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jueves, 8 de junio de 2017

Confesiones de un torturador Pinochetista


Andrés Antonio Valenzuela Morales, 28 años, cabo de la Fuerza Aérea de Chile, tarjeta de identificación militar Nº 66.650, se presentó un día de octubre del año pasado en las oficinas de la revista santiaguina Cauce, y dijo que estaba dispuesto a contar sus experiencias como agente del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea, SIFA, a cambio de que le garantizaran la ayuda necesaria para huir en seguida del país.
La periodista Mónica González sostuvo con él una larga entrevista y de ella salió un documento estremecedor, uno de los más horrendos que hayamos podido conocer en estos ya casi doce años de asesinatos e infamias en el Chile de Pinochet.
Esta confesión pareciera no agregar nada nuevo sobre el carácter de la represión fascista, nada que no hubiéramos sabido de antemano en cuanto al alcance y medida de su atrocidad; y, sin embargo, qué distinto es enfrentarse al testimonio del crimen cuando no es la víctima quien nos lo cuenta, sino el victimario, cuando la puerta de acceso al museo del horror la abre uno de sus mismísimos administradores: y cuando, además, esta luz negra se proyecta sobre los detalles -revelados por primera vez- de las muertes de quienes hasta ahora sólo dábamos por desaparecidos.
La alucinante narración del cabo-torturador pone de relieve con elocuencia singular esa verdad que no sólo quema, sino enceguece a quienes tienen ojos pero se obstinan en no ver: la violencia no la inventó el pueblo chileno.

Andrés Valenzuela -"combatiente de la libertad" habrá que llamarlo, según los rigurosos códigos reaganeanos al uso- partió al exilio sin su esposa e hijos, que no quisieron salir de Chile y que la CNI guarda como rehenes. En el país en que se encuentre, sólo su conciencia podrá servirle de interlocutor a la hora de querer exorcizar los lobos y demonios que echó a volar con su pasmosa confesión.
Mientras tanto, la revista Cauce fue clausurada junto con una media docena de publicaciones, y el documento nunca pudo ser publicado en Chile. Nosotros recogemos de él la parte esencial, de la cual hemos suprimido las preguntas, convirtiendo las respuestas en un relato sin solución de continuidad, sólo para facilitar su lectura.
"Sin querer queriendo..."
Quiero hablar sobre cosas que yo hice; desaparecimiento de personas... El de los hermanos Weibel Navarrete, por ejemplo.
Pero empecemos por el principio. A mí me seleccionó un instructor cuyo nombre no recuerdo. Yo tenía entonces 19 años. Fuimos alrededor de sesenta los seleccionados. Nos dividieron en dos grupos: la mitad se fue a la Academia de Guerra, y en sus subterráneos empezamos a trabajar directamente con prisioneros. Yo era la primera vez que veía a un prisionero y creo que no lo voy a olvidar nunca. Nos formaron y nos dijeron que lo que íbamos a ver teníamos que procurar olvidarlo y el que hablara algo... Empezaron las amenazas y uno que es muy joven se inquieta. Descendimos al sector de la cocina. Bajamos una escalera de caracol, que era como un vórtice. Me dio la impresión de ir como en un submarino. Eramos seis o siete hombres que íbamos a relevar a los reservistas, gente que habían llamado a cumplir ese trabajo. Lo primero que vi fue mucha gente de pie, con esposas, algunos con uniforme de la Fuerza Aérea. El capitán Ferrada estaba entre ellos. Fue el primer impacto. Todavía recuerdo que se rieron cuando le pregunté al oficial cómo me dirigía a los que estaban en el lugar, si al capitán Ferrada tenía que llamarlo capitán. El oficial me dijo: "¡No, huevón, son prisioneros! Están con uniforme porque no tienen otra ropa".
Lo que más me llamó la atención fue ver a unas mujeres detenidas. Estaban paradas con unos letreros que decían: "De pie 24 horas", y la orden la firmaba el Inspector Cabezas, que después supe que era el coronel Edgar Ceballos, en servicio activo todavía. Yo no entendía nada hasta que el oficial me explicó que había que sentarse en la puerta de las piezas, con fusil, y "protegerlos", es decir, impedir que conversaran. Había un reglamento que teníamos que hacer respetar. La primera pieza que me correspondió a mi fue la número dos; en ella había una señora de edad y estaba también Carol Flores, que pasó luego a ser nuestro informante.
