo ensayo de Brigitte Hamman sobre los años formativos de Hitler antes de que cambiase los pinceles por tanques de guerra y campos de concentración; Benito Mussolini, escritor y periodista, director del periódico Avanti, como se consigna en el ensayo del profesor Pedro de Vega, Mussolini: una biografía del fascismo, y que también solía tocar el violín en tanto implantaba el fascismo en Italia.
Por su parte, Francisco Franco, mientras gobernaba a España con puño de hierro, “cada tarde después del café se encerraba un ratito a pintar”, según cuenta su nieto Francisco Franco Martínez-Bordié en su libro, La naturaleza de Franco, en el que incluye varios lienzos pintados por su abuelo.
Joseph Stalin, de un joven que escribía poesías, pasó a ser un brutal dictador que decretó la muerte de millones de personas.
La lista sigue con Saddam Hussein y sus novelas, Zabibab y el Rey y El castillo fortificado, quizás escritas mientras descargaba sobre la ciudad kurda de Halabja una mezcla de gas mostaza que provocó la muerte de 5,000 personas. Y Muammar el Gaddafi, quien viajaba protegido por una guardia personal de 30 vírgenes entrenadas para matar, que fue capaz de ordenar el atentando contra un avión de Pan Am que estalló cuando sobrevolaba la ciudad escocesa de Locker y dejó 240 muertos, y que entre crimen y crimen encontró tiempo para escribir un libro de cuentos titulado Huida al infierno y otros relatos.
¿Cómo es posible, se preguntan muchos, que algunos de estos dictadores, como es el caso de Mussolini, podían enternecerse hasta las lágrimas escuchando la música de Beethoven y ser capaces de ordenar crímenes atroces? ¿Cómo es posible que Hitler haya podido tener la sensibilidad necesaria para pintar bellos paisajes y a la misma vez concebir la llamada Solución final, un plan para llevar a cabo el exterminio de millones de judíos?
Jerrold M. Post, profesor de psiquiatría de la Universidad George Washington y autor del libro The Psychological Assessment of Political Leaders, lo explica diciendo que “la neurosis y la psicosis son las bases que les permiten a estos dictadores realizar limpiezas étnicas y genocidios”. Para agregar a continuación: “Son individuos que pueden funcionar de manera racional, pero que en ciertas situaciones de estrés sus percepciones se distorsionan y esto se refleja sobre sus acciones”.
Dictadores latinoamericanos, sin aptitudes artísticas
Lo curioso de esta infame lista es que no hay en ella –con excepción de Chávez y Maduro– un solo dictador latinoamericano o caribeño. La razón es que ninguno cantaba o tocaba el piano. No pintaban y tampoco escribían poemas. Al menos, eso es lo que reflejan sus biografías. Al parecer, la mayoría de ellos –Juan Vicente Gómez, de Venezuela; Alfredo Strossner, de Paraguay; Juan Manuel de Rosas, de Argentina; Rafael Leónidas Trujillo, de República Dominicana, y Anastasio Somoza, de Nicaragua– a diferencia de sus contrapartes al otro lado del Atlántico, no estaban interesados en el arte. Tampoco lo estaban los dictadores literarios de las novelas El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias, Tirano Banderas, de Ramón Valle-Inclán, Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos, La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa y El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, creados a partir de las biografías de dictadores reales.
Todos ellos –tanto los verdaderos como los ficticios– surgen en Latinoamérica, primero, durante las guerras civiles que siguieron a la independencia de España y, después, por la ineficiencia de las jóvenes democracias que propiciaron la aparición de los llamados caudillos, conocidos más por sus apodos –El gran pacificador, El Benefactor, El único líder, El supremo y El Benemérito de la patria– que por sus nombres. Algunos tiranizaron a sus pueblos durante diez o 15 años; otros durante 20 o 30. Solo uno lo hizo por más de medio siglo: Fidel Castro Ruz.
“[Castro era] un líder carismático hecho de frustraciones de familia y resentimientos sociales que gestaron una exacerbada megalomanía con feroces impulsos de violencia que dominaron su personalidad”, describe Pedro Roig, asesor senior del Instituto para los Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami, entrevistado por El Nuevo Herald.
Al igual que los mencionados anteriormente, Fidel Castro tampoco aparece en la famosa lista de dictadores con aptitudes artísticas. Y cómo iba a estar en esa lista si nunca escribió un verso, cantó un bolero o pintó un cuadro. Ni siquiera sabía bailar. Lo que sí supo hacer fue enviar al paredón de fusilamiento a centenares de sus compatriotas, encarcelar a decenas de miles de opositores, destruir su país y sumir en la miseria a 11 millones de sufridos habitantes. Y para eso no le hizo falta ninguna disciplina artística. Fue un dictador a secas; como los otros dictadores latinoamericanos que tampoco necesitaron del arte para esclavizar a sus pueblos. Solo que fue uno de los peores .
No hay comentarios:
Publicar un comentario