La opinion de Jose Alberto Olivar.
Las más recientes designaciones del presidente Nicolás Maduro en las carteras educativas, tanto del archiconocido Elías Jaua Milano y de Hugbel Roa, son muestras del paupérrimo concepto que se tiene de la educación en Venezuela. Ya nada sorprende, ¡cualquiera puede ser ministro en Venezuela y de Educación, sobran los candidatos! Lo importante no es la credencial de mérito o mejor aún la vasta experiencia que se pueda tener en el desempeño de funciones en ámbito educativo, ya sea como docente o directivo escolar.
Cuanto no se habló de aquella designación del señor Gustavo Roosen en 1989 como titular del ministerio, en tiempos del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. El balance arrojado de una gestión compenetrada con los parámetros ideológicos en boga, causó profundo resquemor en los sindicatos gremiales de aquel momento. Ahora tenemos, no uno, sino dos ministros que nada saben de la materia. Eso poco importa, luego de haber pasado por allí el inefable Héctor Rodríguez y su fulana “consulta educativa” que se tradujo en el bodrio que representan los nuevos planes de estudios de educación media general.
Qué podemos esperar del dúo siniestro de Jaua-Roa, más mediocridad, más persecución, más barbarie institucional, menos presupuesto para la investigación, menos diversidad de pensamiento, menor calidad educativa. Sus nombramientos no van en función de apuntalar lo que debiera ser la piedra angular de las posibilidades de desarrollo de nuestro país. ¡Nada que ver! Lo que se persigue, es seguir las practicas de los enrosques de figuras harto fracasadas pero comprometidas hasta el fondo, no con un ideal político, sino con una forma de gobernar totalitaria, muy propia del Estado Cuartel que nos rige.
Cuando nos enteramos de los anuncios en cadena nacional, por alguna extraña razón, nos vino a la mente, aquella jugada del dictador Marcos Pérez Jiménez, quien presionado por el generalato que lo sustentaba en Miraflores, le exigió incrementar su cuota de poder en el “gobierno de las Fuerzas Armadas”. De manera que en Gaceta Oficial, apareció el nombre de un oscuro milico para ocupar el Ministerio de Educación. Se llamaba Néstor Prato Chacón, uno de esos infaltables peones de confianza de los dictadores de turno que son colocados donde sea, así sea de ministros de educación, en momentos en que el barco hace aguas.
Según testimonios de la época, el general Prato “tenía fama de bruto y poco instruido”, mofa que llevó a los estudiantes de Caracas y Maracaibo a expresar su rechazo a tal ministro con una magistral salida: soltaron un burro por las calles con cachucha militar y un letrero bien grande que indicaba “soy el ministro de educación”.
Poco duró aquel funcionario de marras, puesto que su jefe, también caricaturizado en plan de porcino, fue arrojado del poder, por el puntapié que la historia recoge como las jornadas del 21 y 23 de enero de 1958.
Ya veremos cómo será la historia que se escribirá a cerca de la pasantía de las nuevas bestias ministeriales.
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