La señora de edad era la esposa de un diputado comunista. Si, Jorge Montes... Ella estaba allí con sus hijas.
Se suponía que había prisioneros de cierta importancia y que podrían intentar rescatarlos, y por eso las medidas de seguridad eran muy severas. Los reservistas pasaban por el lado de un prisionero y le decían: "A ver, huevón, párate, y te quedai de pie". Yo comencé a preguntar por los prisioneros y decían: "Mira, con éste hay que tener cuidado porque es karateka. Es Víctor Toro". A mí me impresionó mucho, lo había conocido por los diarios, era famoso, era como estar frente a una persona importante. También conocí allí a Arturo Villabela Araujo, que estaba enyesado, porque había caído en un tiroteo (Villabela moriría años más tarde en la llamada "operación Fuenteovejuna").
Una noche sonó la alarma. Teníamos orden de que en ese caso todos los prisioneros debían tenderse con las manos en la nuca, estuviesen como estuviesen, desnudos, heridos... Si el oficial daba la orden estábamos obligados a disparar contra los prisioneros. Comenzó a sonar la sirena, todo quedó a oscuras y luego se encendieron unas luces. Eran unos reflectores que alumbraban desde un sitio donde había unas ametralladoras Punto 50. Los detenidos actuaban en forma automática. Esto lo venían viviendo casi a diario y a veces se hacía para probar. Esa noche vi que el oficial de turno tomó una granada, le sacó el seguro y empezó a pasearse con ella por el pasillo. Miraba todo, trataba de controlarnos, ya que estábamos muy tensos. Decía: "Tranquilos, muchachos, si alguien quiere rescatar a los detenidos van a cagar, porque van a morir todos. Yo tiro la granada en el pasillo". Recuerdo que en esa oportunidad Carol Flores dijo que no nos asustáramos, porque eso pasaba todos los días.
Así comenzó el procedimiento. Hacía guardias diarias, aunque además continué participando en allanamientos. En las guardias veía cómo les pegaban a los detenidos, cómo los castigaban. Golpes, aplicación de corriente. Nunca vi morir a nadie, pero nosotros estábamos aislados, no existía la confianza para... En un enfrentamiento murió el "coño" Molina, del MIR. Murió también un oficial de Ejército, murió de mala suerte no más... En ese tiroteo yo participé. Fue la primera vez que...
La verdad es que en ese momento yo era centinela no más. Después me fui poco a poco metiendo. Fueron seleccionando gente y en todas me incluyeron. Yo me daba cuenta de lo que estaba haciendo..., pero tenia que trabajar en alguna cosa... Yo diría que al principio, cuando uno empieza, primero llora, escondido, que nadie se dé cuenta. Después siente pena, se le hace un nudo en la garganta, pero ya soporta el llanto. Y después, sin querer queriendo, ya se empieza a acostumbrar. Definitivamente ya no siente nada de lo que se está haciendo.
"Murieron algunos detenidos"
Yo no estuve nunca en la DINA. Pertenezco a la SIFA, Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Es bueno saber que ya en ese tiempo, cuando yo entré a la SIFA, teníamos problemas graves con la DINA, porque pensábamos que eran inoperantes. Por lo menos, así opinaban nuestros jefes. Nosotros, siendo tan pocos, actuábamos más efectivamente que ellos. Por ejemplo: nuestro grupo logró detener a toda la cúpula del MIR.
A la SIFA llegué después de unos seis meses en la Academia de Guerra. Nos fuimos, primero, a unas "casas de seguridad" y luego me sacaron a los "grupos de reacción". Realizábamos allanamientos, montábamos guardia frente a las casas, controlábamos el tránsito mientras los demás allanaban, sacaban a la gente a la calle y las detenían... A los prisioneros los llevábamos a la AGA, Academia de Guerra Aérea, pero en esa época no nos preocupábamos más. No sabíamos si los soltaban, o los juzgaban; no teníamos idea. Lo que sí sabíamos era que los torturaban.
La primera vez que me tocó presenciar un trabajo de tortura fue con una mujer. Me choqueó mucho. Era una niña del MIR, cuyo nombre olvidé. Era polola de un muchacho del MIR que no recuerdo su chapa. Era una muchacha muy joven, de buena situación socioeconómica, pelo rubio. Me afectó, porque nunca había presenciado algo así. Yo estaba considerado entre los centinelas paleteados, pero yo la vi cuando la hicieron pasar al baño y allí le sacaron la cresta. Le pusieron corriente y ella gritaba. Nos estaban haciendo una prueba para ver quiénes podían quedar definitivamente en el Servicio.
