Es cierto que por períodos limitados algunas dictaduras pueden alimentar a sus pueblos. Pero son la excepción a la regla y no tienen la misma durabilidad, paz y calidad de vida, que las naciones con sufragios periódicos, jueces independientes y respeto a la ley.
A la mayoría de los nicaragüenses no les importa la democracia. Pregunte por la calle qué piensan de elecciones libres, institucionalidad, o estado de derecho, y muchos le darán a entender, como afirmó un editorial de La Prensa, algo como “yo en eso no me meto, eso no me da de comer”. Al nicaragüense promedio no parecen motivarle los temas políticos a menos que le toquen directamente el estómago.
Una investigación del consorcio internacional Panorama Electoral, acaba de confirmarlo por boca de José Miguel Cruz, director del Instituto Jack Gordon para Políticas Públicas de la Universidad Internacional de la Florida. Nuestros ciudadanos no votan, explicó, porque tengan simpatía por un proyecto político o social concreto o por razones ideológicas, sino porque esperan recibir algo directo a cambio de votar. Los entrevistados dijeron que “la gente va a votar porque le dieron el zinc, o le ofrecieron el chancho, la gallina o la vaca”.
Hasta cierto punto es entendible. Quienes viven con dos o tres dólares diarios buscan sobrevivir de un día a otro y por tanto viven en la inmediatez. Quienes carecen de educación, salvo unos muy deficientes grados de primaria, tampoco entienden mucho de imperio de la ley y de institucionalidad. Pero es trágico y debe combatirse. Porque nada prolonga más los sistemas inicuos que una ciudadanía inconsciente.
A los millares de nicaragüenses que van o aspiran a trabajar a Costa Rica habría que hacerles ver la razón por la que en dicho país encuentran mejores salarios y oportunidades. Esta es simple y aleccionadora: los ticos ganan cinco veces más, y gozan de mejor educación, salud y oportunidades, no porque su país tenga mayores recursos naturales que el nuestro —en realidad tienen menos— sino porque desde hace casi setenta años —su última revolución fue en 1948— han gozado, sin interrupción, de gobiernos democráticos. Por siete décadas han reemplazado a sus gobernantes a través de elecciones libres, no han tenido dictadores, ha regido el imperio de la ley, y sus tribunales han sido bastante independientes. No hay razón mayor que esta.
Nicaragua, en cambio, quien en 1948 era más rica que Costa Rica, ha tenido, en el mismo lapso, un golpe de estado, un tiranicidio, dos guerras civiles (1978-1979, 1982-1988) y cuatro dictaduras (A. Somoza García, A. Somoza Debayle, el FSLN, y Ortega). Y la raíz de fondo de este marasmo ha sido el haber sacrificado la institucionalidad y la ley por ambiciones políticas. Resultado: es el segundo país más pobre del continente.
La conclusión inescapable es que derecho e institucionalidad sí alimentan, sí dan de comer, sí producen prosperidad. ¿A dónde aspiran a vivir los pobres del mundo? ¿No es en las democracias liberales? ¿Quién busca emigrar a Cuba o a Venezuela?
Es cierto que por períodos limitados algunas dictaduras pueden alimentar a sus pueblos. Pero son la excepción a la regla y no tienen la misma durabilidad, paz y calidad de vida, que las naciones con sufragios periódicos, jueces independientes y respeto a la ley. Por el contrario; los gobiernos donde los poderosos no tienen frenos, donde los jueces se compran, y donde la ley solo existe en el papel, son los que presiden y han presidido, las sociedades más conflictivas e infelices.
Ojalá las dramáticas diferencias entre Costa Rica y Nicaragua ayudaran a nuestra población a entender la importancia decisiva que tienen los factores institucionales en su bienestar. Ojalá lo entendieran al menos nuestros alumnos de secundaria. Educar en esta verdad, en forma sencilla, podría tener un gran impacto saludable en nuestro futuro.
El autor es sociólogo-historiador y exministro de educación. hbelli@cablenet.com.ni
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