Nicolás Maduro se ha convertido en símbolo mundial de ciega arrogancia política al reafirmar que formalizará su dictadura mediante una espuria Asamblea Constituyente, pese a un abrumador pronunciamiento plebiscitario y una creciente avalancha de presiones internacionales para hacerlo entrar en razón. Otros dictadores se las arreglan para evitar protestas populares masivas. Raúl Castro impone el absolutismo aprovechando que tres generaciones de cubanos ni han conocido la libertad. Y Kim Jong-un mantiene oprimidos a los desdichados norcoreanos con un férreo régimen militar y un gobierno de carácter dinástico instaurado hace más de 60 años, como ocurre en varias naciones africanas.
La situación en Venezuela es diferente. Enfrentando la represión chavista de las diarias manifestaciones opositoras, que han costado más de 100 muertos y miles de heridos y arrestados, más de 7 millones de personas votaron el domingo exigiendo la anulación del intento de Maduro de pergeñar una Constitución a su medida y el restablecimiento del estado de derecho. Se agregan severas condenas de la Unión Europea y los gobiernos de España, Alemania y Canadá. En la región han asumido igual posición Brasil, Argentina, México, Colombia y Perú, aunque sigue en silencio culposo el gobierno uruguayo para no malquistarse con sectores de su Frente Amplio y con el PIT-CNT, que persisten en defender a Maduro con más anteojeras ideológicas que solidaridad humanitaria o defensa de la democracia.
Estados Unidos anunció oficialmente que impondrá “fuertes y rápidas” sanciones económicas, aunque su alcance no está claro. La tambaleante economía venezolana depende financieramente de los 800 mil barriles diarios que le vende a Estados Unidos, pese a las denuncias de Maduro y de su canciller Samuel Moncada contra el “imperio xenófobo y racista”. Este comercio venezolano con su enemigo probablemente continúe pese a ser incongruente, pero Donald Trump puede recurrir a medidas que congelen o restrinjan el movimiento de capitales venezolanos.
Y hasta Cuba, principal socio ideológico de Maduro, puede tratar de persuadir a Maduro de que dé marcha atrás. El presidente colombiano Juan Manuel Santos, impulsor del movimiento regional para frenar a Maduro, acaba de reunirse con Castro en La Habana, ostensiblemente para firmar acuerdos comerciales. Pero aunque no se han revelado resultados, se informó oficialmente que Santos procura el apoyo de Castro para buscar una salida negociada entre gobierno y oposición en Venezuela, que tiene forzosamente que empezar por cancelar una Asamblea Constituyente que estaría dominada por delegados designados a dedo por el régimen.
Hasta ahora nada parece hacer mella en la obstinación dictatorial de Maduro. Un disuasivo factor clave de esperanza es la estructura militar que lo mantiene en el poder. Generales y coroneles que han expresado su desacuerdo con la represión a sangre y fuego han sido removidos o encarcelados bajo cargos de traición. Pero si las disensiones de altos jefes siguen extendiéndose, serán una adición decisiva al repudio popular, al de decenas de gobiernos de todo el mundo y al de organismos internacionales para que Venezuela encuentre el camino para salir de la miseria de su pueblo y del colapso institucional en que la ha hundido el chavismo.
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