Tuvimos dos "casas de seguridad". La primera estaba ubicada en el Paradero 20 de la Gran Avenida. Hoy día funciona allí una sociedad, no sé si de diabéticos o de antialcohólicos. Allí llegamos a tener hasta cuarenta detenidos repartidos en tres piezas. En total fueron muchos, porque se iban rotando todo el tiempo. Teníamos metidos algunos hasta en los closets.
Allí murieron algunos detenidos. Uno era el llamado "camarada Díaz". Tenía unos 50 años, medio canoso, bajito, de contextura regular. No, no era Víctor Díaz. Tengo entendido que este "camarada Díaz" sabía dónde estaba el armamento del Partido Comunista. Un día llegó un equipo que no sé de dónde provenía; podrían haber sido DINA. Yo no los conocía. Empezaron a interrogarlo. El no contestó nada y le pegaron bastante. Eran alrededor de nueve hombres los que formaban el grupo y entre todos le dieron. Lo golpearon bien golpeado, pero no habló. Lo dejaron allí y dijeron que iban a volver al día siguiente para seguir interrogándolo. Parece que notaron que estaba muy débil. Falleció esa misma noche. No sé qué hicieron con el cuerpo. En el grupo que lo sacó estaba Roberto Fuentes Morrison.
Otro que murió era un joven al que le decían "Yuri". Fue colgado en una ducha y como anteriormente le habían aplicado corriente, tenía mucha sed. Abrió con la boca la llave y tomó agua. Luego llegó el centinela y le cortó el agua, pero él nuevamente la volvió a abrir y nosotros dejamos que el agua corriera. Debe haber sido unas horas que estuvo con el agua corriéndole por el cuerpo. En la noche falleció de una bronconeumonía fulminante.
La otra "casa" estaba en el paradero 18 de Vicuña Mackenna. Parece que había pertenecido a un hombre del MIR de apellido Sotomayor. Era una casa grande de madera; tenia un taller mecánico y unos maniquíes; creo que la esposa de él era modista. En esa casa se suicidó un hombre alto que andaba con una chaqueta de cuero café claro y pantalones también de color café. Eran dos hermanos comunistas. En ese tiempo "trabajábamos" solamente al Partido Comunista, en un comando unido en que actuábamos juntos con gente de Carabinero y de la Armada.
Cuando digo "hermanos comunistas" estoy hablando de los hermanos Weibel Navarrete. Conocí bien al menor de ellos, Ricardo, cuando yo trabajaba en la Base Aérea de Colina (1). Estuvo con nosotros algunos días. Yo conversaba mucho con él porque me tocaba hacer guardia cuando no tenia que salir a operativos. Supe que era chofer de micro, de la linea Recoleta-Lira. La primera vez que lo detuvieron yo participé, era en la avenida El Salto, cerca del Regimiento Buin. Luego fue dejado en libertad, incluso lo llevó a su casa un equipo en que estaba el propio comandante Fuentes. Un día, cuando iba entrando a mi servicio, lo vi y le pregunté: "¿Y? ¿Qué te pasó?". "No sé", me contestó, "parece que hay algunas cosas que aclarar". Estaba muy nervioso. Me dijo que creía que lo iban a matar. Recuerdo que fue Fuentes Morrison el que lo detuvo en esta segunda oportunidad. Yo no fui. Lo fueron a buscar amistosamente. Llegó con una polera solamente. Lo sacaron en un vehículo con varios más, entre ellos Rodríguez Gallardo, y otro que era pintor o dibujante; unas ocho o nueve personas. Los mataron a balazos en los terrenos militares de Peldehue. Yo pienso que lo fueron a buscar por eso, porque lo iban a matar.
Estaban enteros. Weibel se quebró un poco, pero no como para llorar. Muy luego se recuperó. Rodríguez Gallardo se despidió incluso de nosotros.
No sé qué pasó con los cadáveres, pero me imagino que los quemaron porque iban con combustible, llevaban un bidón con diez litros de combustible. Llevaban, además, chuzos y palas. Me imagino que les prendían fuego para desfigurarlos y después deben haberlos enterrado.
