Los términos del debate en torno al legado de Fidel Castro podrían suscitar perplejidad. Por ejemplo, la discusión sobre la naturaleza dictatorial del régimen que presidió. ¿Qué otra cosa puede ser un régimen de partido único, sin prensa o sindicatos independientes, y que aplicó la pena de muerte por razones políticas, sino una dictadura? El propio Marx en su texto “Crítica del Programa de Gotha” definía al régimen de transición entre el capitalismo y el comunismo (etapa en la que presumiblemente se encuentra Cuba), como “la dictadura revolucionaria del proletariado”. Aunque existe una discusión legítima sobre lo que Marx entendía por ello, podemos asumir que no se refería a la democracia representativa [la cual es, pese a sus bemoles, el único tipo de régimen democrático realmente existente]. Como régimen dictatorial, también me parece innegable que cometió violaciones sistemáticas a los derechos humanos (por ejemplo, organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch documentan desde hace décadas la existencia de presos de conciencia). Hasta aquí concuerdo con quienes asumieron una posición crítica respecto al legado de Fidel Castro.
Pero pretender que esas eran las únicas razones por las que Fidel Castro fue un personaje tan controvertido no parece atenerse a los hechos. Por ejemplo, suelen mencionarse las cifras de ejecuciones que documenta el grupo de investigación Cuba Archive: unas 5.600, además de unos 1.200 asesinatos extrajudiciales. Pues bien, esas cifras palidecen en comparación con las estimaciones que diversas fuentes hacen sobre el número de ejecuciones que se realizan anualmente en China (por ejemplo, según el grupo de investigación Death Penalty Worldwide, adscrito a la Universidad de Cornell, se realizaron cuando menos 2.400 ejecuciones en el 2014). Y en diciembre pasado, un reporte de Human Rights Watch reveló la existencia de un sistema de detención extrajudicial que el Partido Comunista de China emplea contra sus militantes sospechosos de conducta irregular, en el cual se obtienen confesiones mediante la tortura. Nada de lo cual impidió que la República Popular China se convirtiera en nuestro principal socio comercial, que el primer viaje al exterior del presidente Kuczynski fuera a Beijing, o que la presidenta del Congreso peruano otorgara una condecoración al presidente chino Xi Jinping.
Las razones por las que Fidel Castro tuvo un papel en la historia regional que trasciende el peso específico de Cuba tendrían que ver más bien con su desempeño durante la Guerra Fría. De un lado, el hecho de que sobrevivió a la invasión de Bahía de Cochinos, a los múltiples intentos de asesinato de la CIA y a la crisis de los misiles. De otro lado, el hecho de que fomentó movimientos insurreccionales en América Latina, y derrotó en Angola la intervención militar de Sudáfrica, auspiciada por Estados Unidos. Recordemos que en ese contexto la división política fundamental era entre comunismo y anticomunismo, no entre dictadura y democracia. Por eso Estados Unidos podía respaldar a la Sudáfrica del apartheid, a la dictadura de Suharto en Indonesia –responsable de cuando menos medio millón de asesinatos por razones políticas– o a los gobiernos guatemaltecos responsables –según el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico– del 93% de las 42.275 muertes que este documentó. A propósito, salvo por Ríos Montt, procesado por genocidio, afuera de Guatemala nadie recuerda hoy el nombre de los dictadores que perpetraron esas atrocidades.
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