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martes, 4 de febrero de 2014

En memoria de Doña Dedé Mirabal


Debía tener alrededor de los 13 años cuando me interesé en saber más sobre las Hermanas Mirabal. Me llamaba la atención su valentía, sobre todo en aquellos tiempos en los que una mujer que usara pantalones era ya algo extraño. Eran el primer ejemplo de ciudadanía del que fui consciente: de romper esquemas, defendernos y ser libres a toda costa. Eran mis nuevas heroínas.
Leí “En el tiempo de las mariposas”. Creo que fue el primer libro que no era de la serie del Barco de Vapor que leía. Mi mamá, en vista de mi interés y para estimularlo, me llevó un día a Salcedo.
La casa estaba vacía, así que pedí devolvernos. Me daba un poco de vergüenza llegar a interrumpir la vida de esa pobre señora sin hermanas.
Llegamos al Museo de Las Hermanas Mirabal. Yo no cabía de la emoción, aunque confieso que fue decepcionante ver que no era la casa en Ojo de Agua, que yo tanto me había imaginado. 
Recorrimos los salones: imágenes, vestuarios, cartas de amor y la trenza de María Teresa. Esto último fue lo que me hizo pensar que además de heroínas eran mujeres: con esposos, hijos y con ese deber que nos impuso la sociedad hace años de ser amas de casa. 
Al acabar el recorrido y entrevistar al personal del museo con cualquier curiosidad que tuviera, mi mamá me llevo a Ojo de Agua, donde vivía la hermana que quedaba y que hizo de madre para todos sus sobrinos. 
La casa estaba vacía, así que pedí devolvernos. Me daba un poco de vergüenza llegar a interrumpir la vida de esa pobre señora sin hermanas. De la nada salió un jardinero que muy amablemente dijo que "Doña Dedé debe estar por llegar, siéntense aquí y espérenla".
El patio de Doña Dedé era hermoso: había flores por todas partes. Nos sentamos en las dos mecedoras que había justo en frente de la galería. ¡Esta si era la casa que me había imaginado! 
 Cuando llegó me puse nerviosa, me miraba y sonreía. Mami le explico qué hacíamos ahí y la sonrisa creció. Quizás como por vez mil alguien se aparecía en su casa y por vez mil ella se tomaba el tiempo, con su mejor sonrisa, de contestar preguntas, hacer historias, enseñar más fotos y dar un recorrido por su casa.  
A mi grupo de heroínas se unió una más. No había rencor en sus palabras, más bien todo lo contaba conforme, como que eso era lo que debía suceder y su corazón lo había aceptado.  Las extrañaba, se sentía en sus palabras. Doña Dedé sabía que su misión era criar a todos los niños y ser esa hermana que quedó para dar el testimonio. 

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