Cómo murieron Rodríguez Gallardo y José Weibel
Miguel Rodríguez Gallardo, apodado "el Quila", fue un prisionero que llegué a admirar por su valor. Fue respetado incluso por los propios jefes nuestros, por su inteligencia, por su hombría. Murió por sus convicciones. Pensó que lo que hacía estaba bien. Nunca dijo una palabra a pesar de haber sido torturado muy duro durante casi cuatro meses. Nunca lo pudimos quebrar, en ninguna circunstancia. Ni mental, ni físicamente. Estuvo en un armario, vendado; para que no se le fuera la mente buscaba dibujos en las tablas, se imaginaba situaciones. Estuvo tanto tiempo vendado que llegó a desarrollar el sentido del oído más que nosotros, igual el olfato.
El cayó detenido poco antes que florecieran los árboles, y en el "Nido 20", o sea, la "casa de seguridad" del paradero 20 de la Gran Avenida, había árboles, y un día dijo: "Yo sé dónde estoy, en el paradero 20 dé la Gran Avenida; la sirena que suena y que da la hora yo la conozco". Parece que en su juventud había sido bombero en la compañía del sector. También reconoció el silbato de una fábrica que había por allí. El escuchaba y sacaba cuentas.
Antes de eso lo tuvimos en un hangar en Cerrillos, en el lado civil del aeropuerto. Allí un día nos dijo: "Estoy detenido en Cerrillos". Nosotros le preguntamos: "Pero ¿cómo sabes?. Puede ser Pudahuel, la Base Aérea El Bosque". "No", dijo, "escucho todos los días las indicaciones que da la torre de control y nunca han dado la salida de un avión de combate ni tampoco de pasajeros. Tiene que ser Cerrillos". Así nos fuimos haciendo amigos de él. Cuando lo llevamos a Colina estuvo perdido un tiempo. Sabía que era un lugar donde se hacia instrucción, que era un regimiento, porque escuchaba en la mañana a los conscriptos que trotaban y cantaban.
Murió en los terrenos militares de Peldehue junto a Ricardo Weibel. No sé por qué lo mataron, eso lo dictaminaba el jefe... Yo sentí pena, varios de nosotros, porque cuando se fue él sabía que lo iban a matar. Incluso nos dio la mano, se despidió de nosotros, nos agradeció que le diéramos cigarrillos. Nos conocía hasta los pasos. El sabía quién estaba de guardia; cuando era yo, me llamaba y me decía: "Papudo, dame un cigarrillo..."
Rodríguez Gallardo fue detenido el 28 de agosto de 1975. Fue entregado por el informante Carol Flores, que entregaba a casi todos los dirigentes del Partido Comunista y de la Juventud. Nosotros le decíamos "Ricardo" y vivía en una casa en la calle Los Tulipanes (2).
En cuanto a José Weibel, yo participé directamente en su detención (el 29 de marzo de 1976). Lo bajamos de una micro; lo seguíamos desde su casa. Hacia varios días que era vigilado. Actuábamos con otros que no eran de la Fuerza Aérea; aparecían como agentes, pero eran tipos de la derecha; habían sido de Patria y Libertad. En la micro Weibel iba con su señora. Hubo un robo, por lo que recuerdo. Una señora que no tenía nada que ver con nosotros ni con la DINA, dijo que le habían robado, y como buscábamos la posibilidad de bajarlo, dijimos que éramos de Investigaciones y lo bajamos, culpándolo del robo. Lo condujimos luego a una "casa de seguridad" que teníamos en Bella vista, cerca de unas canchas de tenis, casi al llegar a la esquina. Creo que ahora construyeron un edificio de departamentos y parece que en el primer piso de la casa reparan lavadoras. Allí vivíamos los solteros del servicio y también teníamos detenidos.
Fue interrogado. Estaba junto a Rene Basoa, que también había sido detenido, pero mucho antes, y en ese momento era ya nuestro informante. Lo usábamos para que sacara información a los otros.
Había otro informante al que le decían el "Fanta". Su verdadero nombre es Miguel Estay. Cayó junto con Rene Basoa. El "Fanta" es todavía informante de los servicios de seguridad. Ahora usa el pelo muy cortito y barba. Hace cuatro días (3) lo vi llegar a una de las oficinas nuestras en Amunátegui Nº 54, aunque trabaja indistintamente para varios servicios, incluyendo el SICAR (Servicio de Inteligencia de Carabineros).
