Jose Manuel Guzman Ibarra.
A la derecha dominicana se le ha hecho difícil tener un discurso abiertamente económico o transparente en cuanto a sus objetivos de acumulación. Así que recurre a una propuesta ideológica que parezca altruista. Es por eso por lo que de manera consistente y desde hace décadas recurren al nacionalismo xenofóbico para lograr conectar con amplios sectores de la población.
El tema favorito es la migración haitiana. Es mentira que la presencia haitiana haya aumentado en este año, lo que sí subió a niveles de histeria colectiva fue la propaganda por todos los medios, desde los medios tradicionales hasta las redes sociales: exagerando, manipulando, mintiendo y tergiversando el fenómeno social.
Se sabe que nuestra frontera es porosa desde los tiempos de la fundación de la República. Un xenófobo como Balaguer nos dejó Los Carpinteros para poner como ejemplo que el trasiego fronterizo con pocos controles de lado y lado de la isla datan de hace al menos cien años. En ciertos momentos, desde entonces, se exagera los efectos negativos que el fenómeno migratorio tiene en lo social y económico para lograr fines políticos o electorales.
Movilizar los sentimientos nacionalistas no tiene mucho que ver ni con objetivos patrióticos ni con principios históricos. El único objetivo es la propaganda. Logrando con ella una vigencia tras la que se escudan, y que les permite en el juego democrático, una vigencia discursiva que de otra manera no tendrían.
Nadie niega que la migración haitiana pone presión al gasto público, impacta los índices de pobreza, y pone un reto a las políticas públicas y a los servicios de educación, salud y salariales. Sin embargo, es asombroso, por la importancia que la derecha le otorga, que no haya estudios serios que sostengan el discurso y la manipulación mediáticas. Incluso la cita de estadísticas, cuando verificables y veraces, carecen de contexto o explicación lógica. No hay interés en entender, sí lo hay en manipular.
En la contraparte, ignorada por esta manipulación ideológica, está el aporte en valor agregado que significa la mano de obra haitiana en la producción nacional. También el efecto positivo de consumo de esa migración, mayormente flotante, y su efecto virtuoso en incentivar la demanda agregada. Se sabe que el trabajador de origen haitiano se ocupa de las actividades laborales peor pagadas y más odiosas para el dominicano.
Aunque hay, en ambos lados del argumento una ausencia de investigación social y económica recientes, es obvio que del lado de los sectores más radicalmente nacionalistas hay una intención de manipulación ideológica antes que de entendimiento del fenómeno migratorio. No hay nada más arrogante que la ignorancia.
Esta última invasión no de mayor migración, sino mediática, busca arrinconar a las autoridades. No solo con miras al 2020, sino en el corto plazo. La derecha dominicana, así como es carente de encantos discursivos seductores es ambiciosa, voraz y poco paciente. Quieren aprovechar la moda discursiva imperante en contra de la corrupción para hacer creer, y creerse, que tienen en sí misma capacidad de movilización y legitimidad democrática.
El tema favorito es la migración haitiana. Es mentira que la presencia haitiana haya aumentado en este año, lo que sí subió a niveles de histeria colectiva fue la propaganda por todos los medios, desde los medios tradicionales hasta las redes sociales: exagerando, manipulando, mintiendo y tergiversando el fenómeno social.
Se sabe que nuestra frontera es porosa desde los tiempos de la fundación de la República. Un xenófobo como Balaguer nos dejó Los Carpinteros para poner como ejemplo que el trasiego fronterizo con pocos controles de lado y lado de la isla datan de hace al menos cien años. En ciertos momentos, desde entonces, se exagera los efectos negativos que el fenómeno migratorio tiene en lo social y económico para lograr fines políticos o electorales.
Movilizar los sentimientos nacionalistas no tiene mucho que ver ni con objetivos patrióticos ni con principios históricos. El único objetivo es la propaganda. Logrando con ella una vigencia tras la que se escudan, y que les permite en el juego democrático, una vigencia discursiva que de otra manera no tendrían.
Nadie niega que la migración haitiana pone presión al gasto público, impacta los índices de pobreza, y pone un reto a las políticas públicas y a los servicios de educación, salud y salariales. Sin embargo, es asombroso, por la importancia que la derecha le otorga, que no haya estudios serios que sostengan el discurso y la manipulación mediáticas. Incluso la cita de estadísticas, cuando verificables y veraces, carecen de contexto o explicación lógica. No hay interés en entender, sí lo hay en manipular.
En la contraparte, ignorada por esta manipulación ideológica, está el aporte en valor agregado que significa la mano de obra haitiana en la producción nacional. También el efecto positivo de consumo de esa migración, mayormente flotante, y su efecto virtuoso en incentivar la demanda agregada. Se sabe que el trabajador de origen haitiano se ocupa de las actividades laborales peor pagadas y más odiosas para el dominicano.
Aunque hay, en ambos lados del argumento una ausencia de investigación social y económica recientes, es obvio que del lado de los sectores más radicalmente nacionalistas hay una intención de manipulación ideológica antes que de entendimiento del fenómeno migratorio. No hay nada más arrogante que la ignorancia.
Esta última invasión no de mayor migración, sino mediática, busca arrinconar a las autoridades. No solo con miras al 2020, sino en el corto plazo. La derecha dominicana, así como es carente de encantos discursivos seductores es ambiciosa, voraz y poco paciente. Quieren aprovechar la moda discursiva imperante en contra de la corrupción para hacer creer, y creerse, que tienen en sí misma capacidad de movilización y legitimidad democrática.
El fenómeno migratorio sigue siendo esencialmente desconocido en sus causas y efectos. Su impacto invisible (positivo y negativo) impide políticas y controles efectivos, porque no se puede controlar lo que no se conoce. Vale dejar de lado el prejuicio y la superstición para entrar ya con la madurez institucional necesaria a ser un país con instituciones justas.
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