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domingo, 15 de enero de 2017

Los gobiernos se preocuparon de mantener al pueblo #paraguayo en la ignorancia

Fuente ABC Color. 
Los últimos grandes educadores que tuvo nuestro país desaparecieron en la primera mitad del siglo XX. Desde la dictadura de Higinio Morínigo, todo fue desidia, mediocridad y sometimiento popular por vía de la ignorancia y de la descomposición moral de las personas. A los mandamases les convenía que los paraguayos se mantuviesen dóciles, que estuvieran desinformados y que no tuvieran idea de sus legítimos derechos. Mantener al pueblo en la ignorancia fue y es la mejor fórmula, bien conocida y practicada por los regímenes autoritarios, para someterlo mejor a sus designios. Nuestra educación formal adolece hoy de prácticamente todos los males que la viciaban durante las dictaduras que se sucedieron desde mediados del siglo pasado.


Los últimos grandes educadores que tuvo nuestro país, como Rosa Peña de González, Asunción Escalada, Manuel Amarilla, Concepción Silva de Airaldi, las hermanas Speratti, Cleto Romero, Delfín Chamorro, Ramón I. Cardozo, Juan R. Dahlquist, Manuel Riquelme, Inocencio Lezcano, Julián Rojas Chilavert y Emiliano Gómez Ríos, desaparecieron en la primera mitad del siglo XX.
Desde la dictadura de Higinio Morínigo, todo fue desidia, mediocridad y sometimiento popular por vía de la ignorancia y de la descomposición moral de las personas. A los mandamases les convenía que los paraguayos se mantuviesen dóciles, que estuvieran desinformados y que no tuvieran idea de sus legítimos derechos.
Se sabe que si los seres humanos están privados de educación y conocimientos, tienen cerradas las posibilidades de acrecentar sus virtudes éticas, sus conocimientos técnicos y su acceso legítimo a una existencia digna y al bienestar elemental al que toda persona aspira. Una situación así es la que impusieron los dictadores que siguieron a Morínigo en esa línea política perversa, y sigue hasta ahora.
Mantener al pueblo en la ignorancia fue y es la mejor fórmula, bien conocida y practicada por los regímenes autoritarios, para someterlo mejor a sus designios. En nuestra historia hay muchos ejemplos, y en la americana muchos más, incluso bajo regímenes supervivientes como el castrismo, que se jacta de que en su país no hay analfabetos, pero prohíbe que su pueblo lea publicaciones de prensa y obras escritas, que no pueden ser introducidas al país sin permiso del Gobierno, sin la venia de los capitostes del Partido Comunista, mientras restringe las señales de TV extranjera, el cine y el internet. Para qué les sirve ser egresados universitarios si tienen prohibido hablar, leer o ver lo que les dan las ganas.
En nuestro país, al caer la dictadura se abrieron esperanzas de que, con el advenimiento de la democracia, se irían corrigiendo gradualmente nuestros peores males sociales, entre los cuales la pésima educación en todos los niveles era –y es–, sin duda, una prioridad. En efecto, no se puede construir una verdadera democracia con un pueblo ignorante, incapaz de discernir entre buenos y malos candidatos, e incompetente para leer y entender un programa de gobierno.
En los casi 30 años pasados, por ejemplo, no se trató de mejorar la educación, sino que solo se tomaron medidas inocuas que no sirvieron en absoluto para corregir el paupérrimo aprendizaje impartido. Además, con el fin de consolidar el nefasto clientelismo político, se siguió manteniendo a los docentes del sector público sometidos a las cadenas de un partido político y de los capitostes que los dirigen por turno.
Estos politicastros –que también son el deplorable producto de la mediocridad y la ignorancia– agravian la dignidad de los docentes y a la educación en general. Sustituyen a verdaderos maestros por recomendados, que se limitan a perseguir un sueldo, sin tener ni la vocación ni la actitud para ejercer la docencia con responsabilidad.
La gran mayoría de los dirigentes partidarios, así como de los diputados y senadores, confían su suerte electoral a la latita de cerveza y al pancho, en vez de presentar un buen programa de gobierno que, por cierto, ni los candidatos saben redactar ni sus electores desean leer. Aquellos arrean a estos y estos se dejan arrear como un hato de ovejas, en un proceso que solo puede mantenerse merced a esa ignorancia deliberadamente fomentada.
Los gobiernos colorados, que fueron los que nos gobernaron durante estas casi siete últimas décadas, son los responsables del atraso humillante en el que hoy se debate gran parte del sufrido pueblo paraguayo. Pusieron y ponen al frente del Ministerio de Educación y Cultura a políticos en “servicio” activo, para que puedan alimentar a la clientela electoral, aprovechando los recursos del Estado. Y cuando no lo son, les retacean fondos y asistencia para resolver dificultades. Ocurre que a quienes gozan de las mieles del poder les interesa un bledo que ese ministerio cumpla con su deber de generar las condiciones para que los educandos ejerzan plenamente su derecho a aprender.
Para esta clase de gobernantes que padecimos y padecemos, está bien enseñar un poco, cumplir con el programa formal y exhibir alguna estadística no tan desfavorable ante los organismos internacionales. Pero sin exagerar, sin enseñar hasta el punto de que se produzca la “catástrofe” de que una mayoría popular comience a pensar por sí misma, a criticar, a reclamar, a votar por otras personas que no sean esos personajes impresentables que asen férreamente la manija del poder, y no tienen la menor intención de que un electorado consciente y educado se la arrebate en las urnas.
Nuestra educación formal adolece hoy de prácticamente todos los males que la viciaban durante las dictaduras que se sucedieron desde mediados del siglo pasado. Desde entonces, ya no hubo grandes teóricos que pensaran en planes nacionales, que consultaran a científicos del área de otros países ni que establecieran plazos para la correcta ejecución de dichos planes, teniendo a la vista ciertas metas. Ahora, en el mejor de los casos, se intenta copiar alguna fórmula que dio buenos resultados en otro país, sin ajustarla a las necesidades del nuestro.
Hay que reconocer que existen personas sinceramente preocupadas por la educación, que intentan hacer algo por levantarla, que estudian soluciones a corto, mediano y largo plazo, que sugieren medidas políticas y que se arremangan para trabajar con lo que tienen a mano. El grave problema es que sus esfuerzos chocan y se esfuman contra el muro de una política electoralista miserable, del clientelismo rastrero y de la mediocridad de quienes toman las principales decisiones: los diputados y senadores que tuvimos –y tenemos– que soportar en los últimos 70 años.
Cuando en el futuro investiguen y juzguen esta desastrosa era política perdida por la educación pública en nuestro país, los historiadores se ocuparán de resaltar, con cifras y documentos, las falencias, los vicios, las mezquindades y las miserias morales de los dirigentes políticos inescrupulosos que se preocuparon de mantener al pueblo paraguayo en la ignorancia.
Mientras tanto, hagamos todo lo posible para desenmascarar a quienes sabotean la educación para mantenerse en el poder y enriquecerse ilícitamente. El futuro de nuestros hijos, que depende de la educación que se les imparta, no puede estar en manos de unos canallas que odian el intelecto que no tienen, y activan para impedir que los paraguayos accedan a los beneficios de la cultura. Personajes de semejante calaña deben ser expulsados de la conducción del país, porque sus intereses son opuestos a los de quienes confían en la educación como el mejor instrumento para liberarnos del indignante atraso en el que se debate el pueblo paraguayo. Ellos son el principal obstáculo para tener el Paraguay que nos merecemos.

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