Lo interrogaron, y de Bellavista se lo llevó un equipo. Lo mataron en el interior del Cajón del Maipo. Luego lo tiraron al río. Creo que podría identificar el sitio, porque allí se hicieron otras operaciones. La de Bratti Cornejo, por ejemplo.
Despeñados en el Cajón del Maipo
Bratti Cornejo fue un colega mío, soldado primero de la Fuerza Aérea. Lo conocí el año 1974. Había ingresado antes que yo. Trabajaba en nuestro Servicio; claro que llegaba esporádicamente a la Academia de Guerra porque trabajaba en la Base Aérea El Bosque. Lo mataron en el Cajón del río Maipo, donde también murió el informante comunista Carol Flores.
Los dos intentaron cambiarse de servicio e irse a la DINA. En ese tiempo la DINA les ofreció mejor remuneración económica, automóvil, casa. Los jefes se reunieron y decidieron que eso era una traición, porque la información nuestra se la estaban pasando a la DINA y entonces ellos llegaban antes que nosotros a ejecutar una operación. Por ejemplo, incautar automóviles. Una vez se descubrieron unos tanques de combustible que tenía el MIR; no recuerdo el lugar, pero quedaba cerca de Las Condes. Sólo nosotros sabíamos de su existencia y llegó la DINA y los requisó. Hubo sospecha de que alguien estaba pasando información y se supo que eran ellos. En la institución se les hizo un proceso y el Director de Inteligencia los dio de baja. Dos meses después salió la orden y los empezamos a buscar para matarlos.
En ese tiempo nosotros estábamos viviendo en la "casa" de Bellavista. Eramos ocho agentes, más o menos. Me pasó a buscar Adolfo Palma Ramírez alrededor de las diez de la noche y me dijo que había una operación. Nos fuimos a la "Firma" que le llamábamos nosotros, que es la "casa" de calle Dieciocho, el ex local del diario Clarín. Allí había otros oficiales de Carabineros y de la Marina. Estaban todos los jefes del operativo conjunto. Me sorprendió que hubiera pisco en la mesa; era como una especie de cóctel pequeño. Uno de los presentes me dio una pastilla y me dijo que me la tomara. Yo me di cuenta de inmediato que era droga. La conversación siguió hasta que la botella se terminó. Yo no sabía de qué se trataba. A un centinela le dijeron que trajera el "paquete". Así le llaman a los detenidos. En ese momento vi que entraron con Bratti, esposado y con los ojos vendados. Le hicieron preguntas. Se notaba que estaba muy choqueado. Estaba drogado. Le dieron luego al centinela órdenes de que lo sacara de la pieza en que estábamos y salimos a los vehículos. Creo que iban dos autos. Adolfo Palma iba en uno de ellos conduciendo. A mi lado iba un agente de Carabineros.
Nos dirigimos al Cajón del Maipo. Pasamos por San Alfonso, por El Melocotón, y cuando el camino cruza el río atravesamos por el puente e inmediatamente doblamos a la izquierda. Nos internamos unos diez o quince kilómetros por un camino de tierra, hasta un lugar donde hay unos acantilados. Bratti estaba drogado, creo, pero vivo. Lo pararon al frente de una piedra y él insistió en que le sacaran la venda y le soltaran las esposas. Supuso que lo iban a matar. Palma le preguntó que cómo quería morir, si quería arrancar. Se pretendió hacer un juego, macabro por cierto. Bratti dijo que quería morir sin venda y sin esposas. Palma se dirigió entonces a mí y me ordenó que le retirara las esposas. Recuerdo que cuando me acerqué a sacarle las esposas él me dijo que hacia mucho viento y agregó: "Está fría la noche. Papudo". "Sí", le contesté, pero yo estaba quebrado a pesar de estar drogado. Tenía miedo. Pensé que los demás que participaban eran todos oficiales, salvo un agente de Carabineros, y que quizás me iba a ir también para abajo con Bratti. Me dio mucho miedo cuando me dijeron: "!Ya! ¡Sácale las esposas!" Ellos estaban como a diez metros. Cumplí la orden, me devolví donde Palma y me mandaron a los vehículos. No recuerdo a qué, si a buscar algo, no sé. Cuando iba caminando hacia los autos, sentí la ráfaga. Era una noche muy clara. Cuando volví al lugar, ya estaba muerto. Había unos cordeles y me dijeron que lo amarrara y le pusiera unas piedras y luego lo arrojara por el acantilado. Palma me dio la mano para que yo me acercara al acantilado y lo soltara en el río. En ese instante pensé que también me iban a soltar a mí. Me dio mucho miedo, pero lo solté. Después regresamos a los vehículos y volvimos a la "Firma", donde tomamos otra botella de pisco y luego me fueron a dejar a la casa. Lógicamente, me pidieron que no hiciera comentarios de lo que había sucedido, pero dentro del Servicio se sabía de todas las operaciones que se realizaban.
