Antonio García Velasco
Los políticos en general y, de manera especial los nuestros, no creen en la democracia. Tan sólo se muestran demócratas en el momento de las elecciones y ante la posibilidad de obtener mayoría y gobernar dictatorialmente. Es cierto que el gobierno está limitado en el tiempo y eso puede ser esperanzador para el pueblo por el hacha en sus manos para cortar las cuerdas de la cruceta que sostiene a los gobernantes que se hagan indeseables.
Si creyeran en la democracia, desde el Congreso legislarían en consenso y, posteriormente, exigirían cumplimiento adecuado al Ejecutivo, al Gobierno de turno. Pero todo parece indicar que, cuando no gusta o no nos resignamos a perder, se va al derribo del Ejecutivo, como si el que gobierna no hubiese sido votado por una mayoría insuficiente, claro, para que los demás partidos busquen leyes equilibradas y acuerdos que convengan a todos.
El PSOE con su política del “No” sigue perdiendo intenciones de voto y no se da cuenta de que puede exigir al actual Gobierno en pro del bienestar social y, cuando llegue la hora de las elecciones, mostrar como éxito los logros por sus presiones.
Es conveniente la estabilidad del Gobierno tanto como las enmiendas a sus propuestas por los partidos con representación parlamentaria. En España parece que estamos siempre instalados en la provisionalidad y no interesara otra cosa a los políticos que reformar para sus propios intereses inmediatos. Y necesitamos la construcción sobre bases sólidas de consenso para el bien de la ciudadanía. Que no se les vea tanto el plumero de la dictadura de la mayoría absoluta. Que la aritmética parlamentaria sirva para la legislación justa, conveniente según el momento, correctora de tanta injusticia distributiva como nos está lloviendo. La separación de poderes tiene que ser algo más que un mero dicho no asumido profundamente por todos.
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