Comienza febrero

Carmen Imbert Brugal 

Es Febrero con sus máscaras, con efemérides y remembranzas. Febrero con sus errores y su luto, con el amor y el comercio, esa mercantilización del sentimiento que angustia y entretiene. Febrero con sus Caracoles, su 14 y 15, con su 16 y ese 27 que atormenta. Febrero este con un 29, provocación para supersticiosos. Con inicio formal, mañana, de campaña electoral, que ha tenido un empiece precoz. Es febrero con la Gallup y el recuerdo de las fiestas de Navidad y fin de año, con el regusto de los feriados de enero y la ilusión del viernes santo que asoma seductor para la molicie, para continuar con la excusa y la pereza.
Febrero y aquello de “cuando no llueve en febrero no hay buen prado ni centeno”. Febrero con el caos urbano, ese tránsito incontrolable que azuza la propensión a la violencia que marca la identidad nacional. Febrero y los pendientes nacionales y un discurso de barricada con voceros sin idoneidad, empeñados en la distorsión, desesperados por su cuota del tesoro público. Protagonistas tardíos de la decencia que durante tres períodos de gobierno no se percataron de las maldades de sus iguales. No estuvieron en las gradas, sino en el palco del disfrute y apogeo. Y como por arte de magia, despertaron de un sueño, con currículum y arcas llenas. Febrero y un discurso opositor huero, con el odio como motivo. Error de estrategas que pretenden recrear otra circunstancia histórica y apuestan al desconocimiento y a la emoción, hasta el paroxismo de comparar este momento electoral al vivido en el 1978.
La propuesta es la descalificación, quien más insulta mejor. Basta revisar declaraciones, artículos, proclamas, para comprobar obsesiones y mezquindad. Denuestos por doquier, alusiones personales sencillamente miserables, que compiten con las campañas “bajas y fétidas”, con “lenguaje de retrete”, descritas por Ángela Peña en “Campañas y Crisis Electorales”, lectura obligada para ratificar semejanzas inconcebibles entre procesos electorales. No importa el siglo, el estilo trasciende época. Aquellos que criticaban el método, hoy lo reditan sin regurgitar.
El chisme político como estandarte, tuiteado por académicos, la infamia, hija de desaciertos políticos reiterados, de militancias y funcionariado que pretenden encubrir con una coyuntural piel de oveja. Es la indigencia teórica, aquella que mencionaba Jiménes Grullón, el desgaste, tras años de medrar en búsqueda del tiempo y el brillo perdido, que saben recuperar con paño y pasta, aunque los limpiabotas no estén de moda y solo el domingo de nostalgia recrea en un parque el oficio.
Abulia trastocada en ríspido y efímero discurso que después las alianzas y pactos conjuran. Amnesia ética que acusa y repite hasta el hartazgo insultos. Complicidad mediática para difundir mentiras sin posibilidad de réplica.
Decir reto y elecciones, reto y febrero es ilusión, falacia. Es una pelea sórdida, con la patria de bruces y ofendida, con una insulsez dramática que obnubila y arredra. Ausencia de relevo, de renovación. Partidos igualitos compitiendo, con su asignación legal de millones de pesos que permite negociar y olisquear, ocupar lugares importantes en la boleta. Así como se venden y compran curules, cargos municipales, también se arriendan casillas.
Escribe Juan Bosch en “Crisis de la Democracia de América en RD”: la historia no es solo un relato de lo que ya pasó sino también y sobre todo, un espejo de lo que va a pasar. Y en ese espejo está el reflejo de una generación distinta que luego del intento, imita y transa. Cotiza en la bolsa partidaria y logra permanencia, cueste lo que cueste. Difícil imaginar, en este tramo del periodo electoral, algo más allá del sainete grotesco, de la proliferación de agravios. Algo más allá de la codicia, del deseo de participar en el festín. Por eso no hay contrapunto. Es el dilema de Cristina Peri Rossi cuando describe la sensación de estar entre la espada y la pared. Quien pretenda otra cosa, más allá del dilema de la poeta, engaña. O se engaña