A los pocos días el cadáver apareció en el Canal San Carlos, y se comentó que debíamos haberle puesto otra cosa, fuera de las piedras.
Yo sentí pena por lo de Bratti, pero en el fondo tenia rabia porque nos dijeron que pasaba información al MIR y al Partido Comunista, y que había entregado una lista con nuestros domicilios, los lugares que frecuentábamos, etc., para que nos mataran. Pensé entonces que yo estaba actuando bien por el hecho de que Bratti era un funcionario. Supe que todo eso no era verdad, mucho tiempo después, en 1979, cuando estuvimos trabajando en Antofagasta, no en subversión. Adolfo Palma Ramírez me dejó en una oportunidad en su casa, porque viajaba a Chuquicamata. Le cuidé su casa y me dediqué a escuchar casettes. Encontré declaraciones de detenidos, entre ellos las de Bratti. Ahí supe la verdad: se le acusaba de traición por querer pasarse a la DINA.
Fue la misma acusación que se le hizo a Carol Flores. No recuerdo si se trataba de la DINA o de la CNI. Era en 1976. También fue muerto allí, en el mismo lugar del Cajón del Maipo. Pero Flores no era funcionario de la Fuerza Aérea. Era informante.
"Los abrían para que no flotaran"
Yo supe también de una operación en que lanzaron detenidos desde un helicóptero. En ese tiempo estábamos en la Base Aérea de Colina. Yo supe de una sola operación, pero puede que se hayan hecho más. Fue en 1975, o tal vez en 1976, cuando nos concentramos en combatir a la juventud del Partido Comunista. Trabajábamos cuatro servicios: Armada, Carabineros, Ejército y nosotros.
Llegó un helicóptero de la FACH a Colina y sacaron a alrededor de diez o quince personas. Entre ésas recuerdo claramente a un ex-regidor de Renca que era cojo, tenía sus años (4) y los otros deben haber sido los mismos que cayeron con él en la redada. Salieron vivos de la base. Los drogaban, les daban unas pastillas, pero parece que no eran muy eficaces porque se daban cuenta. Uno de los que participó me contó después que uno de los prisioneros había despertado en el vuelo y habían tenido que asestarle un tierrazo. Luego, empezaron a lanzarlos al mar, frente a San Antonio, creo. Antes de tirarlos dicen que los abrían. Les abrían el estómago, para que no flotaran. Iban comandos de seguridad del Ejército, y creo que los abrían con corvo, antes de tirarlos al mar.
Recuerdo a otro de los que se llevaron: de unos cuarenta y cinco a cincuenta años, comunista, peladito, medio moreno; en una oportunidad intentó suicidarse y se quebró un brazo. Lo vio un médico y estuvo enyesado bastante tiempo. El también se fue en el helicóptero (5). Había otro que hacía caricaturas. De los demás no me acuerdo.
Esa operación fue comandada por dos jefes: Rolando Fuentes Morrison y Adolfo Palma Ramírez.
En ese tiempo los que trabajábamos en esto éramos muy pocos militares, la mayoría era de afuera. Me acuerdo del "Luti", que llegaba de repente a la oficina. Todos eran extremistas de derecha que habían participado en atentados, como el asesinato de Araya Peters (6), por ejemplo, o en asaltos a bancos durante el periodo de la Unidad Popular. Yo les conocía las chapas no más, nunca les supe los nombres. Eran de buen nivel social. Ellos hacían generalmente todo el trabajo de seguimiento, bajo el mando de Palma. Nosotros participábamos en la captura solamente.
