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Hay ciertos apellidos que irremediablemente condicionan el devenir de quien los lleva. Uno nunca es responsable del currículum de sus ancestros, pero tampoco resulta fácil desligarse de él. Durante años, Lorena, Sandra y Thays Noriega disfrutaron de una opulenta y palaciega vida a la sombra de su padre, el exdictador panameño Manuel Antonio Noriega, fallecido el pasado 29 de mayo en el hospital Santo Tomás de Ciudad de Panamá.
Un tumor cerebral diagnosticado unos meses antes evitó que exhalara su último aliento entre los barrotes de la prisión de El Renacer, en las afueras de la capital, donde permanecía recluso desde diciembre de 2011. «Su familia se encuentra en un duro momento de duelo y no podemos dar más detalles», se disculpaba a ABC esta semana el abogado de Noriega, Ezra Ángel.
El ocaso del que fuera hombre fuerte de Panamá durante la década de los 80 ha discurrido en paralelo al de su mujer, Felicidad Sieiro, y sus tres hijas. Tras la invasión norteamericana, la madrugada del 20 de diciembre de 1989, y el derrocamiento y captura de Noriega, su círculo más íntimo se enfrentó al rechazo de quienes en el pasado les rindieron pleitesía. Sandra, abogada y miembro del Partido Revolucionario Democrático (PRD) de Panamá, pasó 16 años en el exilio a caballo entre República Dominicana, Miami y Venezuela.
Thays, licenciada en Relaciones internacionales y Turismo, se refugió durante ese mismo periodo en República Dominicana. Unos momentos difíciles que solo el tiempo ha logrado borrar. «Nuestro rol como hijas siempre ha sido honesto. Intentar caer bien a todo el mundo desgasta. Nosotras no tenemos que justificar nuestro amor y sentimientos hacia él. A veces, en lugar de atacar a nuestro padre van a por nosotras», declaró Sandra, la segunda de las hijas de Noriega, durante una entrevista concedida a la CNN. «En nuestro peregrinaje en el exilio, recibimos muchas bolsas de aliento, pero también gestos negativos. A pesar de que tengas todos los méritos para acceder a un puesto de trabajo te cierran la puerta por llevar Noriega en tu nombre», declaró Thays, la pequeña, en el mismo espacio televisivo.
Desde el encarcelamiento del exgeneral en EE.UU., tanto su esposa Felicidad, hija de inmigrantes españoles asentados en Panamá, como Lorena y Thays han llevado una vida bastante discreta. Curiosamente, su mujer solo saltó a la prensa en 1992 tras ser detenida en Dadeland (Miami), por robar botones de varios vestidos de diseño en unos grandes almacenes, causando daños por valor de 1.200 dólares. Una minucia comparado con las ingentes sumas de dinero que acostumbraba a manejar su marido. Poco más se ha sabido de ella.
Sandra, divorciada del dominicano Jean Beauchamps, hijo del general Juan René Beauchamps, ha adoptado un papel mucho más visible. Además de ejercer como portavoz de la familia, su carrera política e intentonas varias de escalar puestos en el PRD le han reportado un buen puñado de titulares. Tanto Sandra como Lorena, también abogada, han puesto en práctica sus conocimientos de Derecho para coordinar la defensa de su padre en las múltiples causas que tuvo abiertas.
A nivel personal, el exgeneral Noriega siempre sintió debilidad por las tres, aunque con Sandra tenía una conexión especial. El pasado enero, se instalaba en la casa de ésta, ubicada en la exclusiva urbanización Coco del Mar, frente a la Bahía de Panamá, después de que aprobaran su arresto domiciliario por las recomendaciones de un equipo médico. Esta salida ponía fin a un periplo de juicios por narcotráfico, homicidios y corrupción que han tenido como escenario tres países diferentes.
Después de cumplir 20 años de condena por narcotráfico en Estados Unidos, en 2010 fue trasladado a Francia donde fue sentenciado a siete años de prisión por lavado de dinero procedente del tráfico de droga. En diciembre de 2011 fue extraditado a Panamá para enfrentarse a tres condenas de 20 años cada una por crímenes cometidos durante su régimen, incluida la desaparición y muerte del médico opositor Hugo Spadafora.
Vida de excesos
A la postre, Noriega hubo de pagar caro su tren de vida y el oscuro origen de la fortuna que amasó, estimada en más de 625 millones de euros. Durante los seis años (1983-1989) que dirigió Panamá con mano de hierro sembrando el terror entre sus opositores, su vida transcurrió amenizada por fiestas continuas, derroche, libertinaje y hobbies extravagantes como el de coleccionar osos de peluche disfrazados de paracaidistas.
La mansión familiar que ocuparon durante estos años gloriosos ya daba buena cuenta de sus gustos histriónicos; 3.200 metros cuadrados rodeados de estatuas, fuentes, obras de arte e incluso un minizoológico, con venados, guacamayas y pavos reales, al más puro estilo de las haciendas de los narcos colombianos. Todo ello, sin olvidar una gigantesca caja fuerte donde Noriega escondía millones de dólares, francos, libras y todo tipo de divisas. Poco le dio tiempo a gastar.
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