VÍCTOR JAVIER GARCÍA MOLINA
Día 02/11/2014 - 09.52h
Los apenas 20 años de existencia del renacido estado polaco, independiente tras la Primera Guerra Mundial, terminaron bruscamente en 1939 con un nuevo reparto de su territorio, casi con los mismos protagonistas de las tres anteriores y sucesivas particiones que habían acabado con el centenario Reino de Polonia a finales del siglo XVIII
La invasión de Polonia en septiembre de 1939 por parte de los ejércitos alemán, soviético y, en menor medida, eslovaco (y la posterior derrota de las armas polacas en la campaña) tiene como consecuencia su desaparición como estado independiente. La Alemania nazi y la URSS, herederas una de Prusia y la otra del Imperio Ruso, y el estado títere de Eslovaquia, como “representante” del Imperio Austro-Húngaro finiquitado tras la Primera Guerra Mundial, se reparten los territorios polacos con ánimo, como el propio Adolf Hitler declara, de que Polonia “nunca más vuelva a existir como país independiente”. Entre octubre y noviembre de 1939 se producirá todo el proceso de desmembramiento de Polonia entre esos tres países.
La partición de Polonia estaba ya fijada en las cláusulas secretas del Pacto Germano-Soviético de agosto 1939 (el Acuerdo Molotov-Ribbentrop), que, con la salvedad de pequeños arreglos posteriores sobre el terreno, determinará las zonas bajo dominio de uno y otro país. La nueva frontera, ahora común, discurrirá a lo largo de la denominadaLínea Curzon, correspondiente a los límites inicialmente fijados para Rusia y Polonia en la Paz de Versalles. Finalmente, el trazado será modificado, llevando los límites de los territorios ocupados por elTercer Reich más hacia el este, hasta el río Bug, a cambio de que Lituania quede bajo la esfera de influencia soviética.
El Tercer Reich se anexiona la Alta y Baja Silesia, la ciudad libre de Danzig, su área circundante y el denominado Corredor Polaco o Pomeranio, que formará la nueva provincia de Prusia Oeste o Distrito de Danzig. En medio queda la nueva provincia del Warta, con las ciudades de Lodz y Poznan, también incorporada al Reich. Prusia Oriental verá ampliado su territorio hacia el sur, casi hasta la altura de Varsovia, reducida a capital del bautizado como Gobierno General, el único vestigio de una Polonia independiente, convertido en una provincia satélite del Reich y sometido a un implacable régimen de sojuzgación y explotación total de su población y de sus exiguos recursos económicos. A los ciudadanos judío-polacos, al igual que a otros muchos compatriotas de diferente religión, les esperará un destino terrible en los guetos, en los campos de exterminio o simplemente en el terrorífico día a día reservado a los “untermenchs”, las personas consideradas “racialmente inferiores”.
El otro partícipe fundamental de la partición, la URSS, tiene la “sutileza” de celebrar unos referendos populares ―manipulados― para “decidir” y legitimar el destino de las zonas ocupadas por el Ejército Rojo. Una vez anexionados, estos territorios pasarán a formar parte de las repúblicas populares de Bielorrusia y Ucrania. Parte de su población es étnica y culturalmente afín ―o directamente ruso-blanca y ucraniana (ortodoxa) o rutena (católica)―, por lo que, aunque la ocupación soviética seguirá la pauta de la brutal sovietización del régimen estalinista y los conflictos étnicos entre independentistas ucranianos, polacos y rusos seguirán abiertos, el proceso, sin duda traumático, tendrá un cariz moderadamente diferente a la ocupación alemana. No podrá decirse lo mismo del destino de las élites polacas ―profesores de universidad, políticos, intelectuales, altos cargos eclesiales, etc…―, que sufrirán la represión desde el mismo momento de la ocupación soviética. En un porcentaje muy elevado serán o bien desterrados y enviados a los gulags siberianos o directamente asesinados, como la mayoría de los oficiales del ejército polaco prisioneros del Ejército Rojo, aniquilados en la matanza de Katyn y otras.
Eslovaquia, por su parte, tras un tratado con Alemania, se anexiona parte de los territorios que Polonia había disputado a la extinta República Checoeslovaca durante los años siguientes al fin de la Primera Guerra Mundial y los arreglos fronterizos posteriores a losPactos de Múnich de 1938.
Así, en noviembre de 1939, Polonia había dejado de existir, pero sólo nominalmente. Los soldados polacos que lucharon durante toda la guerra al lado de los aliados occidentales, al igual que los que lo hicieron posteriormente con los soviéticos, amén del Ejército Interior Polaco y la Resistencia, llevaron siempre la bandera polaca por todos los frentes de guerra en los que participaron en Europa: Noruega, Francia, Oriente Medio, Libia, Italia, Francia, Alemania, etc…, y siempre tuvieron claro que su lucha no cesaría y nunca se rendirían hasta restituir la independencia de su país. Así sería tras seis largos años. Aunque el desenlace, por mor de la ocupación soviética tras la guerra, no sería el final feliz soñado por ellos.
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