En Colina supe también de otra muerte. Era alguien de aspecto similar al "camarada Díaz", el que murió en la "casa de seguridad". Lo mataron los del Ejército. Lo interrogaron y lo dejaron allí. Luego lo fuimos a ver y estaba muerto. Golpeado, con moretones en todo el cuerpo, muy rígido. Tengo entendido que le pusieron corriente del 220 directamente del enchufe, no con la máquina especial con que se tortura. Llamamos a los del Ejército, se devolvieron entonces y echaron el cuerpo en el portamaletas del auto. No sé qué habrán hecho con él.
Todo esto tiene que haber sido en 1976, porque ése fue el año en que trabajamos en Colina, totalmente separados de la Base. Después fue cuando tuvimos problemas con el Ejército. Ellos querían mandar en todas las operaciones y echaron a correr el problema de la antigüedad entre los jefes. Luego, el Ejército optó por no operar con nosotros y empezaron a trabajar aparte. Nosotros seguimos con la Marina y Carabineros. Después nos fuimos a la calle Dieciocho, en el antiguo edificio de Clarín, que ahora creo que pertenece al Servicio de Inteligencia de Carabineros. Ahí teníamos a los detenidos. De ese lugar sacamos a los que mataron en el Cajón del Maipo, y ahí también cayó detenido Contreras Maluje.
Un cementerio cerca de Melipilla
A Carlos Contreras Maluje lo entregó un hombre alto, medio more-. no, nariz respingada, abultada, ojos color café, pelo negro, brillante, que había estado detenido en la "casa" de Dieciocho. No recuerdo el puesto que este hombre tenía en la Juventud Comunista, pero era importante. Nosotros lo llamábamos "José". Había otro, el "Macaco" que le decían, bajito, morenito. Le pusimos "Macaco" porque le encontrábamos cara de mono. Había otro comunista que cayó con el "Macaco"; era de finanzas y tenía un departamento en el centro. A ese le decíamos el "Relojero". Todos estos detenidos se iban el viernes a sus casas y los pasábamos a buscar el domingo a lugares previamente contactados, como Plaza Ñuñoa, por ejemplo. Cuando ellos nos entregaron a Contreras Maluje, se fueron poco a poco fijando las reglas (7).
En ese momento teníamos prácticamente a toda la directiva de la Juventud Comunista. Nos faltaba Contreras. (Para ese entonces ya trabajábamos sólo con la Marina y Carabineros.)
Cuando cayó "José", dijo en el interrogatorio que tenia que tomar contacto con Contreras en una casa en San Bernardo, y agregó: "Si me sueltan, yo hago el contacto con él y luego nos agarran". Lo soltamos, hicimos todo el operativo y detuvimos a Contreras Maluje en San Bernardo, efectivamente, junto a un joven, familiar o amigo suyo. Recuerdo todo muy bien porque yo participé. Nos costó mucho detenerlo, porque era más o menos fornido. Cuando bajábamos por Gran Avenida, uno de los vehículos atropello a una persona, pero seguimos. Llegando al cuartel, comenzó el interrogatorio de Contreras. Le preguntábamos por todos los que teníamos detenidos y él respondía que hacía tiempo que no los veía o decía no conocerlos. Le preguntamos por "José" y contestó que no lo veía desde hacia mucho tiempo. Le sacamos la venda y le mostramos a todos los dirigentes que teníamos detenidos. Creo que se dio cuenta que lo había entregado "José". En ese momento, Contreras dijo que tenia un "punto" (un contacto) con otro dirigente, no recuerdo con quién, en la calle Nataniel. Los jefes se reunieron porque había algunos que no querían efectuar la operación por la importancia que Contreras tenía en el Partido Comunista. Suponían que estaba tramando algo. Se decidió que la operación se llevaría a cabo y salimos. Lo largamos en Nataniel y empezó a caminar hacia avenida Matta. Había sido torturado hasta las últimas horas de la noche anterior y tenía las muñecas rotas con las esposas. De repente escuché por radio que decían que el tipo se había lanzado al paso de una micro. Yo estaba como a siete cuadras del lugar, y cuando llegamos ya se había juntado mucha gente (8). Al vernos empezó a gritar que éramos de la DINA (o de la CNI, no me recuerdo bien), que avisaran a sus padres, a la Farmacia Maluje, en Concepción. Gritaba que cuál era el pecado de ser comunista. Después empezó a hablar con gestos, porque estaba semi-in-consciente. Ahí llegaron todos los demás vehículos que estaban participando en el operativo, y también un coche radio-patrulla de Carabineros. Ellos no sabían qué hacer, si llevarse detenido al chofer de la micro -Luis Rojas Reyes-, mientras miraban a los tipos que se bajaban de los autos con radios, pistolas, metralletas. Uno de los carabineros tomó por fin al chofer y se lo llevó a la parte trasera del vehículo y le dijo: "Ya súbase y vayase no más". Cuando quisimos subir a Contreras a un vehículo, gritaba que no, que no quería que se lo llevaran los de la DINA. Le pedia ayuda a los carabineros y decía: "Me han torturado", y mostraba las muñecas rotas. No quería subir, pero logramos meterlo en un automóvil Fiat 125 celeste, cuya patente estaba a nombre del Director de Inteligencia de la Fuerza Aérea, general Enrique Ruiz. A todo esto, el general no tenía idea. En todas las operaciones el que mandaba era Roberto Fuentes Morrison. Ese auto no debió haber participado en el operativo, porque andaba con la patente buena, no era una patente falsa. Por eso los llamaron a declarar en el proceso que hubo.
Lo llevamos al cuartel de la calle Dieciocho. Fue golpeado. Llegó herido, con la cabeza rota y un brazo fracturado. Lo bajaron como un paquete. Lo tiraron dentro del calabozo a puras patadas. Le dieron fuerte. Dijeron que los había traicionado. Le pegaron por pegarle porque ya nadie le preguntaba nada. Un suboficial de Carabineros le dio una patada en la cara y le fracturó la nariz. Estuvo todo el día en el calabozo. Lo mataron esa misma noche.
Cuando llegué, al otro día, supe que lo habían llevado a enterrar al mismo lugar de la cuesta donde yo había ido antes. Un equipo de carabineros había salido temprano a hacer el hoyo. Yo estaba ahí y les pregunté dónde iban y me respondieron: "Al mismo lugar donde fuimos la otra vez".
Ese lugar está en una cuesta, en el camino a Melipilla. Es una bifurcación del camino principal y la vez que yo fui recuerdo que doblamos a la derecha. Hay un desvío y se avanza por él hasta un puente, pasado el cual empieza la cuesta. Como en la tercera o cuarta curva hay un camino secundario, una huella. Había que internarse por allí unos cien metros. En ese lugar procedíamos a bajar a los detenidos y allí mismo los fusilábamos y los enterrábamos.
Yo sólo llevé a dos personas, pero sé que antes habían llevado al mismo lugar a unas ocho personas, más o menos. En la operación en que yo participé ya se sentía el olor típico de un cementerio...
¿Estaba usted realmente consciente del tipo de trabajo que hacía?
Sí, hasta ahora... Es una máquina que lo va envolviendo a uno hasta llevarlo al punto de la desesperación, como me ha ocurrido a mi ahora. Sé que en este momento me estoy jugando la vida. Yo sé que quizás mi familia no me va a acompañar. Ni siquiera están de acuerdo con lo que he hecho, pero tenia que contarlo; me sentía mal, estaba asqueado... Quiero volver a ser civil...

Notas:
1. Ricardo Weibel fue detenido el 26 de octubre de 1975.
2. Carol Fedor Flores Castillo fue detenido el 17 de agosto de 1975 y llevado a la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea. Allí fue visitado en tres oportunidades por su esposa. Es dejado en libertad y comienza a recibir visitas continuas de agentes de la FACH, entre ellos, Roberto Fuentes Morrison, alias "Wally". Desapareció el 30 de mayo de 1976.
3. La entrevista que dio origen a este testimonio se realizó el mes de octubre del año pasado. (oct de 1983)
4. Se trata de Humberto Fuentes Rodríguez, detenido por agentes de la FACH el 4 de noviembre de 1975 y desaparecido desde entonces.
5. Se trata de Mario Zamorano, miembro de la Comisión Política del Partido Comunista de Chile.
6. El capitán de navío Arturo Araya, Edecán Naval del Presidente Allende, asesinado en agosto de 1973.
7. Los tres informantes serian, presumiblemente: Alfredo Vargas, Luciano Mallea y Andrés Saravia.
8. Estos hechos se produjeron poco antes del mediodía del 3 de noviembre de 1976, e" la calle Nataniel entre Coquimbo y Aconcagua.

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